Entregado a un destino que me depara lo mejor, lo más
grande, te escribo, para que no pienses que riquezas y famas, me han separado
de ti, oh, diosa de los encantamientos más puros; espejismo todo real.
Te llamo querida, porque así han de saber
que te amo. Y nadie andará diciendo por ahí, que nuestra relación fue vana o
que nuestros besos no eran lo más puro del amor. Y si hundo mis manos en tu
vientre es para definir la situación con mayor claridad. El hombre vuelve a la
tierra y en la tierra se consumen miles de historias que no han sido
publicadas. Por eso te escribo para que la serpiente de la duda anide para
siempre en nuestros corazones. Un poema para que nuestros cuerpos sean
inmortales en ese silencio del amor, o un gran amor, tal, que alguna vez
inmortalice algún poema.
Oh, querida, querida, cuántas veces me
desmoroné en tus labios. A veces llevado simplemente por las horas del día,
caía sobre vos, amada desde grandes alturas siempre en el medio preciso de una
frase. Sin saber lo que quería decir, todavía, pero intuyendo de sesgo, algún
final.
Siempre
me faltaban palabras, siempre había algo indecible entre nosotros. No era el
sexo, sino la historia sangrante y cruel que lo hace cantar. No eran de carne
nuestras historias, aunque se grabaran sobre nuestro cuerpo.
Cuando
amanecía tus brazos se quebraban sobre la lluvia y un llanto infinito nos
acogía para morir. Cuando amanecía, la luz hacía trizas nuestra soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
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