jueves, 28 de septiembre de 2017

LA MUERTE DEL HOMBRE

31 de Diciembre de 1976

Es otra vez de noche
y en general
la casa duerme.
Una voz en la radio
dice últimas palabras.
Me entretengo con el humo
y me ocurren mil fantasías
y ninguna tiene que ver
con recostarme
tranquilamente en la cama
y dormir.
Entre tantos papeles
terminaré siendo un escritor
y fijo mi mirada en la lejanía
y dejo que la historia del hombre
irrumpa
con la violencia de su sino
mi noche.
Enciendo cigarrillos a mansalva
uno detrás de otro como si fueran
centelleantes granadas contra los opresores.
Desde hace millones de años
el hombre vive de rodillas.
Las granadas estallan en mi rostro.
Primitivas presencias
pueblan mi noche de salvajes ritos.
Ceremonias donde la muerte
siempre es una canción
sublime y misteriosa.
Bestias indomables
semejantes al hombre
por la torpeza
de sus movimientos
danzan a mi alrededor
iracundos
silvestres.
En un mal castellano
me dicen que su jefe
quiere charlar conmigo.
Sentado en mi cama escribiendo
pido que dejen de rugir tambores
que cese la danza
que me dejen escribir este poema.
El hombre tiene hambre y sed desde milenios.
Somos ese hombre hambriento y sediento poeta
cantad con nosotros:
Venimos de la Mesopotamia
y del Caribe
y buscando la perfección hemos llegado
hasta los mundos que se esconden
por encima del cielo
y no hemos encontrado nada.
Siempre hay un hombre que tiene hambre.
Siempre hay un hombre que se muere de sed.
Aquí mismo poeta
en tu casa
anidan el opresor y el oprimido.
Sentado sobre mi cama escribiendo
les digo a los salvajes
que ya es noche tarde
que por favor dejen de danzar
que necesito
hundirme entre las letras
mi hambre
mi única sed.
Dejaron de danzar
y el que se destacaba
por su tremenda humanidad
me fulminó con su mirada.
¿Quién es más cruel?
Poeta
¿Quién más salvaje?
El que muere peleando
por un trozo de pan
o el que no muere nunca.
Quién producirá el exterminio
poeta.
Mis armas o tus versos.
Y ahora poeta deja la pluma
echa a andar y piensa.
Sentado sobre mi cama
escribiendo
le digo al salvaje
que no quiero irme de mi pieza
y que siempre supe que pensar
no era necesario y que deseo
es la última vez que se lo digo
seguir escribiendo este poema.
Antes de continuar me detengo
en la inteligencia del salvaje:
habla bien y mientras habla
deja escapar entre las palabras
el aliento
para que todo suene vital
desgarrador.
Yo soy el hombre
grita la bestia encadenada
y tú poeta ¿eres el hombre?
Escribir para quién
dónde los amigos
y dónde los enemigos.
Dime poeta
¿tu canto
necesita del futuro
para ser?
Ese poema que escribes
contra todo
a quién le servirá.
A ver poeta un verso
que me diga ahora mismo
¿qué es el hombre?
Sentado sobre mi cama escribiendo
me doy cuenta
que la inteligencia del salvaje
terminará quemando
todos mis papeles escritos
en esa hoguera
que fueron construyendo
a mi alrededor
sus palabras.
Dejo de escribir
lo miro fijamente a los ojos
y murmuro sus propias palabras
en un solo verso un hombre
en un solo verso un hombre
y me decido a escribir ese verso.
Sostengo con mi mirada
la mirada del salvaje
y con rápidos movimientos
tomo la ametralladora
y disparo varias ráfagas
sobre el cuerpo del salvaje
que con los ojos desorbitados
por el asombro
cae
para morir y desaparecer.
Sentado sobre mi cama escribo ahora
con la seguridad
de quien ha llegado a la cima:
Un poeta asesinó su hombre
para escribir este poema
y eso
es un hombre.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000

martes, 19 de septiembre de 2017

LIMITE UNO: EL AMOR


Recuerdo
tu vientre de pantera
destrozado.
Mis dientes.
Tus garras
hechas cenizas en mi rostro.
Tu ferocidad perfecta detenida
en mi belleza perfecta.

Recuerdo el agudo violín
entre tus piernas
sexo desesperado
intentando
los sonidos del cielo
tensando infinitamente
hasta no poder más
tu cuerpo en el espacio
para alcanzar
los bordes de mi voz.
Yo cantaba
como si fuera natural
en el hombre cantar.
Registrar lo sublime
y tu música
alta como las cumbres
que nacen
por encima de las cumbres
nieve dolorosa y eterna
tu música
se detenía para caer
sinfonía final
descuartizada bruscamente
tragada por el temblor
oscuro de mi canto.
Yo tocaba el tambor
y la volvía loca.
Cuando se volvía loca
y no le importaba
ya la música
se perfumaba para mí
y conversábamos
de lo difícil que es cantar.
Bebíamos alcoholes
bebíamos alcoholes y fumábamos
lentamente nuestras miserias.
Ella me decía y yo le decía:
Quiero inundar
con mi locura el universo.
Y más allá ¿qué harás?
después del universo.
Ella se quedaba en silencio
y yo le decía:
Esta mañana te hizo mal jugar
a ver quién llegaba más alto
con su canto.
Le acaricio la frente y le digo
ni te llegué a ganar
dejaste de jugar a lo sublime
asustada por el temblor
de esos tambores de la selva,
sonando en pleno cielo.
Ella hacía una mueca
y yo me quedaba en silencio.
El viento rozaba
levemente nuestros cabellos
y ninguno de los dos
conocía el desenlace.
Cuando no sabíamos qué hacer
fumábamos
y era divertido cuando fumábamos
ver cómo el humo
formaba a su alrededor,
delgadas columnas de cristal
varas finísimas
de mimbre y de marfil
para que su cuerpo
tuviera esa presencia
iluminada y cantarina
y a la vez esa lejanía.
Ella me decía y yo fumaba,
para que no faltase el humo
en la construcción de su grandeza.
Cuando fumamos
te pones como un idiota,
no haces otra cosa que mirarme
y me avergüenzo
y deseo escuchar
el estallido de mi deseo
y te veo ahí
tan callado en tus ojos
y soy atrapada
por el leve murmullo de tus versos
como cuando jugábamos esta mañana
a lo sublime y no lo puedo creer.
Dime ¿quién eres?
la calma del mimbre
o la belleza del marfil.
Orangután sin voz
o cristalino
canto inolvidable.
Y se agarraba la cabeza
con las dos manos
y se zambullía en mí
como en el mar
gritando
almeja delirante
no puedo más.
Se retorcía en mi vientre,
buscando pez compañero
divinidad marítima
que le mostrara
los secretos del mar.
Se alimentaba con mi semen
y a ratos
levantaba la cabeza para decir:
Todo es hermoso. Gracias.
Yo
iba saliendo de mi sopor
como podía.
Ella
acurrucada pequeña
grandiosa en mi vientre.
Su belleza perfecta
detenida
en mi ferocidad perfecta.
Yo le decía
mientras ella agonizaba:
Ahora que estás muerta
quiero que bailes como bailan
los peces en el mar
las noches que lo poético
invade sus entrañas.
Ahora que estás muerta
quiero que bailes para mí
una danza de amor
y nada de vuelos nocturnos
hoy
nos quedaremos
a dormir en casa.
La sacudo
para que abra sus ojos
la levanto en mis brazos
y la tiro contra el techo
de la habitación
y ella
cae varias veces
pesadamente al suelo.
Se terminó el juego
me digo
ella está muerta.
Y comienzo a buscar
con mi boca en su cuerpo,
el diamante perdido.
Y sus movimientos
vuelven a ser como de camelias
y frente a mi sorpresa aúlla
y en ese aullido
toca los confines del cielo
y esta vez lo sé
no habrá poema
que contenga ese grito.
Cuando volvía,
despeinada y maltrecha
me decía:
Eres un tonto
me veías volar y ni siquiera
intentabas alcanzarme.
Así cualquiera vuela alto.
Cuando volaba,
te veía sobre la cama esperándome
y cada vez más alto
me volvía más loca.
Inmensidad cerca del cielo
en esa soledad más que gozar,
el espanto se anudaba en mis ojos
y aterricé rápidamente
y ahora te prometo
volar siempre contigo
y en ese gesto
una vez más
moría.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo"

viernes, 15 de septiembre de 2017

De "Al sur de Europa"

La vejez a mí, también, quiso tragarme.
 
Hubo un instante en mi vida que mis arrugas y mis dolores
tenían más fuerza que mi pensamiento. En ese instante fue
donde envejecí.
 
Cuando me di cuenta que el poder sobre mí no era yo sino
las palabras no envejecí más.

Miguel Oscar Menassa

lunes, 11 de septiembre de 2017

DESPUÉS DE LOS CINCUENTA


Después de los cincuenta espero dedicarme a vivir.
Y aunque la mano venga que nadie sabe de eso,
igual lo intentaré, pensando que versos he podido,
y el poema deja el camino libre para la vida. 


Y cuando los grandes candidatos de las artes y las letras
y cuando los políticos del alma se bajen los pantalones,
por un instante de vida vivida, de poesía inmortal.
Contestaré y no contestaré, tranquila, apasionadamente.

De atreverme a vivir después de los cincuenta años,
y de la herida por la cual sangra todo lenguaje
me siento estrictamente responsable, me duele a mí.

Y si vivo y si quiero vivir como una alondra en libertad
quiero decir, quiero abrir una puerta a los misterios:
Antes de vivir un instante, escribí todos los instantes.

Miguel Oscar Menassa
De "La patria del poeta"

PSICOANÁLISIS: LA VIDA del libro de Miguel Oscar Menassa "Psicoanálisis del amor"

 
Soy,
       lo que se dice,
                             un hombre aniquilado por los papeles.
Mi vida va pasando,
                              entre leves escrituras,
                                                              leves trámites burocráticos.
                                                                                                        Mi vida,
va pasando con el tiempo.
                                        Comer.
                                                    Dormir.
Desesperarme alguna que otra vez por el amor.
Ir huyendo de a poco de la vida,
                                                 temer de todo.
                                                                        De ronco aliento del mar,
de las poderosas letras de la máquina.
                                                          De mis palabras
                                                                                   y de tus besos mi amor,
                                                                                                                        tus besos,
tu boca abierta,
                        incansable y abierta,
                                                       manantial,
                                                                      agua fresca,
                                                                                         tus besos.
Te confieso:
                   ser,
                         quise ser,
                                        un hombre normal.
                                                                     Todo me salio mal,
y tengo miedo que la justicia se dé cuenta que poseo,
los últimos secretos del amor.
                                             Las bombas contra las bombas,
cada palabra contra cada palabra:
                                                    Soy inmune,
                                                                       heterosexual
                                                                                           y poeta.
Lo reconozco,
                       no soy moderno.
                                                 A veces,
                                                               siento mi cuerpo despedazado y loco,
un cuerpo sin razón,
                               sin límites precisos.
                                                             En esos instantes,
                                                                                         amo todos los cuerpos.
En esos instantes,
                           mejor es dejarse llevar,
                                                               ir olvidándose de todo.
Vivir no es fácil,
                         a veces una ráfaga infernal se lleva todo por delante,
 a veces ocurre,
                        fatal e inevitable,
                                                  la torpeza.
                                                                   A veces el amor,
 roza sin par,
                    la algarabía por vivir.
                                                     Tardes y noches y soledades,
apretujándose unas contra otras,
                                                 para ser,
                                                               instante único,
                                                                                      vuelo final.

A veces entre sueños,
                                  conquisto mi libertad.
                                                                   Ajada y vieja libertad,
pintarrajeada
                      y vestida con sedas para la fiesta,
                                                                         descansa,
ahora sobre mi lecho,
                                 entre mis genitales.
                                                               Necesitaba,
un poco de amor,
                            se parece a la muerte.
Y si canto por las mañanas,
                                           será tal vez,
                                                              que el mundo es agradable,
vivir,
        ameno,
comerse una ciruela en pleno verano,
                                                        fresco.
Hacer el amor,
                       entretenido.
                                          Morir,
                                                     natural,
                                                                 y todo en perfecto orden,
como ustedes pueden imaginarse,
                                                    un hombre,
                                                                      totalmente encaminado,
un hombre serio,
                          respetado,
                                           un muerto en vida.
Una palabra estampada hace siglos,
                                                       una vejez permanente desde la infancia,
lo que se dice,
                      -algunos libros escritos por algunos hombres-
el peso de la historia.
                                 Escribo por lo tanto,
                                                                 no para ser histórico,
sino más bien con el intento
                                           y no es poco decir,
de transformar el pequeño hombrecito,
                                                            que nos permiten,
                                                                                        las históricas leyes.

Insisto,
            algunos libros escritos,
                                               por algunos hombres.
Para empezar,
                       quiero empezar por el principio:
Vivir,
          no es,
                    eso que usted tanto defiende.
                                                                  Eso,
que usted argumenta con tanta pasión,
                                                          que no se lo permiten,
eso,
        eso es morir.
                             Vivir,
                                       es siempre,
                                                          una pasión contra uno mismo.
Un levantarse todas las mañanas,
                                                    terco,
                                                              empecinado,
                                                                                   voluptuoso,
                                                                                                     contra el día anterior.
Contra mi propia manera de ser,
                                                 contra mi famosa personalidad,
                                                                                                 mis ritos.
Vivir,
         os digo,
                      una flor que se abre,
                                                      cada mañana,
                                                                            diferente.
Cada mañana
                      un movimiento nuevo para el amor,
cada mañana
                     una circulación diferente.
                                                            La familia no existe.
Mi madre,
                 también es una historia.
                                                      Mi padre,
                                                                      esas palabras,
                                                                                            otros padres.

Vendavales de furia,
                                orgías de locas enredaderas,
creciendo hacia lo alto,
                                    hacia la nada,
                                                          embriagan mi ser.
Me recuerdan,
                       la primitiva ceguera donde el hombre,
pequeño y despiadado animal,
                                               mataba para comer.
Os digo:
             el amor,
                          es lo que vive en el propio centro de las tripas,
el resto,
             enseñanzas de la primera escolaridad,
aquel inolvidable padre nuestro,
                                                 rezado,
en brazos de mi madre,
                                     chupándole las tetas.
En el amor,
                   nadie entrega,
                                         y nadie recibe nada.
                                                                        Todo es invisible,
maceración sin huellas,
                                    sangre olvidada,
                                                              en el amor,
el crimen es perfecto.
                                  Limpio.
                                              Inolvidable
                                                               y no,
por la algarabía de su reinado que no existe,
                                                                    sino más bien,
por el olor,
                  el simple olor de carne humana,
                                                                   madura.
Fui,
       la fuga fugaz.
                           Una ilusión,
                                              poder partir,
                                                                   alejarse del mundo.
Sólo entre los recuerdos
                                      y algunas relaciones familiares,
conquisté el universo.
                                  Todo lujuria y vértigo,
                                                                     todo palabra.
Grandes espejos, disfrazados de conchas marinas,
mostraban entre sus valvas abiertas desmesuradamente,
                                                                                     el ojo,
violento del amor,
                            clavado en mi mirada.
                                                              Y todo era luz,
ceguera y luz.
                      Estábamos,
                                        lo recuerdo,
tomados de la mano,
                                 extendidos sobre la arena,
                                                                          muertos.
Vendrán tiempos,
                            donde no habrá precisamente,
                                                                           ni furia,
                                                                                       ni sonido.
Y te lo prometo,
                          en un tiempo más,
                                                       los niños y los poetas,
                                                                                         cagarán en el baño.
Y los ruidos orgánicos,
                                    por decreto,
cambiarán sus sórdidos sonidos de cloacas,
                                                                   por música de Bach.
Compuestos y almidonados,
                                            con el pene,
                                                               -planchado por mi madre-
de los días domingos,
                                   haremos el amor.
                                                              Y habrá fiesta,
en el corazón sublime de la esperanza,
                                                           y ese día,
                                                                           nos miraremos a los ojos.
Y mi cuerpo tendrá la arrogancia,
                                                    de saberme un hombre de bien,
y recitándote al oído,
                                 mi último poema,
                                                             "el amor existe"
hago estallar,
                    precisamente a media-noche,
                                                                 tu culo,
en mil fragmentos ambarinos,
                                             catarata de amor,
aguas dulces del orinoco sobre el mundo,
                                                                entre tus blasfemias.

De mi padre,
                     soy lo más brusco,
                                                   quiero decir,
                                                                        lo permanente.
Varias mujeres,
                         hacen la mujer.
                                                 Varios hombres,
                                                                            la guerra.
Una manera de decir,
                                  los encuentros son raros,
las dimensiones incomparables.
                                                 Un hombre,
                                                                     una mujer,
son,
        quiero decirlo,
                                el borde de un abismo,
                                                                    todavía prohibido.
De mi madre,
                     soy,
                             todo lo que vuela.
                                                         Lo que desaparece.
El milenario rimmel,
                               negro en sus ojos.
                                                            El carmín,
                                                                             en sus labios,
y el frenético tambor de sus tetas frente a mi sonrisa,
                                                                                de niño enamorado,
amante de la libertad,
                                 contaba empecinadamente el tiempo de su cautiverio.
Reloj de sangre.