jueves, 12 de abril de 2012

Querida:

Después de aquel encuentro donde le confesé que era ciego, Ella, llegaba, siempre, diez minutos tarde y un día me dijo: ¿ Vió que, siempre, llego diez minutos tarde? Es porque no quiero psicoanalizarme más con Usted. Mire, le di muchas vueltas al asunto y no lo puedo soportar. Hay algo en su ceguera que yo no puedo tolerar. Si usted es ciego... quiere decir, que cuando yo le digo, por ejemplo: Hoy estoy hermosa, usted no tiene como constatarlo y, eso, es terrible. Cuando le digo que estoy fea, usted no puede decirme: Pero no, querida, usted es hermosa. Y sabe por qué no puede porque usted nunca me vió. ¡Qué terrible! ¡Qué terrible!

A mí, el problema, así como lo planteaba Ella, nunca se me había ocurrido planteármelo. Así, que si la intención de Ella era sorprenderme, esta vez lo había conseguido en profundidad.

Preferí quedarme callado, esperando sus próximas palabras. Ella no me dijo nada, pero lo pensó: Mejor me quedo callada y espero a ver qué opina el doctor.


Así nos quedamos en silencio durante diez años.

Cuando Ello volvió, hablar fue para decirme entre enojada, y feliz, ¡Como me
engaño, doctor!, usted nunca fue ciego.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

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