sábado, 14 de mayo de 2011

LA MUJER Y YO -44-

Ella no me quería enjuiciar,
solamente a mí, ella quería
enjuiciar a toda la humanidad.

A veces, éramos como dos camaradas,
Ella, en esos momentos, se ponía nerviosa
cuando yo la trataba como a una mujer,
después, cuando estábamos en la cama
se enojaba si yo le hablaba de la guerra.

Delante de los niños parecía una madre,
normal y hasta corriente, cariñosa.
Después, cuando apretaba entre sus dientes
alguna bandera de pan y libertad,
era una verdadera pantera enamorada,
siempre más veloz,
más inteligente que su presa.

En medio del campo de batalla,
parecía una verdadera diosa del aire.
Ninguna guerra se animó a matarla
y ella solía florecer en plena guerra.
Desde temprano a la mañana
enardecía a los soldados jóvenes
y ponía en alerta a sus superiores.

Ella era, en realidad,
el espíritu de nuestras armas,
sin ella
nuestras armas perdían eficacia,
sin ella
nuestro ejército no existía.

Cuando perdíamos una batalla
ella explicaba que una batalla
no era la guerra y que,
de cualquier manera,
a veces uno, otras veces otros,
alguien tenía que perder.
Cuando ganábamos una batalla,
ella no explicaba nada,
sólo bailaba y bailaba y bailaba
hasta el amanecer, después,
descansaba un día
y, otra vez, a la guerra.

Nadie podía aguantar su marcha.
Destruía todos los ejércitos enemigos
y, también, destruía sus propios ejércitos.

Ella se llama Poesía,
es una mujer
y no quiere la guerra.

Miguel Oscar Menassa
De "La mujer y yo", 2003

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