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miércoles, 13 de noviembre de 2013
Monólogo entre la vaca y el moribundo - XII-
Ayer me llamaron de Suecia para darme el premio Nobel y les contesté que se lo metieran en el culo.
Me llamaron del diario El País para hacerme un reportaje sobre la envidia de los periodistas por los poetas y les dije que se lo hicieran a su madre.
Antes que me llamaran los de la televisión envié una carta donde los mandaba a la mierda.
Después me llamó una novia de cuando teníamos veinte años y me preguntó cómo me sentía.
Yo le contesté, preguntando a mi vez:
—¿Cómo me siento o cómo me va?
Ella cortó inmediatamente y yo me quedé pensando en la vaca.
Salí a la calle y compré 120 rosales rojos para mi pequeño balcón y nos sentamos con la vaca, uno al lado del otro, a conversar tranquilamente.
—¿Qué tal vaca? le dije para comenzar con algo y la vaca me contestó de manera sencilla.
—Muhuhuhu.
Me emocionó su sencillez y pensé para mis adentros: La vaca, pobre, muge de tristeza.
Ella entornó sus ojos, cruzó sus piernas para atrás y señaló con la dirección de sus tetas al aire, la fotografía del Presidente del Gobierno.
De golpe sus piernas se doblaron de una manera extravagante y una rosa roja se le clavó en su corazón. La vaca dijo:
—Muhuhuu...
A mí me volvió a emocionar la sencillez de la vaca y pensé para mis adentros: Esta vez, la vaca, muge de dolor.
Ella entre mugidos engañosos, porque a partir de ahora ya nadie podía distinguir si la vaca mugía de tristeza o de dolor, intentaba con sus torpes manos arrancarse la rosa que se le había clavado en su corazón y, a la vez, quiero decir al mismo tiempo, trataba de comerse la foto del Presidente del Gobierno.
Me abalancé sobre la vaca y al intentar quitarle la rosa, una vez más, le arranqué el corazón y, así, los dos más tranquilos, nos comimos a medias la foto del Presidente.
Cuando terminamos de comer yo dije:
—Muhuhu...
Y la vaca pensó para sus adentros que el mundo había comenzado a cambiar.
Yo dije nuevamente:
—Muhuhuhu; Muhuhu...
Y la vaca dijo para sus adentros:
—Pobre hombre, muge de tristeza y de dolor. Está cansado de esperar el Premio Nobel, cansado que nadie quiera entrevistarlo, cansado de que lo llame siempre la novia de cuando tenían veinte años para decirle que aún lo ama, pero que vivir con él es imposible. Pobre hombre. Poeta de multitudes morirá en soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001
miércoles, 29 de mayo de 2013
"El sexo del amor" de Miguel Oscar Menassa.
Capítulo IV
-Me
gustaría demostrarte algo que no puedo demostrarte:
Me
cortaría los huevos y te los ofrecería y estoy seguro que vos pensarías que
otra mujer se beneficia con ese gesto de amor.
Es por eso
que no me corto los huevos, es por eso que te amo hasta el ofrecimiento de lo
que no podré cumplir...
Miguel
trataba de hacerle comprender a Zara, algo que él creía haber entendido en las
entrevistas que tuvo con el Master.
-Lo que
quiero decirte, prosiguió, es que no hay prueba de amor verdadera, en el
sentido de que ninguna prueba de amor es suficiente prueba de amor.
Zara
acababa de cumplir 30 años y no podía entender cómo un niño como Miguel, porque
Miguel era casi un niño, tenía apenas 18 años y acababa de ingresar en la
Facultad de Medicina, ¿cómo era posible que hablara como hablaba?
-Eso me
calienta, pensaba Zara, yo hace 10 años que me psicoanalizo con el Master y no
puedo hablar como Miguel habla, después de haber tenido tres entrevistas con
él.
Zara
tratando de disuadirlo, le dice:
-Para mí,
sería prueba suficiente de amor, amar a la mujer que amas.
-Bueno,
eso para vos es muy sencillo, vos sos la mujer que amo, dijo Miguel sin
entender.
-Estaba
pensando, en el caso que te enamoraras de otra mujer, yo la amaría.
Zara,
nunca sabremos, si a propósito o sin querer, le había dado a Miguel una idea
que éste, evidentemente, no tenía:
Amar a dos
mujeres, hacer el amor con las dos juntas.
Cuando
siguió la conversación ya Miguel había crecido más de una década, entonces pudo
preguntar a su vez:
-¿Y qué
mujer te gusta tanto para amarla como me amas a mí?
Ella
respondió rápidamente:
-Ninguna, ninguna..../...
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El sexo del amor,
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poesía,
prosa,
Psicoanálisis
miércoles, 7 de marzo de 2012
Monólogo entre la vaca y el moribundo - XII-
Ayer me llamaron de Suecia para darme el premio Nobel y les contesté que se lo metieran en el culo.
Me llamaron del diario El País para hacerme un reportaje sobre la envidia de los periodistas por los poetas y les dije que se lo hicieran a su madre.
Antes que me llamaran los de la televisión envié una carta donde los mandaba a la mierda.
Después me llamó una novia de cuando teníamos veinte años y me preguntó cómo me sentía.
Yo le contesté, preguntando a mi vez:
—¿Cómo me siento o cómo me va?
Ella cortó inmediatamente y yo me quedé pensando en la vaca.
Salí a la calle y compré 120 rosales rojos para mi pequeño balcón y nos sentamos con la vaca, uno al lado del otro, a conversar tranquilamente.
—¿Qué tal vaca? le dije para comenzar con algo y la vaca me contestó de manera sencilla.
—Muhuhuhu.
Me emocionó su sencillez y pensé para mis adentros: La vaca, pobre, muge de tristeza.
Ella entornó sus ojos, cruzó sus piernas para atrás y señaló con la dirección de sus tetas al aire, la fotografía del Presidente del Gobierno.
De golpe sus piernas se doblaron de una manera extravagante y una rosa roja se le clavó en su corazón. La vaca dijo:
—Muhuhuu...
A mí me volvió a emocionar la sencillez de la vaca y pensé para mis adentros: Esta vez, la vaca, muge de dolor.
Ella entre mugidos engañosos, porque a partir de ahora ya nadie podía distinguir si la vaca mugía de tristeza o de dolor, intentaba con sus torpes manos arrancarse la rosa que se le había clavado en su corazón y, a la vez, quiero decir al mismo tiempo, trataba de comerse la foto del Presidente del Gobierno.
Me abalancé sobre la vaca y al intentar quitarle la rosa, una vez más, le arranqué el corazón y, así, los dos más tranquilos, nos comimos a medias la foto del Presidente.
Cuando terminamos de comer yo dije:
—Muhuhu...
Y la vaca pensó para sus adentros que el mundo había comenzado a cambiar.
Yo dije nuevamente:
—Muhuhuhu; Muhuhu...
Y la vaca dijo para sus adentros:
—Pobre hombre, muge de tristeza y de dolor. Está cansado de esperar el Premio Nobel, cansado que nadie quiera entrevistarlo, cansado de que lo llame siempre la novia de cuando tenían veinte años para decirle que aún lo ama, pero que vivir con él es imposible. Pobre hombre. Poeta de multitudes morirá en soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001
Me llamaron del diario El País para hacerme un reportaje sobre la envidia de los periodistas por los poetas y les dije que se lo hicieran a su madre.
Antes que me llamaran los de la televisión envié una carta donde los mandaba a la mierda.
Después me llamó una novia de cuando teníamos veinte años y me preguntó cómo me sentía.
Yo le contesté, preguntando a mi vez:
—¿Cómo me siento o cómo me va?
Ella cortó inmediatamente y yo me quedé pensando en la vaca.
Salí a la calle y compré 120 rosales rojos para mi pequeño balcón y nos sentamos con la vaca, uno al lado del otro, a conversar tranquilamente.
—¿Qué tal vaca? le dije para comenzar con algo y la vaca me contestó de manera sencilla.
—Muhuhuhu.
Me emocionó su sencillez y pensé para mis adentros: La vaca, pobre, muge de tristeza.
Ella entornó sus ojos, cruzó sus piernas para atrás y señaló con la dirección de sus tetas al aire, la fotografía del Presidente del Gobierno.
De golpe sus piernas se doblaron de una manera extravagante y una rosa roja se le clavó en su corazón. La vaca dijo:
—Muhuhuu...
A mí me volvió a emocionar la sencillez de la vaca y pensé para mis adentros: Esta vez, la vaca, muge de dolor.
Ella entre mugidos engañosos, porque a partir de ahora ya nadie podía distinguir si la vaca mugía de tristeza o de dolor, intentaba con sus torpes manos arrancarse la rosa que se le había clavado en su corazón y, a la vez, quiero decir al mismo tiempo, trataba de comerse la foto del Presidente del Gobierno.
Me abalancé sobre la vaca y al intentar quitarle la rosa, una vez más, le arranqué el corazón y, así, los dos más tranquilos, nos comimos a medias la foto del Presidente.
Cuando terminamos de comer yo dije:
—Muhuhu...
Y la vaca pensó para sus adentros que el mundo había comenzado a cambiar.
Yo dije nuevamente:
—Muhuhuhu; Muhuhu...
Y la vaca dijo para sus adentros:
—Pobre hombre, muge de tristeza y de dolor. Está cansado de esperar el Premio Nobel, cansado que nadie quiera entrevistarlo, cansado de que lo llame siempre la novia de cuando tenían veinte años para decirle que aún lo ama, pero que vivir con él es imposible. Pobre hombre. Poeta de multitudes morirá en soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001
domingo, 26 de febrero de 2012
Editorial nº 1. Enero-Febrero 92
.../...
Escribo desde las secretas entrañas de un negro vibrante. Me dirijo hacia todas las direcciones y, también, para arriba pero en mí, hay algo que cae, algo que no deja de caer.
Y si tuviera la fortuna que alquien me preguntara ¿por qué me dirijo al mundo en forma de pequeña revista? yo contestaría con premura: Grandes escritores, antes que yo mismo, dedic...aron gran parte de su vida a confeccionar y publicar pequeñas revistas. Y no es, precisamente, que yo me sepa un gran escritor, más bien, un saber general que anida en mí, dice que lo grande convence a cualquiera, aunque en verdad no quiero, en un sentido estricto, convencer a nadie.
Para arriba siempre se va bien. Pero, a veces, se ambiciona caer, ir para los costados. Y no es, tampoco, que me vaya a pasar los próximos 50 años de mi vida enderezando a los caídos-torcidos, pero me sale así y así quiero decirlo:
Nací a la vida a orillas del Jarama, caí ya no sé dónde, venía para arriba en otra dimensión pero nací a la vida a orillas del Jarama.
Caído o elevado, nunca supe. Mas, sin embargo, la Jota de Jarama, me recordó el desierto y, ahí, me fui quedando, en esa algarabía, en ese baile quieto de los siglos, yo también era como el Gran Inca, hijo del sol y el oro me pertenecía porque el oro era el sudor del sol, yo también como el Gran Inca al morir no moriría porque al día siguiente viviré en este poema:
Esta vez soy el indio que no hará la guerra.
Esta vez soy el indio que no someterán.
Esta vez soy el indio que habla las palabras.
Esta vez soy el indio que se libera en versos.
No véis que ya no quedan puñales en mis ojos
ni lanzas a caballo corriendo hacia la muerte.
No véis que Cristo ha caído de los andes,
que ya no quedan, en mis ojos, plegarias.
Esta vez soy el indio que viene del futuro.
No tengo tesoros que guardar, ni templos,
ni mujeres enamoradas, ni tierras fértiles.
No haré la guerra ni el amor ni escaparé, cobarde.
provengo de sumergidas Atlántidas del verbo.
Soy el indio poeta, esa civilización, imposible.
Miguel Oscar Menassa
De "El Indio del Jarama Editoriales [1992-1997], 2000
Escribo desde las secretas entrañas de un negro vibrante. Me dirijo hacia todas las direcciones y, también, para arriba pero en mí, hay algo que cae, algo que no deja de caer.
Y si tuviera la fortuna que alquien me preguntara ¿por qué me dirijo al mundo en forma de pequeña revista? yo contestaría con premura: Grandes escritores, antes que yo mismo, dedic...aron gran parte de su vida a confeccionar y publicar pequeñas revistas. Y no es, precisamente, que yo me sepa un gran escritor, más bien, un saber general que anida en mí, dice que lo grande convence a cualquiera, aunque en verdad no quiero, en un sentido estricto, convencer a nadie.
Para arriba siempre se va bien. Pero, a veces, se ambiciona caer, ir para los costados. Y no es, tampoco, que me vaya a pasar los próximos 50 años de mi vida enderezando a los caídos-torcidos, pero me sale así y así quiero decirlo:
Nací a la vida a orillas del Jarama, caí ya no sé dónde, venía para arriba en otra dimensión pero nací a la vida a orillas del Jarama.
Caído o elevado, nunca supe. Mas, sin embargo, la Jota de Jarama, me recordó el desierto y, ahí, me fui quedando, en esa algarabía, en ese baile quieto de los siglos, yo también era como el Gran Inca, hijo del sol y el oro me pertenecía porque el oro era el sudor del sol, yo también como el Gran Inca al morir no moriría porque al día siguiente viviré en este poema:
Esta vez soy el indio que no hará la guerra.
Esta vez soy el indio que no someterán.
Esta vez soy el indio que habla las palabras.
Esta vez soy el indio que se libera en versos.
No véis que ya no quedan puñales en mis ojos
ni lanzas a caballo corriendo hacia la muerte.
No véis que Cristo ha caído de los andes,
que ya no quedan, en mis ojos, plegarias.
Esta vez soy el indio que viene del futuro.
No tengo tesoros que guardar, ni templos,
ni mujeres enamoradas, ni tierras fértiles.
No haré la guerra ni el amor ni escaparé, cobarde.
provengo de sumergidas Atlántidas del verbo.
Soy el indio poeta, esa civilización, imposible.
Miguel Oscar Menassa
De "El Indio del Jarama Editoriales [1992-1997], 2000
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viernes, 24 de junio de 2011
Sábado, 7 de octubre de 2000
Querida:
Haber inaugurado con las tres cartas anteriores mi espacio en Internet, me ha llenado de un nuevo entusiasmo, sentir que sentado cómodamente en un sillón, especial para estar sentado, pueda poner mi palabra al alcance de infinitas escuchas.
Algo así como un nuevo amor. No me importan mucho los resultados, sino la práctica del nuevo amor.
Poder decir algún día: Una vez, yo tuve un nuevo amor y me dejé llevar por unos pobres besos hasta la muerte, casi hasta la locura.
Y todo fue el color de mis apetencias. Y respiraba para que existiera el aire y abría mis ojos para que el sol no dejara de brillar.
Y tocaba con frenesí la guitarra de mis amores muertos y era un quejido insostenible, mis propios versos se dejaban caer como flores marchitas, abrumados por el peso del amor. Era un borde donde había un dolor a punto de romperse, un dolor perdiéndose, el nacimiento de una nueva vida, un dolor muerto.
Miguel Oscar Menassa
De "Cartas a mi mujer", 2000
Haber inaugurado con las tres cartas anteriores mi espacio en Internet, me ha llenado de un nuevo entusiasmo, sentir que sentado cómodamente en un sillón, especial para estar sentado, pueda poner mi palabra al alcance de infinitas escuchas.
Algo así como un nuevo amor. No me importan mucho los resultados, sino la práctica del nuevo amor.
Poder decir algún día: Una vez, yo tuve un nuevo amor y me dejé llevar por unos pobres besos hasta la muerte, casi hasta la locura.
Y todo fue el color de mis apetencias. Y respiraba para que existiera el aire y abría mis ojos para que el sol no dejara de brillar.
Y tocaba con frenesí la guitarra de mis amores muertos y era un quejido insostenible, mis propios versos se dejaban caer como flores marchitas, abrumados por el peso del amor. Era un borde donde había un dolor a punto de romperse, un dolor perdiéndose, el nacimiento de una nueva vida, un dolor muerto.
Miguel Oscar Menassa
De "Cartas a mi mujer", 2000
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viernes, 21 de enero de 2011
LA MÁQUINA ELECTRÓNICA
Hubo un tiempo, mi padre, humilde ciudadano de una ciudad, creo del Oriente, me habla de él. Se llamaba el tiempo del fácil volar. Cada hombre, cada mujer, cada niño tenía su alfombra propia.
Los hombres, una alfombra azul; las mujeres, una alfombra rosa, los niños una alfombra pequeña. En aquel tiempo -según siempre me cuenta mi padre- no existían los ejecutivos. Después, dice mi padre, los hombres fueron poseídos por el demonio y fue así como el mundo conoció la confusión: los niños querían tener la alfombra rosa, las mujeres la alfombra azul y los hombres dos alfombras.
Dios se enojó mucho al ver a sus queridos hijos en tremenda confusión y una tarde, una tarde de verano, dice mi padre, quemó todas las alfombras menos una, como se hace actualmente con las banderas.
A partir de esa tarde, solamente Dios pudo volar y para los hombres vinieron, sucesivamente, las épocas de los caballos propios, de las mujeres propias, de las casas propias, de las fábricas propias.
Pero en estas épocas no ocurría lo mismo que con las alfombras, porque no había ni tantas casas, mujeres, caballos o fábricas, como para que cada uno tuviera la propia. Fue entonces cuando David, sí, el rey David, el sabio, el omnipotente David (su madre le llamaba divanlito) inventó los alquileres. Mucho tiempo después, los alquileres aumentaron. Pero antes de esto, sí, aunque parezca mentira, en la época de los esclavos negros (porque después vino la época de los esclavos blancos), Espartaco, un esclavo mestizo, cansado, pobre, de matar con sus manos un par de leones diarios, inventó una máquina, sí, una máquina que, mientras él leía el selecciones, ella mataba a los leones. Claro que, lo que había inventado Espartaco, no era verdaderamente lo que se dice una máquina electrónica. Pero, si queremos entender esta historia debemos dividir el tiempo en dos, de esta única manera: el tiempo antes de Espartaco, el tiempo después de Espartaco o de las máquinas electrónicas.
Fue después de Espartaco, que cada hombre, cada mujer quiso tener su máquina propia, los niños una máquina pequeña cada uno.
Los estudiosos de la época inventaron varias ciencias y millones de nuevas palabras para explicar el proceso, y fue así como nació el psicoanálisis.
Y así fue como algunos ciudadanos rusos (aquellos que trabajaban más rápido que sus compañeros y gozaban de los beneficios del trabajo incentivado) compraron su máquina y le enseñaron a jugar al ajedrez que, en definitiva, es un juego moral.
Y así fue como algunos ciudadanos norteamericanos (aquellos que habían nacido sin siquiera un octavo de sangre negra- caliente o humana- en sus venas; y que gozaban por lo tanto de los beneficios que todos los hijos de la tribu del gran masturbador primer rey blanquísimo, gozaban) compraron su máquina y le enseñaron a jugar al ajedrez que, en definitiva, es un juego moral. Y así fue como nació la coexistencia pacífica. A todo esto, nadie puede explicarse el por qué, los ciudadanos chinos comenzaron a fabricar alfombras.
A este punto del relato, mi padre comienza a llorar desesperadamente.
Porque hubo en el principio, dice mi padre, Espartaco y su máquina, pero hubo después otros hombres, otras mujeres, en definitiva otras máquinas.
En un principio cada cual por su cuenta, después se formaron equipos. Estos equipos crecieron y se multiplicaron y llegaron a Estados Unidos, donde un judío adinerado compró todos los equipos del mundo, menos uno -que quedó en poder de los franceses- e hizo que todos los equipos trabajaran para él, e inventó el capitalismo, pero "como el dinero que se gana sin el sudor de la frente no sirve para nada" (estas últimas palabras son de mi padre, que no sé por qué motivo él se las atribuye a Jesucristo; otro judío más, inexplicablemente), el pobre judío norteamericano enloqueció de tanto dinero y de tanto dinero y se acostó con su madre. Historia a la cual el psicoanálisis, que ya se había inventado mucho tiempo antes, designó con el nombre de "complejo de Edipo", pero esto en realidad no solucionó nada porque cada tribu tenía su complejo de Edipo propio o por lo menos su explicación propia, que en ningún caso era igual a la de otra tribu. Por ejemplo, la tribu de los descendientes de David (el inventor de los alquileres) decía que el complejo de Edipo era tener una mujer y alquilarse otra. La tribu de los descendientes de Espartaco (el inventor de la máquina) decía que una máquina siempre es una máquina y que no vale la pena ser acomplejado.
Y todo fue así hasta el descubrimiento de América del Sur, y fue entonces cuando se inventaron los países subdesarrollados, los sueldos subdesarrollados, los ejecutivos subdesarrollados. A tal punto, los franceses, que por algo deben de tener su fama, comenzaron a preparar gente para colonizar estas tierras de Dios, que en verdad no eran ni de Dios ni de nadie. Pero a tal punto, el pobre, loco, judío norteamericano había enloquecido que, cuando llegaron los franceses, él ya era el dueño de todas las Américas del Sur y de todas las Américas Centrales, menos una.
Pero los franceses, que por algo deben tener su fama, plantearon la situación a sus poetas; éstos, que entendieron mal las cosas, creyeron que debían destruir todo lo existente y crearon el surrealismo. Después del surrealismo, vino el amor y un ministro de relaciones públicas, francés, enamoró a la hijahermana del judío norteamericano y casó con ella.
Los franceses tenían todavía en su poder la única máquina que no consiguió comprar el ya muerto pobre loco judío norteamericano. Bañáronla con semen de caballos árabes ganados en la última guerra y la máquina tuvo cría como la chancha de tu tía, y los franceses se dispusieron a conquistar las Américas.
Y máquina va, máquina viene, los franceses se capitalizan e inventan la "Ricerca di Mercato".
Los italianos, que ya tenían 17 guerras perdidas y estaban sufriendo una terrible enfermedad llamada de la conversión (los marxistas se volvían católicos y los católicos marxistas), inventaron la palabra CORNUDO.
"Andando y andando, Usted la irá pagando" se vendieron muchas máquinas y volvieron a tomar cuerpo los antiguos equipos, que crecieron y se multiplicaron a su vez, y los franceses (que no por nada inventaron la guillotina) cruzaron todo el mar de las Indias y llegaron a Buenos Aires, descubierta por los bolivianos en el 1.222 y que bautizaron de esa manera en honor de un patriarca árabe, amigo de mi padre. Aire en árabe significa pene, y buenos significa Isabel la Católica, que no era ni siquiera católica, ya que Colón pudo seducirla con su todavía no famoso huevo, y la reina ni corta ni larga, le tendió una mano, y juntos descubrieron y conquistaron Alemania. Pero todo esto había pasado hace mucho tiempo y los habitantes de Buenos Aires ya no lo recordaban y los franceses, por supuesto, nada sabían de esto, porque para ellos, el descubridor de Buenos Aires, había sido el ejecutivo italiano Nerón (tío de mi mujer residente en Milán). Pero todo esto, vuelvo a repetir, es historia vieja, lo importante es que los franceses llegaron a Buenos Aires con sus máquinas.
Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966
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