viernes, 27 de enero de 2012

PARA OLGA EN SU 50 CUMPLEAÑOS

Cuando tenías veinte años, te conocí
entre millones de mujeres amadas
y me quedé contigo.
Siempre tu piel, tus besos, tus suspiros,
me ofrecían señales de aquellas multitudes.

Era tierno besarte, porque al abrir la boca,
salían en bandadas millones de palabras,
todas pidiendo libertad, cálidos amores,
para las pequeñas almas desnudas y sedientas.

Fuimos, lo reconozco, jóvenes, ágiles, fuertes.
Recuerdo aquellas tardes, memorables, de amor,
cuando, agarrándote en vilo de las nalgas,
te levantaba hasta 50 centímetros de mi corazón.

Aquel atardecer
que con el tiempo hicimos imborrable,
entre las cumbres
a 7.000 metros sobre el nivel del mar, encima
de los Andes más altos, de las nieves más altas,
te desnudé y me desnudé y la belleza fue infinita.

Fuimos sorprendidos por nuestra impotencia.
Tan cerca del cielo estabas extasiada
y no pudiste abrir las piernas.
Tan cerca de vos,
estaba enloquecido de inmensidad, sin sexo
y fuimos cóndores, entonces,
águilas y ese fue nuestro amor.

O aquella noche entre macarras y putas aburridas,
te abracé, te metí una pierna entre tus piernas
para bailar un tango
y una vuelta y un ocho para atrás
como una golondrina en pleno vuelo,
puso una sonrisa, amable, en cada puta,
puso un pájaro, inocente, en cada malandrín.

Y cuando, un poco locos, se nos daba
por hacer el amor con todo el mundo,
alcanzábamos del cuerpo
los genios más espléndidos,
nadie se resistía al influjo
brutal de nuestros besos.

Alquilábamos grandes salones, como el de hoy
y bebíamos de la misma copa cientos de licores
y bailábamos todos al ritmo de tus senos alados
y yo te amaba, porque amarte,
era amar a todo el universo.
Éramos tan hermosos juntos,
que nos tomábamos del brazo
y comiendo mandarinas
caminábamos tardes enteras de sol,
sólo para que los paseantes
nos vieran caminar con alegría
para que toda la belleza nuestra,
fuera compartida.

Éramos ágiles,
yo solía volar hasta tu corazón todas las mañanas.
Éramos fuertes,
vos me subías encima tuyo
y cantabas hasta quedarte sin respiración.
Éramos jóvenes, tan jóvenes,
que llegamos a desear vivir juntos,
en plena libertad, más de cien años.

Después vino la guerra,
como en todos los grandes amores
vino la guerra.

Pero nada,
nos agarramos fuerte a los pequeños ángeles,
que nos habían nacido de tanto estar unidos
y volando al unísono,
entre las balas, entre los maldecires,
volamos sin parar hasta caer rendidos,
todos juntos,
en una pequeña ciudad al sur de Europa.

Había luz, agua potable, seguridad social.
Algo de suerte habíamos tenido,
la guerra nos había expulsado de lo más amado,
pero habíamos caído en una ciudad civilizada,
después no fue, tampoco, para tanto.

Al principio nos costaba creer que la civilización
podía ignorar los pensamientos más modernos.
Algunos días protestamos,
pero después aprendimos a hablar de langostinos,
del punto de cocción de las judías verdes
y fuimos más normales que el viento en primavera
y nos nacieron hijos en España, desde ahí nuestra tierra.

De cualquier manera siempre vivimos asustados,
para escribir poesías nos escondíamos,
como cuando al comienzo del amor.
Después de tanto ejercitar, salíamos a la calle
y parecíamos dos personas normales:
Buenos días. ¿Qué tal? ¿Qué pasa macho? Adiós...

Después no voy a decir, precisamente, hoy,
día tan, claramente, festivo, inolvidable,
lo que sufrimos o lo que nos torturaron,
mucho, mucho sufrimos y algo nos torturaron
pero hemos decidido en este día espléndido
de tu cincuenta cumpleaños,
perdonar, querida Olga, perdonar.

Poder amar la vida
por sobre todas las desgracias,
amar a nuestros hijos
por sobre todos nuestros queridos muertos,
amar a nuestros cuerpos
más allá de los interminables fantasmas interiores.

Dejar que nuestros cuerpos
ya no tan ágiles pero ágiles.
Dejar que nuestros cuerpos
ya no tan fuertes pero fuertes.
Dejar que nuestros cuerpos
ya no tan jóvenes pero jóvenes.
Dejar a nuestros cuerpos
que sin ningún respeto por los años,
que sin ningún respeto por los vecinos,
que sin ningún respeto por los muertos,
querida, hagamos el amor,
delante de esta maravillosa gente amiga
para que puedan entender rápidamente
que una mujer a los cincuenta años,
precisamente, a los cincuenta años,
gana su libertad, se encuentra con su sexo,
adora multitudes,
desea con fervor un pedazo de historia.
Aquí va entonces a tus 50 años, sencillo, este poema.
Para nombrarte, Olga, amada mía, obrera del amor,
luz naciente de los más grandes febreros,
camarada asustada, por las revoluciones
que con amigos fuertes preparábamos,
pensábamos, delante de tus ojos,
de tus labios de amante iluminada.

Amada Olga, amada por mis más grandes amores,
hacían viento con mis versos para llevarte por los aires,
para que cada uno tuviera tu alegría,
tu manera de entregarte al poema, de darte en el amor.

Por todo eso en tu cincuenta cumpleaños,
aquí van, entonces, mis más bellos amores,
este trozo de historia con tu nombre,
algunos de mis versos.

Cuando tenías veinte años, querida Olga, te conocí,
entre millones de mujeres amadas y me quedé contigo,
siempre tu piel, tus besos, tus suspiros,
me ofrendan los sabores, los sueños, los encantos,
las señales ardientes de aquellas multitudes del amor.

Miguel Oscar Menassa.
De “Llantos del exilio,” 2001

No hay comentarios:

Publicar un comentario