jueves, 27 de noviembre de 2014

COMENCÉ A DARME CUENTA


Comencé a darme cuenta de que no era libre.
Nadie toleraba que a los 61 años,
amara el amor en lugar de hacerlo.
Nadie toleraba que a los 61 años,
todavía amara la libertad
que nunca había conseguido.
Ni yo mismo a los 61 años
puedo amar mis deseos sexuales.
Y después, las tardes de domingo,
me dejaba caer como una flor marchita
para que ella me pisoteara y nunca, nadie,
ni siquiera ella misma en su temblor,
podía tolerar mi resurrección.
Y yo me alzaba como los que saben volar
y ya tenía 61 años y siempre me veía caer
pero la vida misma es una sola para todos
por eso hubo días que algo en mí no caía.
Ella, rezando arrodillada
y yo, alzándome en la frase
hasta tocar su alma,
su vientre
su canción.
Ahí estaban las luces y éramos todos ciegos.
Nadie podía ver más allá de su amor.
Nadie podía llorar por desgracias ajenas.
Nadie podía dar comida al hambriento,
nuestra desgracia se lo llevaba todo.
Nunca hubo justicia entre nosotros
y jamás conocimos la libertad,
somos un pueblo muerto,
desde el comienzo nunca hubo pan.
Así eran las frases que ella recitaba
cuando, valientes, hacíamos el amor.
Y nadie toleraba que nuestro amor
fuera ese suave galope cibernético
a los 61 años
casi sin piernas
sin ganas de volar
sin cabellos al aire
sin manos al unísono
grabando en tu cuerpo
las huellas del tiempo.
A los 61 años,
cuando hacíamos el amor
todo era alucinación
verbo y locura.
Y lo peor de todo
era que nadie podía soportar,
ni siquiera ella misma,
que yo la mirara a los ojos
durante las comidas,
en el baño,
un momento antes de parir,
hijo o poema,
y la miraba a los ojos
cuando hacíamos el amor
y eso, en verdad, la enloquecía
y su goce era magistral y nuevo
pero nunca pudo tolerarlo.
Un día me lo dijo claramente:
no soporto que a los 61 años
seas tan feliz.
Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa"

martes, 25 de noviembre de 2014

HE VIAJADO. HE VIAJADO

Querida:

He viajado. He viajado,
hombre de piel como palabras,
he viajado por lo que queda del alma...
y no estoy de acuerdo.

Tristeza agrandada por sus contradicciones,
soy el dolor del siglo que no duele.
Más que la atroz materia que destruye,
un simple giro del lenguaje.
A la palabra amor,
le puse cascabeles como a la lepra antaño.
A la palabra madre,
le puse un cataclismo entre las piernas
y una belleza masculina en la mirada.
Ojos de miel combiné con mi patria
y me dejé llevar por la marea.
Llené el mar de palabras antiguas
y hundí el mar.
De la mujer hice una frase.
Detuve su infatigable locura,
toda locura entre mis letras.
Al tembloroso, avergonzado sexo,
le agregamos torrentes, cataratas.
Ella existe,
ha nacido en mis versos.
Poesía de fuego,
donde el dragón es ella y la palabra.
Te escribo, ¿ ves? te escribo,
como antaño el hombre se escribía.
Hago que tus gemidos,
yegua loca pariendo la mañana,
abandonen tu cuerpo.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista"

sábado, 22 de noviembre de 2014

LA MUERTE DEL HOMBRE

31 de Diciembre de 1976

Es otra vez de noche
y en general
la casa duerme.
Una voz en la radio
dice últimas palabras.
Me entretengo con el humo
y me ocurren mil fantasías
y ninguna tiene que ver
con recostarme
tranquilamente en la cama
y dormir.
Entre tantos papeles
terminaré siendo un escritor
y fijo mi mirada en la lejanía
y dejo que la historia del hombre
irrumpa
con la violencia de su sino
mi noche.
Enciendo cigarrillos a mansalva
uno detrás de otro como si fueran
centelleantes granadas contra los opresores.
Desde hace millones de años
el hombre vive de rodillas.
Las granadas estallan en mi rostro.
Primitivas presencias
pueblan mi noche de salvajes ritos.
Ceremonias donde la muerte
siempre es una canción
sublime y misteriosa.
Bestias indomables
semejantes al hombre
por la torpeza
de sus movimientos
danzan a mi alrededor
iracundos
silvestres.
En un mal castellano
me dicen que su jefe
quiere charlar conmigo.
Sentado en mi cama escribiendo
pido que dejen de rugir tambores
que cese la danza
que me dejen escribir este poema.
El hombre tiene hambre y sed desde milenios.
Somos ese hombre hambriento y sediento poeta
cantad con nosotros:
Venimos de la Mesopotamia
y del Caribe
y buscando la perfección hemos llegado
hasta los mundos que se esconden
por encima del cielo
y no hemos encontrado nada.
Siempre hay un hombre que tiene hambre.
Siempre hay un hombre que se muere de sed.
Aquí mismo poeta
en tu casa
anidan el opresor y el oprimido.
Sentado sobre mi cama escribiendo
les digo a los salvajes
que ya es noche tarde
que por favor dejen de danzar
que necesito
hundirme entre las letras
mi hambre
mi única sed.
Dejaron de danzar
y el que se destacaba
por su tremenda humanidad
me fulminó con su mirada.
¿Quién es más cruel?
Poeta
¿Quién más salvaje?
El que muere peleando
por un trozo de pan
o el que no muere nunca.
Quién producirá el exterminio
poeta.
Mis armas o tus versos.
Y ahora poeta deja la pluma
echa a andar y piensa.
Sentado sobre mi cama
escribiendo
le digo al salvaje
que no quiero irme de mi pieza
y que siempre supe que pensar
no era necesario y que deseo
es la última vez que se lo digo
seguir escribiendo este poema.
Antes de continuar me detengo
en la inteligencia del salvaje:
habla bien y mientras habla
deja escapar entre las palabras
el aliento
para que todo suene vital
desgarrador.
Yo soy el hombre
grita la bestia encadenada
y tú poeta ¿eres el hombre?
Escribir para quién
dónde los amigos
y dónde los enemigos.
Dime poeta
¿tu canto
necesita del futuro
para ser?
Ese poema que escribes
contra todo
a quién le servirá.
A ver poeta un verso
que me diga ahora mismo
¿qué es el hombre?
Sentado sobre mi cama escribiendo
me doy cuenta
que la inteligencia del salvaje
terminará quemando
todos mis papeles escritos
en esa hoguera
que fueron construyendo
a mi alrededor
sus palabras.
Dejo de escribir
lo miro fijamente a los ojos
y murmuro sus propias palabras
en un solo verso un hombre
en un solo verso un hombre
y me decido a escribir ese verso.
Sostengo con mi mirada
la mirada del salvaje
y con rápidos movimientos
tomo la ametralladora
y disparo varias ráfagas
sobre el cuerpo del salvaje
que con los ojos desorbitados
por el asombro
cae
para morir y desaparecer.
Sentado sobre mi cama escribo ahora
con la seguridad
de quien ha llegado a la cima:
Un poeta asesinó su hombre
para escribir este poema
y eso
es un hombre.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo"

miércoles, 19 de noviembre de 2014

NO TENGO QUE DEJARME CEGAR POR LUZ ALGUNA


No tengo que dejarme cegar por luz alguna
aunque reconozco, al decirlo, algo me ciega.
Mis cosas hechas, mis amores tenidos, mis poemas,
al viento, alguna loca ambición del tiempo porvenir.

 
Marca que el hambre me dejó en la nostalgia.
Algún muerto querido reclamando su muerte.
Algo me ciega cuando escribo: he amado.
Algo de la libertad que ya no podré ser.

Algún pedazo de sol caído para siempre.
Algo que ya no brilla para nadie, me ciega.
Un fulgor que no siendo, no ve nada en mí.

Y ese no ver lo que será imposible, habla,
me dice del deambular efímero de los astros,
de un amor hecho carne sobre los ojos ciegos.

Miguel Oscar Menassa
De "La patria del poeta"

lunes, 17 de noviembre de 2014

VOLAD VERSOS MÍOS ID CONTRA TODO


Es un verso
que de habérmelo propuesto
lo hubiera escrito yo.

Mi voz
la palabra publicada tiene mi voz.
Ese murmullo que te vuelve loca.

Cuántas veces vi explotar tu sexo
entre mis signos de puntuación
y te lo dije:
Nena
tu amor no tiene límites
te detendré en una palabra.

Locura y vértigo ya no tengo más
todo transcurre como necesario
inevitable
ardiente
y en ese ardor
todo lo que transcurre
es Poesía.

Ella desnuda en medio de mi pecho
este siglo se quedará con nosotros
a divertirse, a dormir simplemente.

La haré trabajar de puta
y la haré
subir hasta los astros.
Inventaré un oído cósmico
para su voz
doliente de terráqueo.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo"

sábado, 15 de noviembre de 2014

Viste el color ardiente

Viste el color ardiente que tenía en mis ojos.
Estaba enamorado.
Te amaba como cuando las manos del ocaso
se entregan al poema.
Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa"

lunes, 10 de noviembre de 2014

MAS ALLÁ DEL ULTIMO CANTO VOLVER ES IMPOSIBLE


 Pasaron cinco siglos
                               y todo,
                                          fue verdad.
 Los vaciadores de entrañas,
 los violadores de sarcófagos.
 llegaron con sus bombas,
                                       al centro de la tierra.
 Querían conquistarlo todo
                                        y tenían,
 una desmedida pasión,
                                   -perversa-
 por los encuentros virginales.
 Amar,
          aman por sobre todo,
                                          la blancura,
                                                           la asepsia,
 una especie de sordo capricho,
                                               en construir,
 murallas infranqueables,
                                    en organizar nuestros sentidos,
 y además,
                claras argucias,
                                       modelos encantados,
 rutilantes titulares en los periódicos,
                                                      para ver,
 si es posible,
                    que desviemos la mirada.
No nos dejan vivir.
                             Sólo precisan,
 que no tengamos hambre,
                                       ¡tanta!
 y para nuestro deseo
                                las reliquias,
 las torpes fieras entontecidas por la vejez,
 los desperdicios,
 en fin,
 para nosotros,
 PAN y CIRCO.
 La tibia
             y melancólica,
                                  costumbre de los pueblos bárbaros.
Para sobrevivir,
                        para que no me matara,
 el tenaz e imperceptible aburrimiento,
                                                          fui el enano,
 y fui también,
                      gigante entre la niebla.
 Un hombre marcado por la viruela boba,
 -quiero decir,
                     tocado,
 por una enfermedad sin importancia-
 Útil
 para un destino grande,
                                    o bien,
                                              uno pequeño.
 Un gajo de humanidad,
                                    hecho carne.
                                                       Violenta insinuación.
 Huyo,
          ahora,
                   tranquilamente
                                         de la biblia
                                                          y me masturbo,
 con la cálida virgen,
                              exactamente,
                                                 enfrentado a la cruz.
Ave María,
                  impura,
                             pecado y maravillas.
 En el atardecer,
                        divina puta,
 te entregarás,
                     a mi mortal enfermedad,
 el buche de palabras.
                                Resistir cristianos,
 no podrán,
                 tengo en mi poder,
                                             el secreto del siglo.
 La mierda,
                 más pura,
                                contra la cruz:
 hijos de carne y hueso,
 amables palabras
                           que recuerdan,
                                                 cánticos de guerra,
  y el humo de mi tabaco,
                                      siempre mortal.
 Y sin embargo,
                        temo como final,
                                                 que nos inventen,
 el HAMBRE,
                     contra nosotros mismos.
                                                         Vale decir,
 que estoy desesperado
                                   y sé
 que moriré de bronca un día
                                           y nadie,
                                                      sabrá nada.
 Ni mis muchachos,
                             ni las locas serpientes
Y moriré de bronca un día,
 porque tengo en mi pecho,
                                          el odio contra todo:
 contra las bellas mujeres y los amigos,
 contra el estúpido indio americano
                                                    y su soberbia,
 y un odio inmemorial
                                contra los impotentes blancos,
 de américa del norte,
                                contra los que nunca,
 hicieron el amor.
                         Odio en mi pecho,
  contra la vieja europa,
  la inventora del hambre y de la guerra,
  la inventora,
                    de la más alta esclavitud,
 la propiedad privada.
                               Y bien,
 digan lo que digan,
                             soy,
 el único poeta de este siglo.
                                          La gran máscara.
 Yo también,
                   tengo en mi pecho,
                                               a mi Neruda,
 quiero,
           mi isla negra,
                              y no crean,
                                              que digo tonterías,
 busquen en mi poesía
                                 y encontrarán,
 que mis uvas maduras,
                                   son,
                                         las más profundas,
 las uvas del festín final,
                                   las más negras.
 Y ahora,
              si quieren,
                             para perdonarme,
 pueden pedirme que rece,
                                        que me ponga a llorar,
 que con mi poesía,
                             la verdadera,
 destruya los demonios,
 como hice con dios.
 Y si soy,
              el claro manantial,
                                         que horada la piedra,
 puedo llorar,
                    por todos los pecados
                                                      y amar a dios,
 y a su diáfano y enloquecido,
                                            séquito de leprosos.
 Temo,
          entonces el infierno,
                                       temo,
                                               morir envenenado.
 Y si el poeta se burla,
 es,
                                  un idiota profundo,
 no tiene en cuenta el porvenir,
                                              lo dice todo.
 No entiende,
                    -ni siquiera para vivir-
                                                     de política.
 Y si lo encierran,
                          el poeta,
                                       ruge de tristeza,
 y su rugido
                 se expande,
 hasta el confín del universo.
Esta vez,
              el poeta,
                           no correrá,
                                           tras los diamantes,
de ninguna playa armoricana,
ni del áfrica negra.
 Esta vez,
               el poeta
 sin oro en su cintura,
 sin cruz en sus espaldas,
                                     se dedicará,
  ni a la política,
                       ni al ocio.
                                     Esta vez,
 para acallar,
                   el canto del poeta,
                                               habrá que matarlo.
 Y si alguien intenta,
 la inmensa porquería de matarlo,
                                                  el Poeta,
  parece ahora,
                       una bandera,
                                          pero,
 asesino inmortal de toda la blancura,
 amante empecinado de la destrucción,
                                                          de toda la pureza,
 no deja de cantar.

Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América"

martes, 4 de noviembre de 2014

Amor perdido. Buenos Aires - VI


Viajar, hablar, deseos fuertes de la infancia,
rubicunda voz, en el propio centro de las células,...
fiera descarrilada, definitivamente, me humanizo.


Cuando desconfío, rastreo mi propio rastro.
Hay un animal en mí, que vuelve siempre.
Una voz que de noche nunca se detiene,
me lleva de la mano contra las montañas,
contra los, pequeños, búhos del terror.

Busco una palabra plena para el corazón de la bestia feroz.
Ajada cruz, sobre los hombros del que no se anima a vivir.

Rompo contra mi propio cuerpo el ábaco, dejo de contar.
Me sumerjo en una ansia frenética por vivir, amar, hablar,
seguir, aunque nadie lo quiera, descarrilando mi destino.

Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos"