miércoles, 7 de marzo de 2012

Monólogo entre la vaca y el moribundo - XII-

Ayer me llamaron de Suecia para darme el premio Nobel y les contesté que se lo metieran en el culo.
Me llamaron del diario El País para hacerme un reportaje sobre la envidia de los periodistas por los poetas y les dije que se lo hicieran a su madre.
Antes que me llamaran los de la televisión envié una carta donde los mandaba a la mierda.
Después me llamó una novia de cuando teníamos veinte años y me preguntó cómo me sentía.
Yo le contesté, preguntando a mi vez:
—¿Cómo me siento o cómo me va?
Ella cortó inmediatamente y yo me quedé pensando en la vaca.
Salí a la calle y compré 120 rosales rojos para mi pequeño balcón y nos sentamos con la vaca, uno al lado del otro, a conversar tranquilamente.
—¿Qué tal vaca? le dije para comenzar con algo y la vaca me contestó de manera sencilla.
—Muhuhuhu.
Me emocionó su sencillez y pensé para mis adentros: La vaca, pobre, muge de tristeza.
Ella entornó sus ojos, cruzó sus piernas para atrás y señaló con la dirección de sus tetas al aire, la fotografía del Presidente del Gobierno.
De golpe sus piernas se doblaron de una manera extravagante y una rosa roja se le clavó en su corazón. La vaca dijo:
—Muhuhuu...
A mí me volvió a emocionar la sencillez de la vaca y pensé para mis adentros: Esta vez, la vaca, muge de dolor.
Ella entre mugidos engañosos, porque a partir de ahora ya nadie podía distinguir si la vaca mugía de tristeza o de dolor, intentaba con sus torpes manos arrancarse la rosa que se le había clavado en su corazón y, a la vez, quiero decir al mismo tiempo, trataba de comerse la foto del Presidente del Gobierno.
Me abalancé sobre la vaca y al intentar quitarle la rosa, una vez más, le arranqué el corazón y, así, los dos más tranquilos, nos comimos a medias la foto del Presidente.
Cuando terminamos de comer yo dije:
—Muhuhu...
Y la vaca pensó para sus adentros que el mundo había comenzado a cambiar.
Yo dije nuevamente:
—Muhuhuhu; Muhuhu...
Y la vaca dijo para sus adentros:
—Pobre hombre, muge de tristeza y de dolor. Está cansado de esperar el Premio Nobel, cansado que nadie quiera entrevistarlo, cansado de que lo llame siempre la novia de cuando tenían veinte años para decirle que aún lo ama, pero que vivir con él es imposible. Pobre hombre. Poeta de multitudes morirá en soledad.

Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001

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