lunes, 26 de marzo de 2012

LA MUJER Y YO -2-

Yo, antes de conocerlo, me creía viviendo,
hasta llegué a decirle a mi madre que era feliz
y para él, todo lo mío era insuficiente.
Un día me llegó a decir que, si lo amaba,
que si gozaba con sus cosas, debía decírselo.

Una tarde, en el colmo de la crueldad,
me reprochó que nunca, nunca,
le había dedicado ningún poema.
Yo, esa tarde, lloré con desesperación
pero él estaba ensayando la crueldad
y me dijo:
Llorar, siempre has llorado para mí
pero nunca me dedicaste un poema.
Yo, ahí, tenía intención de matarlo
pero no tenía fuerzas para hacerlo
entonces le pedía que me pegara.

Él, esos días, ni me pegaba ni nada,
él esas tardes lo sabía, lo adivinaba,
esas tardes grises la asesina era yo.
Pero él era, verdaderamente, cruel,
su crueldad, amigas, no tenía límites:

Se quedaba, ahí, quieto, como muerto,
días, semanas, meses enteros, siglos y,
después, cuando ya nadie lo esperaba,
ni mis amigas, ni siquiera yo misma,
él, de golpe, nacía nuevamente al amor,
distraído en un beso, iluminado de caricias
y pasaba, entre nosotras, como una ráfaga
de incendio y velocidad y fuertes aullidos
como si amor y sexo estuvieran uniéndose
precisamente, amiga, en nuestros cuerpos.

Y cuando estábamos a punto de conocer,
de lo imposible, un rasgo inexistente,
él se quedaba ahí, quieto, como muerto.
Y yo llamaba a mis amigas para revivirlo
y, ahí, era donde su crueldad era infinita:

me obligaba con razonamientos absurdos
y, totalmente convencida por sus palabras,
terminé haciendo el amor con mis amigas
y ese goce me volvía, perfectamente, loca
y fue, también, por eso que no le vi más.

Comencé a leer sus versos en secreto
para que nadie viera tánto amor,
pero todo el mundo se daba cuenta:
cuando estaba a su lado
mi cuerpo se incendiaba,
cuando se alejaba de mi lado
mi pensamiento para alcanzarlo
se incendiaba y tocaba el dolor,
pero yo leía sus versos en secreto
para engañar al mundo entero
que era su cuerpo lo que amaba,
para que, él, no se enterara nunca de que,
yo, estaba enamorada de sus versos.

Miguel Oscar Menassa
De "La mujer y yo", 2003

sábado, 24 de marzo de 2012

EL VERDADERO VIAJE

¡Cuidado! ¡Cuidado!
estamos a punto de naufragar.

Os habéis creído,
que en transatlántico poderoso
navegábamos
y sin embargo os digo:
mi vida
es una pequeña balsa enamorada.

Veo surgir entre las sombras
una luz que nadie apagará.
Formada de versos y perfumes
como vientos insondables
como una catarata de carne
abandonada
que por fin
encuentra su reinado.

Reinado de nubes
de antiguas fragancias
y de fragancias inconcebibles.
Pequeñas balsas enamoradas
siempre a punto de naufragar.

Por ahora
toda pasión será remar
hasta alcanzar el poema
en ese movimiento.

Remad hasta quedar sin fuerzas y, ahí,
comprenderéis el motivo de mi pasión.

Iremos por los más bellos ríos
y con el tiempo
nos animaremos a los grandes océanos
a la belleza de las borrascas en el mar
y siempre iremos temerosos de desaparecer,
pequeños, en esa inmensidad que nos rodea.

Saber nadar o ser grandiosos
no servirá de nada
para llegar
tendremos que mantener
la balsa a flote
y nosotros mantenernos
encima de la balsa.
Eso
todo el misterio.

Un día la balsa se partirá
en mil fragmentos
y cada uno
tendrá que aprender
a sostenerse en pequeños maderos.

Si es posible el poema es posible la vida.

Remad
agonizad remando
hasta sentir que solo
es imposible.
Quedad sin fuerzas.
Mirad cómo otros reman
y yo mismo remo
con las manos
ensangrentadas por el esfuerzo
sin descansar
hasta encontrar en ese movimiento
el poema.

Y cada uno tendrá su pequeña balsa
enamorada.
Dueño de su vida y de su muerte
puede tenderse en la balsa
para siempre
no remar más
y dejar que las aguas
lo lleven por doquier.

Y algún otro remando
desesperadamente
al verlo
escribirá un poema.

Remar en cualquier dirección tampoco sirve.

La tierra que promete
la poesía
siempre es la misma.
Se llega o no se llega.
Ella necesita reyes
centauros
sólo se deja sembrar
por revolucionarios y fanáticos
por hombres que en su tierra
construyen su casa y su familia
sus grandes ilusiones.

El que repita lo hecho jamás la encontrará.

Remad
para llegar a esa tierra
como nadie ha remado
y os serán ofrecidos
a vuestra llegada
manjares que no fueron
ofrecidos a nadie.

Y en las noches de desilusión
cuando nada es posible
en esa oscuridad
pedid a los mayores
que os cuenten
de los grandes navegantes
sus antiguas hazañas
en pequeños barquitos de papel.

Cada trecho recorrido
tendrá sus peligros.
Nada será fácil para el poeta.

Vendrá el amor y habrá que enamorarse
hasta sentir que la carne
temblando es un poema.
Y así llegará
la inolvidable noche
donde por un instante
esa pasión será la poesía.

Frente a la duda no dejar de remar.

Tomar en nuestros brazos,
fortalecidos como garras
por la crueldad del ejercicio,
a la persona amada
y seguir remando
si es necesario con los dientes.
Con el tiempo ella, también,
hará ejercicio con nosotros.

Después de a dos, de a tres,
de a todos,
rota la inmensidad de lo único
vendrá la muerte.
y no valdrá ninguna valentía
porque ella se jacta
de haber matado
a todos los valientes
en el primer encuentro.
Y tampoco valdrá ninguna cobardía
porque ella mata todo lo que huye.

Para encontrarse con la muerte
se necesita
haber aprendido algo del amor:
Ni huir. Ni arremeter contra nada.
Aprender a conversar tranquilamente
eso enseña el amor.

Cuando ella se acerque
y venga por nosotros
con su mirada inmensa
como ella misma es inmensa,
dejarla acercar
hasta que escuche
nuestra respiración
entrecortada por el encuentro.
Y ella enternecida
como es su costumbre
nos tenderá la mano
para que acompañemos
a vuestra majestad
al inmutable
reino del silencio.

Ahí
cuando entregarse
es lo más fácil
mirarla
en los ojos
la inmensidad
que le pertenece
y decirle entre dientes:
Amada muerte
mi enamorada
escribiré tu nombre
en todas las paredes
besaré
sin temor tus labios
como nunca
ningún hombre lo ha hecho
y te amaré verás
entre la sangre,
en las grandes catástrofes
y también te amaré
cuando un blanco capullo
reine en tu corazón.

La gran emoción
que recorre su manto negro
por encontrarse en un poema
hace de la muerte una mujer.
Ella también terminará remando
tranquilamente hasta la orilla
y compartirá mi pan y mis amores
y volará por las noches
para cobijar en su seno,
a los que ya dejaron de remar
y volverá
para encontrarse conmigo
y contarme sus hazañas.

Como si cada vez
fuera la primera
volveré a respirar
como respiran los atletas
y por haberlo aprendido de ella
la miraré enternecido y le diré:

Mi muerte enamorada
y ella
será feliz.

Después hay que seguir remando.

Ya nos preguntarán
y nosotros diremos:
hemos estado con el amor
y hemos estado, también,
con la muerte.
Al principio no nos creerán
dirán que para el hombre
es imposible.
Nos pedirán pruebas,
nosotros les mostraremos
como si fuera el cielo
algunos poemas
y conseguiremos con ese gesto
que llegue hasta nosotros
el tiempo de la burla.

Grandes embarcaciones que nada buscan
porque creen tener
pasarán una y otra vez a nuestro lado
tratando de hundir con sus juegos
nuestra pequeña balsa enamorada.

Nos llamarán
desde sus lujosas embarcaciones,
con los nombres
con los que se nombran los desperdicios.
Poetas. Locos. Asesinos.
Y en la algarabía estúpida de sus juegos
todo será posible.
Nos tirarán algunas piedras
y se dirán
nada los ofende y enfurecidos
nos gritarán:
Pelead ¡cobardes! defendeos.

Y después de mil veces y otras mil
con los ojos desorbitados
por el cansancio
y también por la sorpresa de ver
nuestra pequeña balsa enamorada
siguiendo su camino
y nosotros, tranquilamente,
sobre ella remando.

Después de haber atravesado
ilesos el camino de la burla
vendrá os aseguro
el tiempo del oro.

Aburridos de sus propias risas
querrán jugar a nuestro juego.
¿Cuánto cuesta esa madera
a punto de pudrirse
que usáis de embarcación?
y ¿cuánto vuestra vida?
¿Cuánto esas viejas cartas
de navegación
y cuánto esos poemas?

Cuestan, señor,
lo que le cuesta a un hombre,
dejar de pertenecerse
y entregarse al poema.

¿Cuánto dinero cuesta eso?

Todo y ninguno
tal vez su propia vida.

¿Cuánto dinero cuesta
mi vida entonces?

Todo y ninguno.
Su vida son palabras
como todas las vidas
y eso, tengo entendido,
vale nada.

Y ¿cuánto dinero cuesta pensar así?

Todo y ninguno.
Más bien hay que sumergirse
remar y no esperar nada.

Eso cuesta.
Sumergirse y no esperar nada
en las tinieblas,
hacia otra oscuridad mayor
el poema.

Una vez enamorados
el amor y la muerte
y rechazados el oro
y la burla por impuros
vendrá y de ninguna parte
porque ella
vivió siempre en nosotros
la locura.

El peor de todos los estrechos.
Surge imprevista,
por ser ley de su destino
la sorpresa
y no viene por ninguna pelea
porque trae el deseo
de trabar amistad con el poeta.

Y cuando llega
nos dice entre susurros
que su mundo
y el mundo de la poesía
son el mismo mundo.

Frente a la duda hay que seguir remando.

Informe se deja moldear
por nuestras palabras
y al tiempo ella también
tiene su grandeza.

Yo soy del amor, nos dice,
ese desenfreno
y la pasión
eterna de la muerte.

Tengo por costumbre
despreciar el oro
y sin embargo
las ansias por matar
que generan sus leyes
están intoxicadas de locura.

Ahí, ella y la poesía se parecen.

A instantes de juntarse
en nuestra mirada,
como si fuesen una sola cosa
la poesía, vieja loba de mar,
rema un trecho con nosotros
para mostrarnos
que la locura desde que llegó
permanece en el mismo rincón
de la pequeña balsa,
sin remar
recordando todo el tiempo
su pasado.

Contentos
de haber comprendido
la diferencia
encerramos a la locura
en un poema
y seguimos remando
hasta que un día
convencidos de su torpeza
para la navegación
se la entregamos
al amor y a la muerte
para que la locura
aprenda a volar.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000

jueves, 22 de marzo de 2012

MENOS UNO

A mi padre

Cuando morías, aún, vivía encadenado
y casi muero contigo entre cadenas.
Después fui levantando la cabeza
y un lazo de tristeza nos unía:

ser extranjero como vos,
sin padre como vos,
esperando,
en la próxima muerte,
mi muerte.

Recuerdo tus ojos a mi edad, llenos de fe,
con el brillo de quien espera de la vida,
todo,
el mundo, tu familia, tus hijos por doquier.

Te veo cavilando, solo como una roca, mi destino.

En medio de tus cavilaciones, alto y fragante,
con aquellos aromas del humo y del jazmín,
breves relatos de tu infancia.

Galopando ciego en tus ambiciones descubrí el universo

Busqué entre las estrellas un trozo de tu cuerpo
y todo era luz.

Palabras de tus palabras
sigo soñando el cuento aquel donde todo era amor.

Aferrado a tu manera de decir las cosas
guardo silencio.

Miguel Oscar Menassa:
De "La patria del poeta", 1991

martes, 20 de marzo de 2012

2 de septiembre de 1976, Calafell, pleno mar.

He esperado hasta el día de tu cumpleaños,
para cruzar toda una montaña y llegar al mar.

Estoy en el famoso mediterráneo
los niños jugando en las arenas.
Mojo mi cuerpo en sus orillas,
pongo mi cuerpo sin remordimientos al sol.
Este mar me pertenece desde siempre.

Después de los festejos de mediodía,
borrachos,
amantes de la libertad,
el tiempo y el espacio se hacen relativos,
y nosotros los dueños de esa relatividad.

Espero
deseo con el fervor de los iluminados,
que no haya error.
Sé que ustedes desean.
Estamos vivos.
Y estar vivos no es
como se cree
algo natural.

Soy un poeta,
y un poeta no debería tener otra responsabilidad
que la de su escritura.
Y sin embargo,
pienso desaforadamente en un sin número de personas,
desaforadamente en el bien y en el mal,
desaforadamente en la mortalidad y sus maneras.

Soy único y todos, soy todos y ninguno.

Y sin embargo narciso surge,
imbatible
apuesto
hermoso como nunca.

Insiste
llama a la puerta de mi corazón.

Por última vez mírate en las claras aguas de mis ojos.

Resistir,
sé que la represión me salvará de la muerte.
Y sin embargo
en las profundidades de sus ojos está la paz.
La cálida,
la eterna,
la definitiva paz.
Amén.
NAZCO Y EL ESTALLIDO DE MI SANGRE CIEGA TU SER,

y el límite es la eternidad.

¡oh! las palabras, ¡oh! las cadenas.

Miguel Oscar Menassa
De "Salto mortal", 1977

lunes, 19 de marzo de 2012

PARA HABITAR ESTOS NUEVOS INFIERNOS

Para habitar estos nuevos
infiernos que poseo
busco
nuevos demonios.

Demonios del olvido
conjurad el milagro:
que no quede en mí
piedra sobre piedra
que sean descifradas
todas mis escrituras.

Que el viento azul
viento otoñal
donde la muerte
prepara sus encuentros
nos devele el singular
misterio de la carne.

Demonios del olvido
que ninguno
sepa toda la verdad.

Cubrid con tempestades
y violencias
el lugar de los hombres
donde la muerte
es sólo una palabra más

muerte

muerte...

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000

domingo, 18 de marzo de 2012

EN MI ESTABA LA FURIA

Abriendo los candados de mi pecho
nos encontrábamos con ella haciendo pruebas
tratando de saber.
Él, solía preocuparse
de regar por las tardes, sereno, la magnolia.

Ella hablaba de menos y al parecer
los días de niebla en plena calle
abría sus ojos para iluminar
a quienes ya nada tenían que perder.
Manso como la muerte
él
tenía treinta y cuatro años y una vida violenta
hacía versos y decía: pertenezco al pasado.

En mi pecho, en medio de mi pecho
rompiendo definitivamente la puerta cancel
que me separa de ella, podemos verla practicar
peligrosas jugadas de ajedrez y tiro al blanco.
Él, sabe que tantos preparativos son para la guerra
y sin embargo
le propone a ella, en medio de mi pecho, un extraño festín.

Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975

viernes, 16 de marzo de 2012

Amor perdido. La juventud - XI -

Vino de tarde y me contó su vida,
con todo lujo de detalles, íntimos.

Sin esperar siquiera que yo hablara,
me contó sus amores.

Al rato bostecé y ella sin más me dijo:
¿entonces no me amas?
¿es mentira que has estado escuchándome?
¿es tan brutal la vida?

Yo terminé el bostezo
y le cogí la cara con mis manos.

Ella convulsionó sus ojos,
tembló todo su cuerpo,
abrió, sin compasión, sus labios.

Yo dejé caer mis manos al viento
y el viento devoró nuestras miradas.

Sin mirada, sin brazos,
caímos, sin esperanzas, de rodillas,
uno encima del otro
y comenzamos a llorar.

Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos", 1995

miércoles, 14 de marzo de 2012

CAMPO ALEGRE

La tierra se enfurece o descansa
cuando las manos del campesino
se alejan corriendo velozmente al pueblo
donde mujeres abiertas como el mar
lo esperan.

Madres de amor
hembras de amor
cantan y escupen tus espaldas.
Aquí donde tu piel olorosa se agita
tú sabes del dolor de los surcos
cuando tus manos se agigantan.

El amor se agiganta.
No se te parte el corazón
La sangre no se vierte.

La revolución también espera.

Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966

domingo, 11 de marzo de 2012

POEMA V

Volver por las noches para espiar sobre tu cuerpo
las pequeñas y brillantes marcas del amor
era algo a lo cual estábamos acostumbrados
y sin embargo hubo una marca insoportable.
Una marca que señalaba otro destino
para tu cuerpo de mujer.

Una marca celeste, abierta, en lo profundo de tu carne
-cielo de nubes y de alcántaras
fuego sagrado abierto a todos los horizontes
amada
rosa sin fin como metralla luminosa
encegueciendo sin dar tregua los ojos enemigos-.

Herida insoportable, tajo de amor, en lo profundo de tus ojos
-mansa vaca dorada, paciente tejedora,
tu mar de fondo
tiene el color del bronce que en su mirada
suelen tener los grandes asesinos-.

Devastadora
voraz incendio de los bosques.

Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975

sábado, 10 de marzo de 2012

Querida:

En los desparejos festines enamorados de tu cuerpo en mi cuerpo, voy encontrando en las argucias de la razón toda tu belleza. Voy abriendo en los espejismos de tus voces, mis amores más ocultos.

Encandilado por las argucias de la noche tejo sobre tus ojos este delirio, abierto a la mansedumbre de las palabras más cotidianas.

¡Así se debe ir por la vida. Cantando y bailando!

Despejemos, querida, los laberintos del odio y aparecerá
frente a nosotros una montaña inmensa de calor, de oro.

Soy satán abierto a los blancos perfumes de la tarde.
Un diablo que canta todo el día canciones del amor.
Un diablo mar, sortilegio de una noche primaveral. Una especie de noche de fuego para los muertos.

No ves, querida, que hoy canto desesperadamente, como si fuera a morir. Canto pequeño, ardiente, enamorado y loco, empedernido canto de los adioses.

Soy el fulgurante secreto de la nada.

Fibra animal lejana, ajada melodía.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

miércoles, 7 de marzo de 2012

Monólogo entre la vaca y el moribundo - XII-

Ayer me llamaron de Suecia para darme el premio Nobel y les contesté que se lo metieran en el culo.
Me llamaron del diario El País para hacerme un reportaje sobre la envidia de los periodistas por los poetas y les dije que se lo hicieran a su madre.
Antes que me llamaran los de la televisión envié una carta donde los mandaba a la mierda.
Después me llamó una novia de cuando teníamos veinte años y me preguntó cómo me sentía.
Yo le contesté, preguntando a mi vez:
—¿Cómo me siento o cómo me va?
Ella cortó inmediatamente y yo me quedé pensando en la vaca.
Salí a la calle y compré 120 rosales rojos para mi pequeño balcón y nos sentamos con la vaca, uno al lado del otro, a conversar tranquilamente.
—¿Qué tal vaca? le dije para comenzar con algo y la vaca me contestó de manera sencilla.
—Muhuhuhu.
Me emocionó su sencillez y pensé para mis adentros: La vaca, pobre, muge de tristeza.
Ella entornó sus ojos, cruzó sus piernas para atrás y señaló con la dirección de sus tetas al aire, la fotografía del Presidente del Gobierno.
De golpe sus piernas se doblaron de una manera extravagante y una rosa roja se le clavó en su corazón. La vaca dijo:
—Muhuhuu...
A mí me volvió a emocionar la sencillez de la vaca y pensé para mis adentros: Esta vez, la vaca, muge de dolor.
Ella entre mugidos engañosos, porque a partir de ahora ya nadie podía distinguir si la vaca mugía de tristeza o de dolor, intentaba con sus torpes manos arrancarse la rosa que se le había clavado en su corazón y, a la vez, quiero decir al mismo tiempo, trataba de comerse la foto del Presidente del Gobierno.
Me abalancé sobre la vaca y al intentar quitarle la rosa, una vez más, le arranqué el corazón y, así, los dos más tranquilos, nos comimos a medias la foto del Presidente.
Cuando terminamos de comer yo dije:
—Muhuhu...
Y la vaca pensó para sus adentros que el mundo había comenzado a cambiar.
Yo dije nuevamente:
—Muhuhuhu; Muhuhu...
Y la vaca dijo para sus adentros:
—Pobre hombre, muge de tristeza y de dolor. Está cansado de esperar el Premio Nobel, cansado que nadie quiera entrevistarlo, cansado de que lo llame siempre la novia de cuando tenían veinte años para decirle que aún lo ama, pero que vivir con él es imposible. Pobre hombre. Poeta de multitudes morirá en soledad.

Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001

martes, 6 de marzo de 2012

EL REY

Fui lo reconozco,
el rey de la locura,
el que mejor podía vivir entre fantasmas,
... el que vivía solo.

Fui el tiempo de la voz,
la flor de los acíbares.
Ronca, desesperada, sorda voz,
inolvidable mutación primera.

Fui
un grito en medio de todos los silencios.
El estallido del payaso
cayendo entre las fieras.

Miguel Oscar Menassa
De "Salto mortal", 1977

lunes, 5 de marzo de 2012

¿Quién, querida, yo?

Es evidente, no sé a quién tengo que dirigirme.
Quisiera llamar la atención de todo un pueblo.
Gritar aullidos verdaderamente desgarradores.
Algo que nadie pueda olvidar, así, fácilmente.

Después antes de gritar, veo que es poco lo que tengo en mis gritos.
Un poco de libertad desesperada, un poco de convicciones juveniles.
Una mujer, me digo, una sola mujer en una sola cama, eso tal vez.
La soledad de la campiña, pobres nidos, pobres árboles muertos.

Un grito pequeño, encerrado en mí mismo, mirándome al espejo.
Un grito de mi boca, pequeña, a mi pequeño corazón sangrante.
Sólo para tocar, la roca de mi amor por mí, cuerpo enamorado.

Cuerpo deshabitado agujero del viento posible para el hombre
Romper con un pequeño grito los bordes de esa caricia eterna
Gritar, gritos pequeños, contra mi propia piedra, corazón.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

sábado, 3 de marzo de 2012

EL AMOR EXISTE Y LA LIBERTAD

Fui un hombre
amante de la libertad
y los venturosos días por venir.
Después cayeron sobre mí,
la guerra y sus estragos.

La libertad,
se fue poniendo negra entre mis brazos
y aquel bello rostro de los recuerdos infantiles,
su rostro,
se evaporó lentamente entre los ojos de la muerte.

Gritos desesperados saliendo a borbotones,
llamándola por última vez y, ella,
alta y desnuda, ráfaga inalcanzable de cielo,
ordena matar.

II

No sabemos, todavía, no sabemos:
¿Quién está vivo y quién está muerto?

III

A nuestro alrededor
la libertad seguía volando libremente
y volando,
se hablaba de ella en otros mundos
y volando,
había un reino más allá del cielo,
donde la libertad,
entre los soles de las galaxias superiores,
reinaba,
siempre intangible y serena,
la vida de los hombres.

IV

Para vivir, fue necesario
llenarse la cabeza y el alma de ilusiones.

Para vivir, fue necesario,
dejar de vivir.

V

De un ser despedazado hicimos escritura.
Una escritura hambrienta de porvenir,
libertad a los cuatro vientos,
amor, loco y vivaz, entre las letras.

Una escritura desesperada,
desenfrenada buscadora de amor.
de libertad, de humanidad.
Todo lo que no existe.

VI

Tiempo donde toda la música,
era el quejido de los moribundos.
Tiempo donde toda la alegría,
era recuerdo.

VII

Entre los bramidos de la muerte
me hundí en mi propio interior.
Quise encontrar sentido al universo
en el centro de mis tripas.
Hice de mi corazón,
un breve y opulento palacio de cemento.
Puse alambre de púas en mi piel,
me rodeé de fosos,
levanté los puentes levadizos
y puse cadenas a mi alrededor
y cadenas
y reflectores contra el sol
y dejé de escribir, porque temía,
que mi escritura transformara mi vida.

VIII

SILENCIO
era lo único que pedían.

IX

GRITAR
fue el único deseo.

X

Gritando y enmudeciendo para no morir.
Recordando y olvidando todo para no morir.
Levantando y agachando la cabeza para no morir.

XI

Quise volar como los pájaros, gruñir como las bestias

Quise ser Dios
y me moría de hambre con los hambrientos
Quise ser millones
y lloraba con los desesperados porque llorar,
es un recuerdo del hombre inolvidable.

La alegría me caló los huesos cuando le opuse
mi primer verso a la muerte.

XII

QUERIDA MUERTE,

a tu pesar,
a mi pesar,
la vida continúa.

XIII

Grotescas olas, cataclismos inesperados,
retorcimiento visceral.
Torturas
y hambre
y pequeños pecados solitarios,
que el tiempo castiga con la muerte

Un tiempo que todo da lo mismo.

XIV

Un tiempo,
un viento,
un opaco murmullo,
te parte la vida en mil pedazos.
Después, un hombre es lo que es.

XV

Después de la catástrofe escribo versos
y hago el amor porque el amor,
también hace la guerra.

Hablo a mis hijos del movimiento de los astros:
es posible hablar de las estrellas sin tocarlas
y nos quedamos mirando, tranquilamente, la luna,
el vuelo borracho de alguna abeja entre las flores
y nos distraemos con cualquier tontería de la tarde
porque les hará bien, me digo,
que vayan olvidando el nombre de los muertos.
Y sueño todas las noches un futuro brillante
y me levanto buscando un sol que hoy tampoco estará
y busco entre los hombres con quién hacer la guerra,
porque la guerra, también, hace el amor
y escribo versos.

XVI

Creciendo contra todo,
ambicionando todo lo que pronuncio,
le fui poniendo alas,
bujías electrónicas,
motores supersónicos a mi canto.
Y creciendo hice versos
y mis versos creciendo,
fueron mi vida.

Miguel Oscar Menassa
De El amor existe y la libertad",1984