lunes, 25 de marzo de 2013

LA MUJER Y YO - 45 -


Esta noche me gustaría reconocer
que, si bien, hubo épocas
que estuve distraída
y días escandalosos de silencio
y noches y noches queriéndome morir
para no enfrentarme al día siguiente,
y hubo épocas
que estuve enamorada y loca
y te amaba tánto
que con rencor te amaba
y dudé, llegué a dudar de todo
pero debo reconocer y hoy lo hago:
siempre me amaste con la misma intensidad,
tánto que, una vez, llegué a preguntarme,
¿Que será el amor para este hombre?
Y una vez que lo vi sumido
en una tristeza, aparentemente, sin salida
me dijo: Hoy no he podido amarte
y eso es la muerte para mí, 
aunque no me muera.
Me di cuenta que ese día
él había suspendido su amor
para que yo escribiera mi primer poema.

Bueno, la interrumpí casi sin fuerzas,
también es cierto que ese día yo
escribí mi poema número mil.

Él siempre trataba de disculparse,
nunca aceptaba que hacía algo para mí,
pero me observaba todo el tiempo.
Gozaba con todas mis caídas, todos mis triunfos,
hasta me lo imaginé gozando con mis amores
y, por ese motivo, dejé de tener amores.
No soportaba que él gozara siempre
aunque no hiciera nada, pero
él me amaba siempre con la misma intensidad.

Un día, recuerdo, lo aprisioné contra una frase
y le pregunté con mucha precisión:
¿Cómo te las arreglas?
¿Puedes preguntarme con alguna precisión?
Sí, ¿cómo haces para amarme,
siempre, con la misma intensidad?

Lo que amo depende, en parte, de mí
pero yo no soy el que controla la intensidad,
algo del mar, algo de la tierra, el reflejo del cosmos,
la historia del amor grabada en esas rocas.
Es por eso que el mar me beneficia tanto,
las olas van y vienen quitando el amor de las rocas,
y si tú estás ahí, como al descuido, amor te toca.

En esa ocasión, muy alterada, le dije: Vamos al mar,
mi amor, vamos a hundirnos en el mar para siempre
y él, hoy día estoy segura que para ahorrar,
que pocas veces me miraba a los ojos,
entró en mí para decirme: El mar eres tú.
Y esa noche fui atlántica y pacífica,
ardiente y coloquial, fría y escarpada
y él no necesitó ni moverse ni hablar
para ser hielo, fuego y dolor, todo para mí.
Y en medio de ese terremoto de amor,
no sé qué maldición atravesó mi cuerpo,
que cambiando de ritmo le pregunté
¿Aún me amas?
Él hizo como que su cuerpo volaba
alrededor de mi locura y me respondió:
Nunca te amé,
a tu lado,
siempre fui feliz.

Miguel Oscar Menassa
De “La mujer y yo”, 2003

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