Esta noche me gustaría reconocer
que, si bien, hubo épocas
que estuve distraída
y días escandalosos de silencio
y noches y noches queriéndome
morir
para no enfrentarme al día
siguiente,
y hubo épocas
que estuve enamorada y loca
y te amaba tánto
que con rencor te amaba
y dudé, llegué a dudar de todo
pero debo reconocer y hoy lo hago:
siempre me amaste con la misma
intensidad,
tánto que, una vez, llegué a
preguntarme,
¿Que será el amor para este
hombre?
Y una vez que lo vi sumido
en una tristeza, aparentemente,
sin salida
me dijo: Hoy no he podido amarte
y eso es la muerte para mí,
aunque no me muera.
Me di cuenta que ese día
él había suspendido su amor
para que yo escribiera mi primer
poema.
Bueno, la interrumpí casi sin
fuerzas,
también es cierto que ese día yo
escribí mi poema número mil.
Él siempre trataba de disculparse,
nunca aceptaba que hacía algo
para mí,
pero me observaba todo el tiempo.
Gozaba con todas mis caídas,
todos mis triunfos,
hasta me lo imaginé gozando con
mis amores
y, por ese motivo, dejé de tener
amores.
No soportaba que él gozara siempre
aunque no hiciera nada, pero
él me amaba siempre con la misma
intensidad.
Un día, recuerdo, lo aprisioné
contra una frase
y le pregunté con mucha precisión:
¿Cómo te las arreglas?
¿Puedes preguntarme con alguna
precisión?
Sí, ¿cómo haces para amarme,
siempre, con la misma intensidad?
Lo que amo depende, en parte, de
mí
pero yo no soy el que controla la
intensidad,
algo del mar, algo de la tierra,
el reflejo del cosmos,
la historia del amor grabada en
esas rocas.
Es por eso que el mar me
beneficia tanto,
las olas van y vienen quitando el
amor de las rocas,
y si tú estás ahí, como al
descuido, amor te toca.
En esa ocasión, muy alterada, le
dije: Vamos al mar,
mi amor, vamos a hundirnos en el
mar para siempre
y él, hoy día estoy segura que
para ahorrar,
que pocas veces me miraba a los
ojos,
entró en mí para decirme: El mar
eres tú.
Y esa noche fui atlántica y
pacífica,
ardiente y coloquial, fría y
escarpada
y él no necesitó ni moverse ni
hablar
para ser hielo, fuego y dolor,
todo para mí.
Y en medio de ese terremoto de
amor,
no sé qué maldición atravesó mi
cuerpo,
que cambiando de ritmo le pregunté
¿Aún me amas?
Él hizo como que su cuerpo volaba
alrededor de mi locura y me
respondió:
Nunca te amé,
a tu lado,
siempre fui feliz.
Miguel Oscar Menassa
De “La mujer y yo”, 2003
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