Mi padre hablaba de su mar alegremente.
Del mar de mi país puedo decirlo todo.
Hablar de sus colores y de su mansedumbre.
El mar de mi país parece una pradera.
Crecen en plena mar acacias y malvones
como en la casa del abuelo Antonio.
Esa pradera azul estalla de colores
cuando en primavera florecen sus mujeres.
Al alba tendían las redes tejidas en el hogar
a mano por viejas mujeres con ropa de seda
y grandes peinetones de marfil;
que nunca, dice mi padre, ni aún en las fiestas
besaban a sus hijos varones.
Cuando los hombres volvían con sus presas del mar
cobraban su sentido aquellas ceremonias.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975
martes, 31 de mayo de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
Escribir, querida, un poema
Escribir un poema deseo con mi cuerpo,
arrancar de la valiente mirada del amor,
palabras, vientos, mínimos acordes de paz.
Envuelto en llamas, sangrante el alma,
incendiado por mi ternura contra mí,
estuve a punto de condenarme a muerte.
Luego abrí en el propio centro del silencio,
mis antiguas y fuertes alforjas marineras
y dejé caer entre los muertos, mis palabras.
Vi cómo se revolcaban inquietos en sus tumbas,
gritando asustados por mi presencia cantarina,
por mi voz de coral.
Sus huesos, querida, se partían, amor,
como el cristal se rompe con el canto,
límpidamente, abierto a sus sonidos.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
arrancar de la valiente mirada del amor,
palabras, vientos, mínimos acordes de paz.
Envuelto en llamas, sangrante el alma,
incendiado por mi ternura contra mí,
estuve a punto de condenarme a muerte.
Luego abrí en el propio centro del silencio,
mis antiguas y fuertes alforjas marineras
y dejé caer entre los muertos, mis palabras.
Vi cómo se revolcaban inquietos en sus tumbas,
gritando asustados por mi presencia cantarina,
por mi voz de coral.
Sus huesos, querida, se partían, amor,
como el cristal se rompe con el canto,
límpidamente, abierto a sus sonidos.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
jueves, 26 de mayo de 2011
ARRANCAME LA VISTA, AMADA
Arráncame la vista, amada, le dije sin mirarla
y ella, acostumbrada a mis palabras, bajó el telón.
Quedamos, al besarnos, de este lado del mundo,
sin ver lo que pasaba, sin mostrar lo que hacíamos.
Devuélveme la vista, amada, le dije sin mirarla
y ella, acostumbrada a mis palabras, subió el telón.
Quedamos, al besarnos, de ese lado del mundo,
lo vimos y lo mostramos todo, mas todo daba igual.
Déjame como estoy, no toques mi delirio.
Algo te doy amándote y nadie se da cuenta.
Algo me guardo para mí del amor pero no siento nada.
No somos náufragos perdidos, aún no hemos partido.
Aún, amada, nadie ha llegado al puerto
y al llegar no habrá barca esperándonos.
Sólo la bruma de la orilla espera,
sin novedad, sin mundo, volvemos a la página.
Ya fuimos ciegos, ya fuimos videntes,
ya dimos de beber a quien no amaba el agua,
nos sentamos a comer en la mesa de los ayunadores
y una cama vacía de amor la llenamos de lágrimas.
Ya fuimos la luz que no se enciende
aunque de golpe aparezca Aladino.
Ya fuimos los condenados de la tierra
y el dolor de quien nada tiene para sí.
Somos, ahora, como los árboles perennes
que una vez plantados no dejan de crecer;
más allá de los soles, del viento, de las lluvias,
más allá de los tiempos, del amor, de la muerte.
Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa", 2002
y ella, acostumbrada a mis palabras, bajó el telón.
Quedamos, al besarnos, de este lado del mundo,
sin ver lo que pasaba, sin mostrar lo que hacíamos.
Devuélveme la vista, amada, le dije sin mirarla
y ella, acostumbrada a mis palabras, subió el telón.
Quedamos, al besarnos, de ese lado del mundo,
lo vimos y lo mostramos todo, mas todo daba igual.
Déjame como estoy, no toques mi delirio.
Algo te doy amándote y nadie se da cuenta.
Algo me guardo para mí del amor pero no siento nada.
No somos náufragos perdidos, aún no hemos partido.
Aún, amada, nadie ha llegado al puerto
y al llegar no habrá barca esperándonos.
Sólo la bruma de la orilla espera,
sin novedad, sin mundo, volvemos a la página.
Ya fuimos ciegos, ya fuimos videntes,
ya dimos de beber a quien no amaba el agua,
nos sentamos a comer en la mesa de los ayunadores
y una cama vacía de amor la llenamos de lágrimas.
Ya fuimos la luz que no se enciende
aunque de golpe aparezca Aladino.
Ya fuimos los condenados de la tierra
y el dolor de quien nada tiene para sí.
Somos, ahora, como los árboles perennes
que una vez plantados no dejan de crecer;
más allá de los soles, del viento, de las lluvias,
más allá de los tiempos, del amor, de la muerte.
Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa", 2002
Etiquetas:
Al sur de Europa,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
martes, 24 de mayo de 2011
SALOMÓN
Salomón, hijo de David, ejecutivo poderoso en su época, conocedor de las lenguas de todos los animales de la tierra y del cielo.
Posó, un día, en la palma de su mano derecha una pequeña hormiga y le preguntó: ¿Quién es el más grande de la tierra? La hormiga, que todavía era totalmente derecha sin cortes en su cuerpo, pidió a Salomón que levantara su mano un poco más arriba, un poco más. Cuando la mano de Salomón estaba por arriba de su cabeza, la hormiga le dijo: Tú eres verdaderamente grande, pero yo lo soy más, porque estoy por encima de tu cabeza.
Sin sonrisas, Salomón sacudió la mano, y la hormiga cayó sin mayor ruido a la tierra, y maldijo Salomón a la pícara hormiga, condenándola a vivir casi partida por la mitad.
Moraleja: Un ejecutivo es siempre un ejecutivo.
Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966
Posó, un día, en la palma de su mano derecha una pequeña hormiga y le preguntó: ¿Quién es el más grande de la tierra? La hormiga, que todavía era totalmente derecha sin cortes en su cuerpo, pidió a Salomón que levantara su mano un poco más arriba, un poco más. Cuando la mano de Salomón estaba por arriba de su cabeza, la hormiga le dijo: Tú eres verdaderamente grande, pero yo lo soy más, porque estoy por encima de tu cabeza.
Sin sonrisas, Salomón sacudió la mano, y la hormiga cayó sin mayor ruido a la tierra, y maldijo Salomón a la pícara hormiga, condenándola a vivir casi partida por la mitad.
Moraleja: Un ejecutivo es siempre un ejecutivo.
Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966
sábado, 21 de mayo de 2011
DEMONIO DEL NACIMIENTO
Venid blanco demonio
el manantial donde florecen las madréporas
espera nuestro abrazo final.
Nazco
y el estallido de la sangre
ciega tu ser.
Miguel Oscar Menassa
De "Invocaciones",1978
el manantial donde florecen las madréporas
espera nuestro abrazo final.
Nazco
y el estallido de la sangre
ciega tu ser.
Miguel Oscar Menassa
De "Invocaciones",1978
Etiquetas:
Invocaciones,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
miércoles, 18 de mayo de 2011
Aforismos y decires [1958-2008]
670_ Acércate, le dije,
y memiró con odio
sin entender que le decía: acércate.
Miguel Oscar Menassa
y memiró con odio
sin entender que le decía: acércate.
Miguel Oscar Menassa
Etiquetas:
aforismos,
Aforismos y decires [1958-2008],
Miguel Oscar Menassa
martes, 17 de mayo de 2011
CANTO UNDÉCIMO o CANTO FINAL
Esclavos,
y sin embargo,
soy un escritor.
Sólo quiero,
sus hambrientas miradas sobre mí.
Sólo quiero,
-para el último poeta de occidente-
un verdadero lujo:
Testigos,
billones de testigos, para el canto final.
Y el atrevimiento,
es insospechable
porque ahora,
debo escribir,
nuestro canto final.
Famosos rugidos,
quiero,
salvajes voces,
para que el poeta,
pueda lo imposible:
cagar en el baño,
comer en el comedor,
morir en una cama,
y un diploma de algo,
no le vendría mal.
La impunidad es necesaria
La bestia,
que descanse tranquila,
que muera en paz.
El circo,
sólo necesita
su pasado.
Ya lo sé señores,
la libertad,
no existe.
Lo dije yo mismo,
pero el poeta,
ama la libertad.
La lujuria,
un beso en las sombras,
y entre las sombras,
el arcoiris,
y en medio del arcoiris,
Picaso,
tu paloma,
tu blanca paloma de la paz
y su tierna mierdita,
sus celestiales cagaditas,
exactamente,
sobre nuestros ojos.
Y para que se entienda,
lo digo claramente:
Amo la libertad.
Basta de muertes.
Tampoco por la patria.
De mirarnos largamente en los espejos,
y del amor,
y de la muerte,
ya estamos podridos.
Sabemos,
que el aire libre,
el sol,
también tienen sus víctimas.
Sus locos amantes,
sus empollados místicos,
los dispuestos a todo por el sol,
la rica gente,
los que debajo de las llagas,
gozan,
buena salud,
una salud profunda,
individual,
a solas.
Las llagas y el olor a podrido,
dicen,
sólo una moda,
simplemente una crisis del sistema,
un amor de verano,
una rápida y finita fulguración.
Pero el otoño volverá
y caerá
quien tenga que caer.
Lo único perenne,
nos dicen,
la frondosa telaraña,
las mallas imperceptibles,
oblicuas,
donde el hombre,
pierde,
sus sentidos.
Tienen razón señores,
el poder es vuestro,
pero al poeta,
nada le importa,
el poeta,
ama la libertad,
La belleza de nuestro viejo trigo americano,
creciendo por doquier,
el pan amable de los incas.
Los sexos multicolores de nuestras tierras vírgenes
y nuestros famosos indios sin dios,
los tercos guaraníes,
los que entregaron todo mansamente,
para seguir,
hablando de la libertad,
Reyes del verbo.
Y se arrodillaron frente a la cruz,
porque bajo ese cielo,
daba lo mismo
hablar del hombre o de los dioses.
Después,
murieron todos.
Cristo crecía,
-entre las duras piedras de los andes-
sellando el increíble
destino americano.
Oscuros cañones,
armas sofisticadas,
las más feroces radiaciones atómicas
y todo,
contra el preciso órgano de la verdad,
contra nuestras propias
y amadas,
cuerdas vocales
Era necesario,
acallar,
lo estrictamente humano.
Murieron todos.
La sangre,
dio sus frutos
y fue,
el viscoso alimento
de las pequeñas criaturas,
y de los campos.
Crecieron,
salvajes plantas,
una tercera fuerza incontenible.
Una raza de fieras.
Sin ningún territorio para vivir
y por eso,
amantes de la libertad,
de la palabra inalcanzable,
de la terca
y violenta creencia,
que todo cambiará.
El odio
fue necesario para vivir,
la vida alegre,
una esperanza.
Nos obligaron a tener pudor,
nos inventaron extravagantes ropajes,
para ocultar nuestra belleza.
Ella,
se dice,
era insoportable,
una belleza humana,
un ansia por vivir,
una pasión irremediable.
Opusieron
al canto de nuestros sexos al aire libre,
las marchas nupciales,
el bautismo,
el sórdido ruido de metralla,
y sin embargo,
el poeta,
ama la libertad.
Quiere volar,
quiere,
decirlo todo.
Inventaron para la libertad del poeta,
los espacios reducidos,
las cárceles,
un lugar en la cultura.
Lo destruyeron todo
y sin embargo,
el poeta,
ama la libertad.
El ronco murmullo de las palabras hasta el paroxismo.
El poeta,
sólo quiere cantar
y América,
canta en el poeta.
Pedimos,
un sitio para vivir,
un espacio para nuestros gritos,
mansamente,
pedimos el poder,
Somos,
los desposeídos,
los que fuimos privados,
despojados,
de nuestra historia y de los frutos.
Invento de la modernidad,
fuimos,
el nuevo mundo,
el manantial ardiente
y los misteriosos
y salvajes néctares,
para que los señores gocen eternamente.
Y todavía,
el poeta, ama la libertad.
Un acuerdo definitivo entre nosotros:
cortar los flujos,
para que el enemigo,
muera de vejez.
Miguel Oscar Menassa.
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978
y sin embargo,
soy un escritor.
Sólo quiero,
sus hambrientas miradas sobre mí.
Sólo quiero,
-para el último poeta de occidente-
un verdadero lujo:
Testigos,
billones de testigos, para el canto final.
Y el atrevimiento,
es insospechable
porque ahora,
debo escribir,
nuestro canto final.
Famosos rugidos,
quiero,
salvajes voces,
para que el poeta,
pueda lo imposible:
cagar en el baño,
comer en el comedor,
morir en una cama,
y un diploma de algo,
no le vendría mal.
La impunidad es necesaria
La bestia,
que descanse tranquila,
que muera en paz.
El circo,
sólo necesita
su pasado.
Ya lo sé señores,
la libertad,
no existe.
Lo dije yo mismo,
pero el poeta,
ama la libertad.
La lujuria,
un beso en las sombras,
y entre las sombras,
el arcoiris,
y en medio del arcoiris,
Picaso,
tu paloma,
tu blanca paloma de la paz
y su tierna mierdita,
sus celestiales cagaditas,
exactamente,
sobre nuestros ojos.
Y para que se entienda,
lo digo claramente:
Amo la libertad.
Basta de muertes.
Tampoco por la patria.
De mirarnos largamente en los espejos,
y del amor,
y de la muerte,
ya estamos podridos.
Sabemos,
que el aire libre,
el sol,
también tienen sus víctimas.
Sus locos amantes,
sus empollados místicos,
los dispuestos a todo por el sol,
la rica gente,
los que debajo de las llagas,
gozan,
buena salud,
una salud profunda,
individual,
a solas.
Las llagas y el olor a podrido,
dicen,
sólo una moda,
simplemente una crisis del sistema,
un amor de verano,
una rápida y finita fulguración.
Pero el otoño volverá
y caerá
quien tenga que caer.
Lo único perenne,
nos dicen,
la frondosa telaraña,
las mallas imperceptibles,
oblicuas,
donde el hombre,
pierde,
sus sentidos.
Tienen razón señores,
el poder es vuestro,
pero al poeta,
nada le importa,
el poeta,
ama la libertad,
La belleza de nuestro viejo trigo americano,
creciendo por doquier,
el pan amable de los incas.
Los sexos multicolores de nuestras tierras vírgenes
y nuestros famosos indios sin dios,
los tercos guaraníes,
los que entregaron todo mansamente,
para seguir,
hablando de la libertad,
Reyes del verbo.
Y se arrodillaron frente a la cruz,
porque bajo ese cielo,
daba lo mismo
hablar del hombre o de los dioses.
Después,
murieron todos.
Cristo crecía,
-entre las duras piedras de los andes-
sellando el increíble
destino americano.
Oscuros cañones,
armas sofisticadas,
las más feroces radiaciones atómicas
y todo,
contra el preciso órgano de la verdad,
contra nuestras propias
y amadas,
cuerdas vocales
Era necesario,
acallar,
lo estrictamente humano.
Murieron todos.
La sangre,
dio sus frutos
y fue,
el viscoso alimento
de las pequeñas criaturas,
y de los campos.
Crecieron,
salvajes plantas,
una tercera fuerza incontenible.
Una raza de fieras.
Sin ningún territorio para vivir
y por eso,
amantes de la libertad,
de la palabra inalcanzable,
de la terca
y violenta creencia,
que todo cambiará.
El odio
fue necesario para vivir,
la vida alegre,
una esperanza.
Nos obligaron a tener pudor,
nos inventaron extravagantes ropajes,
para ocultar nuestra belleza.
Ella,
se dice,
era insoportable,
una belleza humana,
un ansia por vivir,
una pasión irremediable.
Opusieron
al canto de nuestros sexos al aire libre,
las marchas nupciales,
el bautismo,
el sórdido ruido de metralla,
y sin embargo,
el poeta,
ama la libertad.
Quiere volar,
quiere,
decirlo todo.
Inventaron para la libertad del poeta,
los espacios reducidos,
las cárceles,
un lugar en la cultura.
Lo destruyeron todo
y sin embargo,
el poeta,
ama la libertad.
El ronco murmullo de las palabras hasta el paroxismo.
El poeta,
sólo quiere cantar
y América,
canta en el poeta.
Pedimos,
un sitio para vivir,
un espacio para nuestros gritos,
mansamente,
pedimos el poder,
Somos,
los desposeídos,
los que fuimos privados,
despojados,
de nuestra historia y de los frutos.
Invento de la modernidad,
fuimos,
el nuevo mundo,
el manantial ardiente
y los misteriosos
y salvajes néctares,
para que los señores gocen eternamente.
Y todavía,
el poeta, ama la libertad.
Un acuerdo definitivo entre nosotros:
cortar los flujos,
para que el enemigo,
muera de vejez.
Miguel Oscar Menassa.
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978
lunes, 16 de mayo de 2011
LA MUERTE ME ACOMPAÑA
25 de Abril de 1982
Soy un gusano vil tratando
de arrancarse el pellejo
que por otra parte
todo el pellejo es él.
Cansado de bucear para adentro.
Inmóvil.
Apresado por la falta de cielo
de tanto bucear para abajo.
La ropa raída por las excavaciones
la vista cegada por el polvo marino
y las circunstancias.
Sé que otras injusticias
han caído sobre mis ojos
para cegarlos en mi ausencia.
Con los ojos raídos de no ver
con las manos atadas a la espalda
por las dictaduras.
Habitante del sur
tengo las piernas cortadas
por las democracias.
Así que ahora en un bar céntrico de Madrid
me sentaré y esperaré que todo se destruya.
Después elegiré entre los escombros
las piedras fundamentales de mis versos.
Comenzaré diciendo: Soy el Poeta.
Europa habrá de morir entre mis brazos
entre los sonidos
de mis pequeñas garras latinas.
A solas con la muerte
en la plena llanura nacarada
soy el jinete muerto que galopa y
el impacto fatal sobre el jinete.
Soy el caballo negro que galopa
y el mar abierto
a las latitudes de la locura
a lo simplemente desconocido.
Soy el vértigo de las palabras
que nunca me pertenecerán
y ella la que me acompaña
la muerte.
¿Qué quieren de nosotros?
Yo soy un gusano vil
y ella mi baba.
Arpegio
nota dejada de lado
y ella un territorio
donde sólo la muerte hace el amor.
Soy un artista
un hombre con sentimientos
flojos
intercambiables
afán de lo distinto
y ella es el arte
que al saberse superior
es indiferente a todo.
A veces vamos por la ciudad
como si Ella y yo
fuéramos el mundo.
Se dan cuenta
qué ferocidad raída
qué mirada ciega.
Y Ella me compra manzanas
y yo me las como
como si Ella fuera mi madre.
Se dan cuenta
qué sagacidad
qué bruma.
Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000
Soy un gusano vil tratando
de arrancarse el pellejo
que por otra parte
todo el pellejo es él.
Cansado de bucear para adentro.
Inmóvil.
Apresado por la falta de cielo
de tanto bucear para abajo.
La ropa raída por las excavaciones
la vista cegada por el polvo marino
y las circunstancias.
Sé que otras injusticias
han caído sobre mis ojos
para cegarlos en mi ausencia.
Con los ojos raídos de no ver
con las manos atadas a la espalda
por las dictaduras.
Habitante del sur
tengo las piernas cortadas
por las democracias.
Así que ahora en un bar céntrico de Madrid
me sentaré y esperaré que todo se destruya.
Después elegiré entre los escombros
las piedras fundamentales de mis versos.
Comenzaré diciendo: Soy el Poeta.
Europa habrá de morir entre mis brazos
entre los sonidos
de mis pequeñas garras latinas.
A solas con la muerte
en la plena llanura nacarada
soy el jinete muerto que galopa y
el impacto fatal sobre el jinete.
Soy el caballo negro que galopa
y el mar abierto
a las latitudes de la locura
a lo simplemente desconocido.
Soy el vértigo de las palabras
que nunca me pertenecerán
y ella la que me acompaña
la muerte.
¿Qué quieren de nosotros?
Yo soy un gusano vil
y ella mi baba.
Arpegio
nota dejada de lado
y ella un territorio
donde sólo la muerte hace el amor.
Soy un artista
un hombre con sentimientos
flojos
intercambiables
afán de lo distinto
y ella es el arte
que al saberse superior
es indiferente a todo.
A veces vamos por la ciudad
como si Ella y yo
fuéramos el mundo.
Se dan cuenta
qué ferocidad raída
qué mirada ciega.
Y Ella me compra manzanas
y yo me las como
como si Ella fuera mi madre.
Se dan cuenta
qué sagacidad
qué bruma.
Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000
Etiquetas:
La poesía y yo,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
domingo, 15 de mayo de 2011
EL TERROR DEL PUERTO
Las casas se desprendían hacia el mar
como palomas
sacudiendo sus ventanas
hacia la calle
hacia la ciudad.
Los muchachos pecaban misteriosamente
en sus cuerpos
esperando que alguna sirena tipo francia
los atrapara, para amarlos
en el fondo del mar
(ella podría besar sus hombros desnudos
y hasta sus sexos deslumbrados,
por esa voz que desconocen,
salada por el mar,
diciéndoles palabras terribles
para sus años)
Algunos hombres silbaban.
Muchachas extranjeras
no vírgenes, pero pulcramente vestidas
miraban el mar.
Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966
como palomas
sacudiendo sus ventanas
hacia la calle
hacia la ciudad.
Los muchachos pecaban misteriosamente
en sus cuerpos
esperando que alguna sirena tipo francia
los atrapara, para amarlos
en el fondo del mar
(ella podría besar sus hombros desnudos
y hasta sus sexos deslumbrados,
por esa voz que desconocen,
salada por el mar,
diciéndoles palabras terribles
para sus años)
Algunos hombres silbaban.
Muchachas extranjeras
no vírgenes, pero pulcramente vestidas
miraban el mar.
Miguel Oscar Menassa
De "22 poemas y la máquina electrónica o como desesperar a los ejecutivos", 1966
sábado, 14 de mayo de 2011
LA MUJER Y YO -44-
Ella no me quería enjuiciar,
solamente a mí, ella quería
enjuiciar a toda la humanidad.
A veces, éramos como dos camaradas,
Ella, en esos momentos, se ponía nerviosa
cuando yo la trataba como a una mujer,
después, cuando estábamos en la cama
se enojaba si yo le hablaba de la guerra.
Delante de los niños parecía una madre,
normal y hasta corriente, cariñosa.
Después, cuando apretaba entre sus dientes
alguna bandera de pan y libertad,
era una verdadera pantera enamorada,
siempre más veloz,
más inteligente que su presa.
En medio del campo de batalla,
parecía una verdadera diosa del aire.
Ninguna guerra se animó a matarla
y ella solía florecer en plena guerra.
Desde temprano a la mañana
enardecía a los soldados jóvenes
y ponía en alerta a sus superiores.
Ella era, en realidad,
el espíritu de nuestras armas,
sin ella
nuestras armas perdían eficacia,
sin ella
nuestro ejército no existía.
Cuando perdíamos una batalla
ella explicaba que una batalla
no era la guerra y que,
de cualquier manera,
a veces uno, otras veces otros,
alguien tenía que perder.
Cuando ganábamos una batalla,
ella no explicaba nada,
sólo bailaba y bailaba y bailaba
hasta el amanecer, después,
descansaba un día
y, otra vez, a la guerra.
Nadie podía aguantar su marcha.
Destruía todos los ejércitos enemigos
y, también, destruía sus propios ejércitos.
Ella se llama Poesía,
es una mujer
y no quiere la guerra.
Miguel Oscar Menassa
De "La mujer y yo", 2003
solamente a mí, ella quería
enjuiciar a toda la humanidad.
A veces, éramos como dos camaradas,
Ella, en esos momentos, se ponía nerviosa
cuando yo la trataba como a una mujer,
después, cuando estábamos en la cama
se enojaba si yo le hablaba de la guerra.
Delante de los niños parecía una madre,
normal y hasta corriente, cariñosa.
Después, cuando apretaba entre sus dientes
alguna bandera de pan y libertad,
era una verdadera pantera enamorada,
siempre más veloz,
más inteligente que su presa.
En medio del campo de batalla,
parecía una verdadera diosa del aire.
Ninguna guerra se animó a matarla
y ella solía florecer en plena guerra.
Desde temprano a la mañana
enardecía a los soldados jóvenes
y ponía en alerta a sus superiores.
Ella era, en realidad,
el espíritu de nuestras armas,
sin ella
nuestras armas perdían eficacia,
sin ella
nuestro ejército no existía.
Cuando perdíamos una batalla
ella explicaba que una batalla
no era la guerra y que,
de cualquier manera,
a veces uno, otras veces otros,
alguien tenía que perder.
Cuando ganábamos una batalla,
ella no explicaba nada,
sólo bailaba y bailaba y bailaba
hasta el amanecer, después,
descansaba un día
y, otra vez, a la guerra.
Nadie podía aguantar su marcha.
Destruía todos los ejércitos enemigos
y, también, destruía sus propios ejércitos.
Ella se llama Poesía,
es una mujer
y no quiere la guerra.
Miguel Oscar Menassa
De "La mujer y yo", 2003
Etiquetas:
La mujer y yo,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
miércoles, 11 de mayo de 2011
La forma será, sin más, las deformaciones que la violencia de las combinaciones, le imponga (I)
Ahora que el sexo y las drogas están de moda, es hora de partir.
Cantemos
la muerte ha llegado y vive entre nosotros.
Goce infinito para quien olvide,
las cálidas ideas del sol y de las certidumbres.
Morías
mi pequeño animal
para que me fuera dada la muerte.
Aprehensible,
cotidiana también ella,
como una puta o como una mirada.
Morías
mi pequeño animal
envuelto en el invierno.
El calor de tu cuerpo
resquebrajó la helada.
El calor de tu cuerpo
resquebrajó mi ser.
Miguel Oscar Menassa
De "Salto mortal", 1977
Cantemos
la muerte ha llegado y vive entre nosotros.
Goce infinito para quien olvide,
las cálidas ideas del sol y de las certidumbres.
Morías
mi pequeño animal
para que me fuera dada la muerte.
Aprehensible,
cotidiana también ella,
como una puta o como una mirada.
Morías
mi pequeño animal
envuelto en el invierno.
El calor de tu cuerpo
resquebrajó la helada.
El calor de tu cuerpo
resquebrajó mi ser.
Miguel Oscar Menassa
De "Salto mortal", 1977
Etiquetas:
poesíaMiguel Oscar MenassaSalto mortal
martes, 10 de mayo de 2011
YO PECADOR V
Me quedé con todo el dolor
y toda la alegría.
Siempre fui dos desde tu muerte.
Boxeé contra la luna
y tenía en la cintura
todos los movimientos.
Me llamaban el pulpo de Patricios.
Crecía, crecía vertiginosamente
el odio en mi mirada.
Fui quedando solo
encerrado en el tiempo de nuestros juegos.
Fui jugador.
Até mi vida con cadenas
para no salir volando detrás tuyo.
Me aconsejé recuperar la historia de mi padre árabe taciturno
una palabra cada seis meses
un gesto de amor todas las Navidades.
Después, después fui médico de locos
porque el que pega primero
pega dos veces.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975
y toda la alegría.
Siempre fui dos desde tu muerte.
Boxeé contra la luna
y tenía en la cintura
todos los movimientos.
Me llamaban el pulpo de Patricios.
Crecía, crecía vertiginosamente
el odio en mi mirada.
Fui quedando solo
encerrado en el tiempo de nuestros juegos.
Fui jugador.
Até mi vida con cadenas
para no salir volando detrás tuyo.
Me aconsejé recuperar la historia de mi padre árabe taciturno
una palabra cada seis meses
un gesto de amor todas las Navidades.
Después, después fui médico de locos
porque el que pega primero
pega dos veces.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975
Etiquetas:
Miguel Oscar Menassa,
poesía,
Yo pecador
lunes, 9 de mayo de 2011
YO PECADOR IV
La higuera era el lugar de la sombra.
Hacíamos la vida
diciéndonos que éramos felices
mitad del tiempo sentados
a la sombra de la higuera.
Volví
cuando ganaba el cielo tu figura
una tarde en Pompeya.
El arma que te mató era blanca
vos no merecías otra cosa.
Me senté debajo de la higuera
y te llamé en voz alta.
Dijeron de mí
-cuando me arrastré palmo a palmo
en la época que florecían los malvones
y vos
solías esconderte cerca del horizonte-
que la locura
había anidado en mi corazón.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975
Hacíamos la vida
diciéndonos que éramos felices
mitad del tiempo sentados
a la sombra de la higuera.
Volví
cuando ganaba el cielo tu figura
una tarde en Pompeya.
El arma que te mató era blanca
vos no merecías otra cosa.
Me senté debajo de la higuera
y te llamé en voz alta.
Dijeron de mí
-cuando me arrastré palmo a palmo
en la época que florecían los malvones
y vos
solías esconderte cerca del horizonte-
que la locura
había anidado en mi corazón.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador", 1975
Etiquetas:
Miguel Oscar Menassa,
poesía,
Yo pecador
sábado, 7 de mayo de 2011
YO PECADOR III
Amaba a las golondrinas
porque aprendí de ellas volver en el verano.
En el verano amaba en las arenas
la huella de tus pies.
Odiar
odiaba solamente el olor de los muertos.
Una tarde mataron a mi primo por la espalda
"Mano de hierro" lo llamaban
Miguel, Miguel, mi bien amado y dulce camarada.
Montabas a caballo como el "Llanero Solitario"
único y elegante
en las terribles guerras del verano
me hablabas de tu cuerpo
de tu cuerpo desnudo entre los perros
los perros le ladran a la ropa, me decías.
Desnudo uno es un perro más.
Dejar la casa del abuelo.
Olvidarme del patio y de la higuera
no recordar jamás el gusto de la menta
fue un golpe bajo de la vida.
Y vinieron después silenciosas mujeres
a violentar en mi recuerdo el nombre tuyo.
Vino después tu muerte traicionera.
Me contaron tu cara extraviada de sorpresa
porque esperar
-menos la muerte-
habíamos esperado juntos cualquier cosa.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo Pecador", 1975
porque aprendí de ellas volver en el verano.
En el verano amaba en las arenas
la huella de tus pies.
Odiar
odiaba solamente el olor de los muertos.
Una tarde mataron a mi primo por la espalda
"Mano de hierro" lo llamaban
Miguel, Miguel, mi bien amado y dulce camarada.
Montabas a caballo como el "Llanero Solitario"
único y elegante
en las terribles guerras del verano
me hablabas de tu cuerpo
de tu cuerpo desnudo entre los perros
los perros le ladran a la ropa, me decías.
Desnudo uno es un perro más.
Dejar la casa del abuelo.
Olvidarme del patio y de la higuera
no recordar jamás el gusto de la menta
fue un golpe bajo de la vida.
Y vinieron después silenciosas mujeres
a violentar en mi recuerdo el nombre tuyo.
Vino después tu muerte traicionera.
Me contaron tu cara extraviada de sorpresa
porque esperar
-menos la muerte-
habíamos esperado juntos cualquier cosa.
Miguel Oscar Menassa
De "Yo Pecador", 1975
Etiquetas:
Miguel Oscar Menassa,
poesía,
Yo pecador
jueves, 5 de mayo de 2011
Aforismos y decires
389_ Impuestos saneados no quiere decir exactamente que el contribuyente ponga más dinero, sino que quiere decir, simplemente, una sana distribución de lo recaudado.
390_ El impuesto, en tanto es dinero del pueblo, tiene que estar distribuido entre las necesidades básicas de un pueblo: salud, educación, cultura. Y, si no queda más remedio, pero en un porcentaje mínimo, algo para defensa nacional, ya que no vale la pena gastar mucho dinero en algo que, de cualquier manera, no nos servirá de nada en caso de que alguna de las grandes potencias nos declare la guerra.
Miguel Oscar Menassa
De "Aforismos y decires [15958-2008]", 2008
390_ El impuesto, en tanto es dinero del pueblo, tiene que estar distribuido entre las necesidades básicas de un pueblo: salud, educación, cultura. Y, si no queda más remedio, pero en un porcentaje mínimo, algo para defensa nacional, ya que no vale la pena gastar mucho dinero en algo que, de cualquier manera, no nos servirá de nada en caso de que alguna de las grandes potencias nos declare la guerra.
Miguel Oscar Menassa
De "Aforismos y decires [15958-2008]", 2008
Etiquetas:
Aforismos y decires [1958-2008],
Miguel Oscar Menassa
martes, 3 de mayo de 2011
TODOS LOS CUENTOS TERMINAN CON LA VIDA O CON LA MUERTE -III-
Cuando vuelvas por el camino de la tierra
no detendrás tu mano ni ninguna palabra
me recordarás simplemente tendido y esperando
que el viento y la lluvia
mojen o enfríen
ay, tu quieto, tu terco corazón.
No volverás florida
ni empecinadamente revueltos los vestidos
ni nada de alegría
en tu cuerpo de haber estado antes en la ciudad
y antes todavía en el campo.
Mi amada, en esta realidad puñados de oro
saltan y golpean para que el río vuelva.
la soledad no vuelve o no es la misma.
El río no vuelve.
El amor puede quedarse dormido entre las sábanas
o las escaleras del puerto
donde los rufianes con sus amigas y los pescadores
lentamente silban su dolor
porque no viene nadie.
Amada, aquí no hay río que humedezca y alegre tu piel.
Aquí la soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "La ciudad se cansa", 1963
no detendrás tu mano ni ninguna palabra
me recordarás simplemente tendido y esperando
que el viento y la lluvia
mojen o enfríen
ay, tu quieto, tu terco corazón.
No volverás florida
ni empecinadamente revueltos los vestidos
ni nada de alegría
en tu cuerpo de haber estado antes en la ciudad
y antes todavía en el campo.
Mi amada, en esta realidad puñados de oro
saltan y golpean para que el río vuelva.
la soledad no vuelve o no es la misma.
El río no vuelve.
El amor puede quedarse dormido entre las sábanas
o las escaleras del puerto
donde los rufianes con sus amigas y los pescadores
lentamente silban su dolor
porque no viene nadie.
Amada, aquí no hay río que humedezca y alegre tu piel.
Aquí la soledad.
Miguel Oscar Menassa
De "La ciudad se cansa", 1963
Etiquetas:
La ciudad se cansa,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
lunes, 2 de mayo de 2011
TODOS LOS CUENTOS TERMINAN CON LA VIDA O CON LA MUERTE -II-
El musgo crecía en las piedras
de la orilla del río de tu pueblo
y el deseo en tu corazón.
Tus piernas te acercaban a la seriedad
y en las tardes de silencio y excitación al río.
Las primeras aguas en llegar a las piedras
también llegaban a tus muslos desnudos
humedeciendo y alegrando
tus maneras del ocio y la ternura.
Las pensiones de la ciudad no son el río
Las mujeres se duermen y se levantan solas
y cuentan o cantan su soledad a la noche
y a los carteles luminosos.
Amada, aquí no hay río que humedezca y alegre tu piel
Aquí en la soledad y el tiempo del invierno
el humo y el olor de los hombres
cubre y desgarra las pieles de las niñas.
Y tú mi amada casi nunca demasiado estupenda y ágil
cubierta y desgarrada por mí
en el comienzo de las frutillas y el verano
no puedes entenderlo.
Entonces mi querido me ahoga tu calor
el poderoso cielo de tus caminos interminables
me ahoga el vagabundo
que nos perteneció de rabia y júbilo en la ciudad
el mismo que gime o ruge cuando se queda solo.
Miguel Oscar Menassa
De "La ciudad se cansa", 1963
de la orilla del río de tu pueblo
y el deseo en tu corazón.
Tus piernas te acercaban a la seriedad
y en las tardes de silencio y excitación al río.
Las primeras aguas en llegar a las piedras
también llegaban a tus muslos desnudos
humedeciendo y alegrando
tus maneras del ocio y la ternura.
Las pensiones de la ciudad no son el río
Las mujeres se duermen y se levantan solas
y cuentan o cantan su soledad a la noche
y a los carteles luminosos.
Amada, aquí no hay río que humedezca y alegre tu piel
Aquí en la soledad y el tiempo del invierno
el humo y el olor de los hombres
cubre y desgarra las pieles de las niñas.
Y tú mi amada casi nunca demasiado estupenda y ágil
cubierta y desgarrada por mí
en el comienzo de las frutillas y el verano
no puedes entenderlo.
Entonces mi querido me ahoga tu calor
el poderoso cielo de tus caminos interminables
me ahoga el vagabundo
que nos perteneció de rabia y júbilo en la ciudad
el mismo que gime o ruge cuando se queda solo.
Miguel Oscar Menassa
De "La ciudad se cansa", 1963
Etiquetas:
La ciudad se cansa,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
Suscribirse a:
Entradas (Atom)