lunes, 28 de febrero de 2011

Ahora harán conmigo el monumento al pene

Querida

Te lo dije en silencio,
no sueltes las amarras,
la libertad no existe.


Existe el desatino, las sombras,
la tonta esclavitud, del hombre,
por sus ocupaciones, por sus sexos.
Una colección de ultramodernos,
pequeños animalitos y grandes maricas.

Soy, te lo dije en silencio,
el último padre de occidente,
el último amante,
el fin del amor.

Entre la muerte y el deseo hablo la vida.

Te nombro amada, te nombro
y no me alcanza con nombrarte.

Recuerdo, cálidamente,
tu sangre sobre mi piel,
aquel delirio celular,
tu cuerpo en mi cuerpo.

Hablamos y dijimos: es imposible ser.
Recuerdo, sin embargo, bien amada,
argucias, históricas, inesperadas,
contra la propia vida de los hombres.

Tu carne, amada, esplendorosa carne,
racimos de humanidad por todas partes.
Llagas, heridas por doquier. Sangres,
entre nosotros, recordando la muerte.

Ahora, me lo digo, no va más.
Soy un artista.
Una catástrofe del alma.
Una fe destrozada por la historia,
del hombre una fatal encrucijada.

Estar al lado mío, para mí, sería suficiente.

Un hombre que a nadie pertenezca,
con sus propios sentidos, amores,
una cadena de palabras, vida, deseo,
goce inagotable.

El pene, te lo dije, era una imperfección.

Deseo del hombre que deseaste,
que te quedes conmigo, detenida,
quieta en el alma, conversando.

Quisiera confesarte que soy un solitario.

Desde el principio de los siglos,
entre fieras, vivo carnes y hartazgos.

Soy el poeta,
en mi cuerpo profundo y milenario,
al borde de los abismos de la locura,
escribo, lentamente, mis versos y miro,
tu desenfrenada carrera hacia la muerte.

Haciendo el amor el tiempo siempre sobra,
somos millones y millones, miles de siglos,
compartiendo mi pan y mis venenos y, aún,
mis tontas preocupaciones por el hombre.

Esta vez se trata de gozar, vivir.
Basta de experimentos, basta de ser,
deseo que desees,
no te necesito,
hagamos el amor.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

domingo, 27 de febrero de 2011

Noche 197.

Fuimos deletreando nuevamente el nombre de las cosas. Y las cosas se transformaban a nuestro llamado y terminábamos sin saber el verdadero nombre de las cosas.
Miguel Oscar Menassa
De Las 2001 Noches, 1997

viernes, 25 de febrero de 2011

LA MUJER Y YO -9-

Un día le confesé que estaba triste
que un dolor proveniente del alma
me dolía, punzante, en el costado.
Ella me miró con incredulidad
no podía entender que a mí, también,
me pasaran esas cosas y además,
el dolor se detuvo para escucharla
cuando con algo de rabia dijo:
Justo ahora se te ocurre enfermarte,
con las cuentas impagas,
la casa hipotecada
y yo querido, aún, insatisfecha.
Yo, tomándome el corazón con ambas manos
para que no saliera corriendo de mi pecho,
le dije suspirando ¿insatisfecha de qué?
y ella, rápidamente dijo: Dinero y sexo,
eso está bien al lado tuyo,
pero yo quiero luchar por mi libertad

quiero forjar un mundo sin sexo y sin dinero
¿entiendes, querido?
sexo y dinero tiene todo el mundo
pero ya nadie tiene libertad,
así que, sin medir las consecuencias,
desde hoy mismo me declaro en libertad.


Aquí, en mi casa,
delante de mis seres queridos
rompo las cadenas que, hasta hoy,
me ataban al mundo
y tomo los caminos del poema.
Yo estaba emocionado pero confuso,
la declaración de su libertad
era algo que yo estaba pensando
pero hablarme de esa manera
justo en el centro del dolor,
no me gustó su modo de liberarse
y al pensar en otras mujeres
no tuve más dolor y me di cuenta
que era capaz de sufrir del corazón,
con la intención de esclavizarla.
Su libertad me había devuelto el corazón.

Miguel Oscar Menassa
De "La mujer y yo", 2003

miércoles, 23 de febrero de 2011

VUELVO DE LOS ESPACIOS

Vuelvo de los espacios
donde temía
que su cuerpo dañara mi cuerpo.

Albatro muerto
albatro despedazado
por una emoción inalterable
quiero escuchar tu voz
arrancar de las palabras
tu canto quieto.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000

martes, 22 de febrero de 2011

¿Que pasa tio?

Aprendimos a torear en una esquina de mi barrio viejo,
bailando un tango triste, dándole de comer a la muerte.
Verónicas y malvas y, también, dejábamos pasar el amor.
Expertos en pases y movidas nadie llegaba hasta nosotros.

Conocí callejas y soledades una a una y, aún, en montones,
mujeres extraviadas como versos de cielos perfumados y luz.
Abiertas mujeres del pan y las caricias ausentes del dolor.
Mujeres de amor provenientes del centro mismo de la tierra.

Bares y alcoholes y estar más allá de la vida misma
y jugarse la vida por una mirada abierta al abismo.
Todo eso viví en mi barrio antes de nacer al cantar .

Así, que de toro macho, íbero, ve a jugar con tu madre.
A mí me toca quedarme aquí en España inventando el amor.
y no bufes como si fueras un toro herido que ya has muerto.

Miguel Oscar Menassa
De "Un argentino en España", 1987

sábado, 19 de febrero de 2011

Europa, querida, Europa


¿No te gustaría conocer Europa?

Una vez más escucho tangos
y estrello vieja ciudad contra mis ojos.


Aferrado a las ambiguas leyes del pasado.
recuerdo:
un patio
unas glicinas
un empedrado chueco
una estrellita de cartón
entre las cometas.


Lo recuerdo todo,
el cielo, la troya, rabiosa rayuela
y tus pasos de cisne y tu franca,
deliberada, caída en el infierno.


¿ No te gustaría conocer Europa?

Abro de par en par las ventanas,
para que la mañana corra por mi casa.
No espero respuesta del viento,
ni del suave y alocado perfume,
que trae el viento de los océanos.


Escribo porque escribir es un arte.

Y si no espero del viento los ronquidos,
ni de las montañas más altas la señal.
Si no espero, para mí, palabras de amor,
el encuentro siempre es feroz, múltiple.


Una manada de perfumes futuros,
contra los perfumes del pasado.
Un tango y su vaivén, ¿te imaginás?


el vértigo de un paso para atrás y su recuerdo.

¿No te gustaría conocer Europa?

Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa", 2002

viernes, 18 de febrero de 2011

HE COMENZADO LA MAÑANA...

He comenzado la mañana
ágil y fresco
amante de las bondades naturales
de los viejos poetas
Poniendo el oído en el vientre de mi amada.
Escuchando
toda la historia de la poesía moderna
hasta el canto del río
hasta el canto de los nuevos poetas.

No hay rincón oscuro en la mañana.
Sol alto Sol fuerte Sol abierto
no respeta el amor.
-En la mañana se debe tomar café con leche-
Nada de besos de terror.
Besos de amor en la cama de los grandes poetas.

Mi mujer canta, alegre y cantora en la mañana.
Ha gozado.

El gran sol pasa de largo. Inunda la habitación vecina.

Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966

domingo, 13 de febrero de 2011

Tango, querida, tango

Movimiento único y desparejo,
como si fuéramos mil haciendo el amor,
cada vez que se cruzaban tus piernas con las mías.

Éramos viento y nube y todo pasaba,
entre mi mano y tu cintura.

Crepúsculo donde mi taconeo
y la violencia de tus tetas,
otros ruidos,
otros pedazos de carne macilenta,
ponían en la noche de la ciudad,
un sonoro ritmo entre la selva.

Avena y luz para esta yegua entre mis brazos,
jinete, inesperado, de la noche, tango.

Amanece. Siento mi ser sobre tu ser.
Aspiro profundamente tu semen amado,
porque tu semen, también, es una lágrima
y borracha y loca entre tus brazos giro
y en el girar,
tus ojos me detienen y sos mi macho.

Ella me lo dice con toda la boca abierta:

si querés,
me mato una tarde cualquiera por vos,
envilecida y fantástica,
hembra y sol,
como si la vida fuera eso,
compás final.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

viernes, 11 de febrero de 2011

INTERRUPCIÓN PRIMERA


He tenido una idea. Intentando un currículum para mi próximo libro se me apareció una vida capaz de ser contada. Otra vez más una especie de literatura verdad. Ir contando cómo me fueron ocurriendo las cosas como si el poeta fuera otro.
Una especie de autobiografía en tercera persona o algo parecido. Todo al revés de cómo me enseñaron los grandes narradores. Me lo imagino cronológico y los cortes encomendados a la buena de la poesía, que otra vez me ayudará en esto que, por momentos, creo una empresa alocada.
Comenzaría diciendo: Yo soy Miguel Oscar Menassa, hijo de Raif, nieto de Naur y bisnieto de Alejandro, rey de reyes y, después, no sabría cómo seguir.
Nació el 19 de septiembre de 1940 y esto es comenzar de nuevo, a dos días de la primavera, pero eso no le sirvió de nada porque su hermana Norma había nacido dos años antes y, exactamente, el día de la primavera.
Su madre, Ángela, lo esperaba con tanta ansiedad que le puso, al verlo varón, el nombre de su propio hermano muerto. Raif, su padre, que recordaba de su pueblo una historia donde otro Miguel, hermoso muchacho, inteligente como nadie, murió muy joven una tarde, dicen, por envidia de la gente, le dijo al juez: usted le pone Miguel y, también, le pone Oscar.
A partir de ese día mi madre me llamó Miguel como su hermano muerto y mi padre me llamó Oscar, con la idea, que así no moriría como aquel otro Miguel de las historias. Mi vida pendía de un hilo. Cuando ella me llamaba, la muerte se abría desmesuradamente ante mí y yo, siempre, me sentía pequeño frente a esa inmensidad negra. Cuando mi padre me llamaba, la ausencia de la muerte en su llamado, me hacía ir a buscarla. Y así me la pasaba de la muerte a la muerte y recuerdo haber sido muy niño, como para poder intentar que fuera de otra manera. Haber sido varón me dio el privilegio de ser un niño esperado.
Desde ese privilegio y su culpa consecuente con sus hermanas, se podrán entender mejor las relaciones del poeta con las mujeres. Su hermana Elsa perdió el privilegio de ser la más grande y su hermana Norma dejó de ser la más pequeña y pasó a ser la del medio.
En mi casa cuando yo nací lo único bueno era ser varón, el resto contingencias de la vida que tenían que sobrellevarse como se pudiera.
Esas dos niñas rechazadas en el amor, por sus padres, tomarán venganza en el recién nacido, dejando en su pequeño cuerpo el estigma feroz, de que una mujer, en realidad, son dos mujeres y que una sola mujer, no existe, o es mamá.
En 1940, lo único importante fue nacer, el resto, siempre lo pienso, soy un niño raro, crecí como normal, nunca me contaron de mí en aquella época, ninguna catástrofe.
Nací cuando tuve que nacer, después crecí todo a su tiempo. Los dientes, el gateo, mis primeros pasos, mis primeras palabras. Lo único desmedido fue tomar el pecho hasta los quince meses. Yo mismo, cogía una silla pequeña y la arrastraba hasta donde estaba mi madre, me sentaba en la silla y le decía: Ven dame la teta, que hoy no te voy a morder.
Lo recuerdo como si fuera hoy, un churrasquito y la teta, un vasito de vino y la teta, una larga conversación con el padre, de por qué los niños tienen que crecer y eso es una mierda y la teta.
Una mañana, cerca de mediodía, me quedé sentado en el patio al sol y no arrastré la silla y no le dije nada a mi madre. Me puse a jugar pensativo con unas hojas secas de malvón.
Mi madre comenzó a llamarme desde la cocina: Miguelito, MigueLITO, MIGUELITO, después la vi venir caminando hacia mí con tres botones de la blusa desabrochados y la turgencia de sus pechos, amenazantes, clavados en mi boca. Con voz de tonta, asombrada, me dijo: El nene no quiere tomar la teta. ¿qué le pasa? ¿nene malo está enojado con la mamá buena? Yo la miraba desesperado, golpearla ya la había golpeado varias veces y no servía de nada. Se trataba de pronunciar una frase, decir alguna palabra que contuviera ese volcán.
Ella insistía, allí donde mujer y donde madre, varón por fin, a éste no se lo lleva nadie y desabrochaba con crueldad el cuarto botón de la blusa y por ese tajo se desprendían sus pechos de geranios, maduros de leche y de sonrisas y, ahora, daba otro paso más y con voz de tonta, asombrada por mi silencio: No me come más, mi nene, no me habla más, seguro que no me quiere más. A ver mi pijita dulce. Mi MACHO.
Termínala mamá.
Termínala vos, estúpido, ¿acaso no te gusta la teta?
Sí, me gusta pero...
Y entonces, por qué hace renegar a su madre ¿a ver qué es lo que su madre tendría que ponerse a hacer si usted deja de tomar la teta. Usted deja de tomar la teta y qué quiere, que me vuelva a acostar con el asqueroso de su padre?
¡Pero mamá!
Qué mamá, ni mamá, ya se lo dije varias veces. Usted toma la teta y es feliz. Yo le doy la teta y soy útil a la patria y mientras le sigo dando la teta, no me dejo tocar por el asqueroso de su padre.
A ver mi delicado bebé, mi jesucristo alado, mi perfume, a ver cómo toma la teta de mamá sin morderla.
De última le dije, mira vieja, perdóname, pero la teta no va más. A partir de hoy la teta le toca a papá. Yo ya hablé con el viejo y me dijo: si cuando seas grande, no quieres ser maricón, deja de tomar la teta.
No hijo, no me puedes hacer eso. A tu madre, a tu única madre.
Yo creo que papá tiene razón, que ya soy grande, que bien podría empezar a masturbarme en lugar de seguir tomando la teta.
Ángela era una mujer muy sensible, las últimas palabras del niño no llegó a escucharlas, se desmayó. En ese instante el niño aprendió que el colosal cuerpo de ella, el brutal y todopoderoso cuerpo de ella, se derretía con palabras. Este descubrimiento temprano, debemos decirlo, desvió definitivamente la vida del niño. A partir de ese momento jugar con las palabras sería su única locura.
Y su madre lo quería de ella y, él, fue de las palabras. Así se entretenía derritiendo cuerpos, deteniendo perfumes, construyendo castillos en el aire, destruyendo pirámides, asustando a su madre con las combinaciones, sorprendiendo a su padre con sus habilidades. Cuando volvió Raif, de trabajar, el niño le dijo que su madre se había desmayado oliendo los gladiolos.
Papá me alzó en brazos y me besó la frente y, después, me dio como un empujoncito en dirección a la cocina, tocándome el culo. Y me dijo, a ésta –mi madre- me la dejas a mí. Y se tiró sobre mi madre que todavía yacía desmayada, y comenzó a chuparle las tetas de una manera feroz. Y ella se despertó y gritaba, no quería, pero también le gustaba y me buscaba con la mirada como para pedirme perdón, porque le gustaba, y mi padre mientras tanto la inmovilizaba de los cabellos, y siguió chupando hasta secarla. Después comimos todos juntos en la mesa del comedor. Yo me sentía un hombre y mi madre, cada vez que yo la miraba, bajaba la cabeza.
En el almuerzo se llegó a decir: el nene es un hombre, el nene es un hombre y después a la tarde otra vez, creo que mamá, el nene es un hombre y claro a la noche lo soñé toda la noche, el nene es un hombre, el nene es un hombre y no sabía qué era, exactamente, lo que había pasado. Me desperté temprano y no dije nada. Me daba cuenca que esa noche había sido la última noche que dormía en la cama con mis padres, entre los dos, para que el asqueroso de mi padre, no tocara a mi madre. Me quedé con los ojos cerrados con la esperanza de escuchar alguna conversación entre ellos que guiara mis primeros pasos. El primero en hablar fue Raif. El nene no se despertó en toda la noche, ya es hora de que vaya a dormir con sus hermanas. Yo lo sabía, pero al escucharlo de boca de mi padre, sentí un dolor. Ella se puso como una fiera. Qué, acaso, no te gusta el niño. El niño me gusta, lo que no me gusta es que todavía duerma con nosotros. Bueno, si no querés dormir con el chico, vete a dormir con tus hijas. No, Ángela, contigo quiero dormir, y le dio un cachetazo y yo abrí los ojos sobresaltado y me puse a llorar. Entre las lágrimas vi un hilo de sangre corriendo entre su boca y su nariz y pensé que el horno no estaba para bollos y me fui a la cama de mis hermanas, que me recibieron con alegría, y mientras una me decía, mirá Miguelito lo que tengo, y yo me daba vuelta, la otra me pellizcaba el culo.
En sólo veinticuatro horas había pasado de la posición de hijo único a tener hermanas y sentía que en veinticuatro horas lo había perdido todo: la teta, la cama de mis padres.
Vivir sin ella era difícil. Atravesé una época de inapetencia y, a medida que crecía, me adelgazaba. Ella sabía y todos sabían, que no comer era la muda protesta de mi pequeño cuerpo, oponiéndose al mandato.
Después de follar como un beduino que era, mi padre, se fue tranquilizando y ella volvió entonces a las andanzas. Más joven que nunca, más moderna que siempre. En lugar de la teta me daba, la sopa, la carne, la papa, la leche, los caramelos, el agua, y en lugar de apretar su cuerpo contra el mío por las noches, me bañaba a cada rato y me metía los dedos en la nariz, en las orejas, en el culo, me daba enemas y me ponía supositorios por cualquier tontería y me tiraba la pielecita del pene, porque eso a los hombres les hacía bien, y me lavaba varias veces debajo de los huevos. Después me refrescaba con colonia, me peinaba, me daba cuatro o cinco besos, me decía que yo era el arcángel San Miguel, y que tuviera confianza que, a mí, me tocaba, derrotar al demonio. Se le hacía tarde para hacer la comida y se metía corriendo en el baño, se sentaba en el inodoro, me paraba a su lado, y yo, a veces, bajaba la vista para verla y ella me daba un cachetazo y se reía y decía como murmurando, asqueroso igual que el padre, y se tiraba un poco de agua fresca entre las piernas, me levantaba en vilo y me ponía sobre sus hombros y corriendo para la cocina gritaba: hoy tu padre nos va a matar, hoy nos mata.
Pero luego venía papá y no se daba cuenta de nada. Me veía limpio, encontraba la comida en la mesa. Además él era un hombre y un hombre no va por la vida pensando tonterías. Un hombre trabaja para mantener a su familia y para que sus hijos puedan labrarse un porvenir mejor que el suyo. Y la madre educa a los hijos hasta que vayan al colegio. Y ella les enseña las primeras cosas del bien y del mal y, así, todo el mundo debería ser feliz.
Mi padre era un idiota, un tipo de buen corazón. Ella le sonreía y él enseguida se ponía contento. Después se iban a dormir la siesta, él pensando en su madre y ella en mí. Lo reconozco, crecí impuro. Muchas noches cuando se movían y gritaban, él, mamita querida, y ella, hijo de mi amor, y se lo decía a él y no a mí, yo masturbaba frenéticamente a mis dos hermanas que se hacían las dormidas y a la mañana siguiente le contaban a mi madre sueños donde todo era goce infinito, frenesí y vértigo y al mismo tiempo, una paz, una paz infinita. Y entonces ella se reía y le decía a las chicas que ya una noche iría a soñar con ellas, porque eso que sentían soñando era lo mismo que papá le pedía cada vez que hacían el amor. Y se ponían a correr las tres por la casa, cantando: dónde está el picarón que a las chicas las hace soñar con el amor.
Yo al principio me escondía, pero ellas siempre me encontraban y me cantaban el cantito a los gritos y mis hermanas me pellizcaban el culo y ella me daba un besito en los huevitos y tomaba mi pequeño pene entre sus manos y se lo mostraba a las chicas y les decía: Cuántas mujeres nos vamos a coger con esta pijita, y se la daba a besar y ella misma la chupaba un poco y se reía y después entre las tres me bañaban. Y mientras me bañaban se mojaban la ropa y se la sacaban y nos quedábamos todos desnudos y yo quietecito en la bañera y ellas un rato me bañaban y un rato jugaban con el espejo y se tocaban el culo y Ella se agarraba las tetas y suspiraba y yo me llevaba desesperado mis manos entre las piernas y ella me veía y me gritaba pajero y mis hermanas me gritaban pajero, pajero y entre las tres me metían la cabeza debajo del agua y se reían, me imagino que por mi cara de desesperación. Cuando venía mi padre, yo estaba limpio y la comida estaba servida.
Una tarde antes de irse a dormir la siesta no sé por qué motivos dijo: hay que pedirle a Dios, Dios es bueno, a veces concede aquello que los hombres no pueden conceder. Por un tiempo creí en Dios ciegamente. Me la pasaba todo el día pidiéndole cosas. A ver, que llueva. A ver, que se mueran todos, que salga el sol, que mi padre gane la lotería. A ver, que se transforme esta pequeña lata, en música y no conseguí nada y me puse triste a punto de morirme, porque Dios no existía y vinieron a verme una multitud de médicos que no pudieron decir nada y vino, también, a verme María, la madre de mi madre, mujer de Antonio, y cuando entró en la pieza y me miró dijo enseguida: Este chico está triste. Los pensamientos que tiene son más grandes que él. Su cabeza está a punto de estallar, está a punto de morir como murió Miguel, tu hermano, con la cabeza destrozada.
¿Quién lo mató, mamá? Entre la meningitis y la medicina, hija. Me lo sacaron de mis brazos, cuando yo le había puesto una paloma en la cabeza, para que se llevara el mal y él empezaba a abrir los ojitos, vinieron los médicos con Elía, el vecino que es policía, y se lo llevaron al hospital y allí le abrieron la cabeza con unas tenazas y dejaron que se muriera poco a poco.
Terminó la frase con un chasquido fuerte de su lengua sobre el paladar. Y ahora vamos a hacer algo para que este Miguel no se nos muera y pidió una paloma. Palomas ya no hay más, respondió mi madre al borde del ataque histérico, murieron todas, la paz ya no existe. María era una maga, hizo salir a mi madre de la habitación y se sentó al lado de mi cama y comenzó a hablar: Un niño de dos años es muy pequeño para vivir bien entre los muertos y, además, la paloma, se sabe, es un símbolo de la mujer. Yo me sentaré, entonces, sobre tu cabeza, tú haces de cuenta que soy una paloma y te curarás. Pero, abuela, la paloma tiene que morir, para que yo me salve.
Viste, que estás mejor y sin decir más se acostó en mi cama y con una agilidad que le desconocía, levantó sus piernas y me preguntó si veía un agujero. Sí, le dije, es igual al que tiene mamá. Bueno si lo ves, trata de meter tu cabeza en ese agujero, con todas las fuerzas que te queden y no podrás entrar y a medida que te vayas dando cuenta de esa imposibilidad, te irás curando. Y en ese no poder irá volviendo la vida a tus entrañas. Al otro día me levanté mejor y pregunté qué había pasado, me dijeron: estuvieste muy enfermo a punto de morir. ¿Y María? pregunté con ansiedad. Pasó una cosa muy rara, ayer a la tarde, cuando tú nos pediste que te dejáramos sólo en la habitación y lo pediste con un hilo de voz, y después de escuchar unos ruidos rarísimos, te pusiste a gritar, ¡estoy otra vez con vida! ¡he resucitado! ¡he resucitado!, llamó el teléfono para avisarnos que la abuela María, había muerto. Qué raro, en el mismo momento que tú sentías haber resucitado, ella moría, seguramente, por cosas de alguna brujería. Vaya a saber qué demonios tienes ahora en el cuerpo.

Miguel Oscar Menassa
De "El oficio de morir, diario de un psicoanalista", 1983

miércoles, 9 de febrero de 2011

AMOR 2000

Es una voz inconfundible la que me confunde.
Los vientos detenidos clavándose en mi tiempo,
recurren a las más viejas fantasías de olvido
y, en ese punto negro de la memoria, surge el poema.

No es una sustancia, un ser, que atraviesan la nada.
Es nada lo que se come la sustancia, atravesando el ser.
Es huecos de huecos, el infinito que me mira,
es línea sobre línea, generando agujeros invisibles.

Opongo al misterioso siglo del vacío perfecto,
la carne desmesurada y abierta de tus ojos,
la sangre de tu boca, herida por lo insondable.

Opongo a la siniestra ceguera universal,
incandescente luz del choque de los cuerpos,
la magnética luz de tus palabras, amándome.

Miguel Oscar Menassa
de "La patria del poeta", 1991

martes, 8 de febrero de 2011

El hombre y yo -5-

Ella me quiere para sí,
mas siempre dice no.
Después, cuando se duerme
cansada de luchar,
sueña que el mundo
se detiene a su lado
y ella abre sus piernas,
abre sus piernas
y ya quisiera ser,
totalmente, del mundo
y ya quisiera
que el mundo se haga carne
y el mundo, ensombrecido,
sueño o prisión, desaparece
y ese pozo sin luz,
ese vacío es,
justamente,
lo que la mujer ama.

Miguel Oscar Menassa
De "El hombre y yo", 2005

lunes, 7 de febrero de 2011

ALGUNAS DE ELLAS

Ellas de vestirán livianamente para apurar la tarde
se despeinarán
encenderán cigarrillos en nuestra pieza
leerán por primera o segunda vez
nuestro nombre impreso en papel ilustración
Se quedarán esa tarde y la siguiente
hasta que tengamos que salir como las putas
a la calle
a cambiar de pensión y de familia.

Miguel Oscar Menassa
De "La ciudad se cansa", 1963

domingo, 6 de febrero de 2011

HE JUGADO DE MÁS

He jugado de más,
quiero confesarme
delante de la gente
y mi familia, también.

He jugado de todo
y todo lo perdí.
Le prometí a mi mujer
serle fiel hasta la muerte.

Una noche,
bien recuerdo,
jugando en el casino
llegó la suerte y me dijo:

Si pudieras desligarte
de tanto compromiso
y amarme con locura
yo suerte te daré.

Y para darme ánimo
me dijo “juega el nueve”
y yo no le creía
cuando el nueve salió.

Tuve ganas de amarla,
amarla hasta la muerte
pero dije con rabia
“soy fiel a mi mujer”.

La suerte, abandonada
por mis juicios morales,
besó mi frente y dijo
“serás un perdedor”.

Si pudieras desligarte
de tanto compromiso
y amarme con locura
yo suerte te daré.


Miguel Oscar Menassa
De "Canciones [2003-2004], 2010

sábado, 5 de febrero de 2011

CANTO PRIMERO

Y si quieren buscar
busquen en el tango.
Cantando y bailando,
descansando su cuerpo en las quebradas,
encontré,
todo lo necesario.
Escenarios dantescos donde la sangre,
era el alimento de los desposeídos,
una mancha de rubor
entre los ojos de la puta,
las manos del ladrón,
los versos del que dice,
amores extraviados,
crímenes perfectos.
¡Oh las locuras juveniles y los versos de Carriego!
toda la calle Florida lo vió,
con sus polainas,
galera
y bastón.
Nuestro tango aconseja,
dejarse caer,
morir alguna vez,
y la vida
sin titubear,
jugarla.
La mujer,
ni se toma, ni se cede,
ella en el tango hace lo que quiere,
es la madre.
Si quiere puta,
puta,
si quiere virgen,
virgen,
El cantor,
cantará,
el cantor no dejará de cantar.
Y si ella no acepta,
todavía,
toda su libertad,
se la mata
y si es necesario,
se mata a sus amantes,
a la policía
y al ejército mismo,
si es necesario.
El tango,
os digo,
es,
verdaderamente subversivo.

Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978

jueves, 3 de febrero de 2011

VISTE EL COLOR

Viste el color ardiente que tenía en mis ojos.

Estaba enamorado.

Te amaba como cuando las manos del ocaso
se entregan al poema.

Miguel Oscar Menassa
Al sur de Europa, 2002

miércoles, 2 de febrero de 2011

DEMONIO DE LA SOLEDAD

Y fue mi cuerpo fin y destino de mis manos
y el pasto fue marrón.
Heladas piedras
cayeron sin piedad sobre mi piel de niño
y los demonios de la verdad
anunciaron la muerte.

Miguel Oscar Menassa
De "Invocaciones", 1978

martes, 1 de febrero de 2011

METERSE EN EL CORAZÓN DE LA CIUDAD

A veces
tengo los ojos contra las nubes
sólo quiero volver a la ciudad.

Bajo desde las alturas ciudadanas y
me dejo caminar por la calle Princesa
y un solicito tibio acompaña mi paso.

Abandono por última vez Buenos Aires.

Una ciudad vista desde arriba
siempre está quieta.

Meterse en el corazón de la ciudad.
Meterse en el corazón de la ciudad.
Meterse en el corazón de la ciudad.

Hacer de esta locura casi campesina,
Madrid,
la Patria del Poeta.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000