Yo grité, “El oro está aquí, yo tengo el oro”
y todos miraron mis manos hasta arrancármelas
y revisaron mis bolsillos hasta rasgar mi piel.
Y nadie miró mi corazón
y nadie se deslizó por mis palabras
sólo la muerte, la locura, la mujer
se abalanzaron sobre mí y ella me dijo:
Arráncame los ojos, y yo le regalé todo mi amor.
Blandiendo el estallido genial de la memoria,
recuerdo haber nacido, le dije con entusiasmo,
recuerdo, perfectamente, los primeros pasos,
después llegué hasta aquí, cumbre o vacío,
rodeado, inmerso en el lenguaje,
ese mar espectacular y bravío y yo,
como dice el poema,
una pequeña balsa enamorada.
Me gusta cuando hablo, me dijo ella,
entrar en escena después de mis palabras.
Una rama madura que me permita,
ver a través de su textura los pequeños
rayos de sol, ofreciéndose,
como comida y consuelo al árbol amigo.
Una rama madura envuelta
en el torbellino de tus ojos, alerta siempre,
desesperada siempre, esperando la plenitud
para decirnos las palabras de amor.
Rama madura de la poesía por doquier,
como una lluvia de camelias encendidas,
suave lecho nupcial,
para los enamorados de la canción
que, en este caso, me dijo
sonriendo hasta con los ojos,
somos tú y yo.
y todos miraron mis manos hasta arrancármelas
y revisaron mis bolsillos hasta rasgar mi piel.
Y nadie miró mi corazón
y nadie se deslizó por mis palabras
sólo la muerte, la locura, la mujer
se abalanzaron sobre mí y ella me dijo:
Arráncame los ojos, y yo le regalé todo mi amor.
Blandiendo el estallido genial de la memoria,
recuerdo haber nacido, le dije con entusiasmo,
recuerdo, perfectamente, los primeros pasos,
después llegué hasta aquí, cumbre o vacío,
rodeado, inmerso en el lenguaje,
ese mar espectacular y bravío y yo,
como dice el poema,
una pequeña balsa enamorada.
Me gusta cuando hablo, me dijo ella,
entrar en escena después de mis palabras.
Una rama madura que me permita,
ver a través de su textura los pequeños
rayos de sol, ofreciéndose,
como comida y consuelo al árbol amigo.
Una rama madura envuelta
en el torbellino de tus ojos, alerta siempre,
desesperada siempre, esperando la plenitud
para decirnos las palabras de amor.
Rama madura de la poesía por doquier,
como una lluvia de camelias encendidas,
suave lecho nupcial,
para los enamorados de la canción
que, en este caso, me dijo
sonriendo hasta con los ojos,
somos tú y yo.
MIGUEL OSCAR MENASSA
De "La mujer y yo", 2003
De "La mujer y yo", 2003
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