miércoles, 10 de octubre de 2012

Monólogo entre la vaca y el moribundo

IV
Creo que mi vida es la vida de un personaje literario y no me puedo apartar mucho de eso, cuando escribo. Tal vez haya vivido equivocado los primeros 50 años de mi vida, tal vez, para poder vivir la vida que me fue tocando, tuve necesidad de creerla literaria, para hacerla posible de ser vivida.
Tal vez una verdad pueda cambiarse por otra verdad sin que se venga abajo ningún mundo. El amor puede transformarse en confort y el premio Nobel puede estar esperándonos, a la vuelta de cualquier esquina.
El problema, planteado a mi manera, sería el siguiente: Dentro de 21 años, matemáticamente, me darán el premio Nobel de Poesía, pero yo lo quiero antes de cumplir los 60 años, es decir, 11 años antes y, me imagino, que para que ese desfasaje temporal ocurra, algo tendré que hacer de otra manera.
Se me ocurre, de pronto, la mejor idea para hacerlo posible: Escribiré una novela acerca de un hombre como yo, de los 50 a los 60 años y la novela termina cuando me entregan el premio Nobel.
 Algo como el Ulises, pero con buen final, ya que han vuelto los boleros y para el próximo siglo, exactamente dentro de 10 años, se anuncia la llegada del amor a la tierra.
El hombre vivió en las grandes capitales del mundo, Buenos Aires, Madrid, Milán, París, pero ahora, vive en Arganda del Rey, pequeño pueblo comunista, a 29 kilómetros de Madrid y con capacidad actual para 25.000 habitantes.
Cuando miro por la ventana de mi habitación, donde escribo, hago el amor y sueño, veo entre el blanco de las otras casas y el azul del cielo, la bandera argentina y un vecino en el fondo de su casa tiene un caballo, que también veo por la ventana, como en la casa de mi abuela María.
La ventaja de vivir en Arganda es que tengo jardín. Pero ya vendrán tiempos mejores, y un poeta podrá tener su plantación personal de cacahuetes o alcachofas marinas o violentas tormentas del jazmín o dulces y tercos melocotones abiertos a la esperanza o, tal vez, esa manzana verde de la doble caída.
Pecado y ciencia tocan el corazón de la manzana y nosotros la seguimos usando como fruta para después de las comidas. Tengo tensión, tengo apetitos, hambres de milenios y, ahora, querrán conformarme con algún pedazo de queso, excrecencias de alguna vaca pastora, o la misma vaca muerta a palos y descuartizada encima de la mesa, recordando viejos rituales, donde los hombres
se comían unos a otros, y eso era el amor.
Clavo sin piedad mi cuchillo contra el corazón de la vaca y la
vaca muge, se desgarra de pasión frente al asesino. Yo, con precisión quirúrgica, separo grasa y nervios y le doy a mi amada un
bocado de los ovarios calcinados de la vaca.
- Somos libres, me dice ella, mientras se entretiene en el ruido de
sus dientes tratando de doblegar las partes quemadas del universo.
Después, más ligera, haciendo de todo espejismo, una mentira,
me dice con soltura:
- En mí, vive una vaca magistral, que muge y asesina todo el
tiempo. A veces, parece dolorida, pero nada le importa, sabe que ha nacido para ser asesinada a palos y, entonces, caga por todos lados y las flores enloquecidas se comen lo esencial de la mierda y crecen aceleradamente hacia el futuro.
Mutilada dentro de una pequeña caja de amor, acompañada de un
poema o bien sobre el mármol frío y desolado de una tumba, recordando que algo vive aunque el hombre muera.
Me estoy divirtiendo como hacía décadas no me pasaba, pero me
doy cuenta, que esto no me ha de servir mucho para el Nobel. Una gran experiencia, un gran amor y me desgrano en pequeños versos cotidianos.
Ella trata de explicarme que ya fuimos dominados, hace algunos siglos, que hoy día se trata de otra cosa, que ya nadie pelea o quiere o desea la libertad. Que la gente normal hace costosas colas para denunciarse a sí misma.
Mientras se dejaba caer en la cama finalizó, sin esperanzas:
-Lo peor, es que el Estado que nos controla es a su vez controlado por estados más poderosos...
Dejé caer sus palabras en el aire, porque ella misma las había dejado caer de esa manera y me detuve en claros pensamientos de aguas comestibles. Me imaginé vendiendo mi vida a una gran empresa inglesa y absolutamente convencido le dije sin rencor:
- La palabra por la palabra es tan inocente como el cuerpo por el cuerpo.
Algo consigo, pero no me doy cuenta de haber conseguido nada, por no haber conseguido de repente lo deseado. No me dejo llevar por ese vacío del alma, comienzo todo nuevamente. Vuelvo sobre huellas dejadas de lado. Invierto, parte del capital del mundo, en mis versos. Arranco del amor, estas palabras sanas, bellas y nadie me podrá decir que no he vivido.
Me toco el corazón de la serpiente y me siento vivito y coleando, hago ejercicios de respiración, como suponiendo que el viaje será largo y doy por abierta la competencia. Habrá fiestas y ancianas mujeres discutirán sobre mis orígenes:
- Nació del ruido, dirá la más anciana, y es por eso que puede escuchar los sonidos más lejanos de una voz.

Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001

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