lunes, 11 de marzo de 2013

Querida:


    Entregado a un destino que me depara lo mejor, lo más grande, te escribo, para que no pienses que riquezas y famas, me han separado de ti, oh, diosa de los encantamientos más puros; espejismo todo real.
   Te llamo querida, porque así han de saber que te amo. Y nadie andará diciendo por ahí, que nuestra relación fue vana o que nuestros besos no eran lo más puro del amor. Y si hundo mis manos en tu vientre es para definir la situación con mayor claridad. El hombre vuelve a la tierra y en la tierra se consumen miles de historias que no han sido publicadas. Por eso te escribo para que la serpiente de la duda anide para siempre en nuestros corazones. Un poema para que nuestros cuerpos sean inmortales en ese silencio del amor, o un gran amor, tal, que alguna vez inmortalice algún poema.
   Oh, querida, querida, cuántas veces me desmoroné en tus labios. A veces llevado simplemente por las horas del día, caía sobre vos, amada desde grandes alturas siempre en el medio preciso de una frase. Sin saber lo que quería decir, todavía, pero intuyendo de sesgo, algún final.
    Siempre me faltaban palabras, siempre había algo indecible entre nosotros. No era el sexo, sino la historia sangrante y cruel que lo hace cantar. No eran de carne nuestras historias, aunque se grabaran sobre nuestro cuerpo.
    Cuando amanecía tus brazos se quebraban sobre la lluvia y un llanto infinito nos acogía para morir. Cuando amanecía, la luz hacía trizas nuestra soledad.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987


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