LOS QUE SE QUEDARON
Tiempos extraños, lejanos de perfumes y cabellos al viento.
La edad pasó en horas congeladas y tardes de tedio,
corriendo por las avenidas al ulular de las sirenas
que enfriaban las hojas de los árboles,
antaño reverdecidas de sol y sacrilegios
cometidos en crueldades sin nombres,
sólo lápidas de mármol convertidas
en blancas banderas de rendición.
¿Qué demonios arrojaban azufre sobre los adoquines,
apisonados rectángulos prisión de hierro y piedra
que partía los solitarios cuerpos de los jóvenes,
enrojecidos, tristes de sangre de crepúsculos y muerte anticipada,
que congelaba el alma?
En los exilios pienso… y quedo detenida en el espacio,
y desciendo en silencio los escalones del despojo,
y mi carne no responde ya al estremecimiento
y abandonada yerra por laberintos ciegos
lejos de cualquier sueño.
Cómplices del silencio, del crimen, de la hoguera,
nos quedamos mirando los frentes de las casas
sin ángeles pintados, sin olor a glicinas,
con gorriones de luto y un otoño empalideciendo
la vida de los que no partimos, sin saber por qué causa
la escarcha y el glaciar mantienen la distancia.
Después la noria continuó girando,
pero no pudo con los lechos urgentes robados a la luna
que sabes a agonías,
con las sonrisas detenidas en bordes de locura,
y pieles desmayadas en frentes apretadas por latidos estériles
con vapores de espanto.
No pudo con lo inútil de un llanto,
un llanto de fantasmas que atravesaba sombras
en regiones de mausoleos de ónix,
donde esta vez el ave se quedó de tutela durmiendo de costado.
NORMA MENASSA
Buenos Aires, 1938
Tiempos extraños, lejanos de perfumes y cabellos al viento.
La edad pasó en horas congeladas y tardes de tedio,
corriendo por las avenidas al ulular de las sirenas
que enfriaban las hojas de los árboles,
antaño reverdecidas de sol y sacrilegios
cometidos en crueldades sin nombres,
sólo lápidas de mármol convertidas
en blancas banderas de rendición.
¿Qué demonios arrojaban azufre sobre los adoquines,
apisonados rectángulos prisión de hierro y piedra
que partía los solitarios cuerpos de los jóvenes,
enrojecidos, tristes de sangre de crepúsculos y muerte anticipada,
que congelaba el alma?
En los exilios pienso… y quedo detenida en el espacio,
y desciendo en silencio los escalones del despojo,
y mi carne no responde ya al estremecimiento
y abandonada yerra por laberintos ciegos
lejos de cualquier sueño.
Cómplices del silencio, del crimen, de la hoguera,
nos quedamos mirando los frentes de las casas
sin ángeles pintados, sin olor a glicinas,
con gorriones de luto y un otoño empalideciendo
la vida de los que no partimos, sin saber por qué causa
la escarcha y el glaciar mantienen la distancia.
Después la noria continuó girando,
pero no pudo con los lechos urgentes robados a la luna
que sabes a agonías,
con las sonrisas detenidas en bordes de locura,
y pieles desmayadas en frentes apretadas por latidos estériles
con vapores de espanto.
No pudo con lo inútil de un llanto,
un llanto de fantasmas que atravesaba sombras
en regiones de mausoleos de ónix,
donde esta vez el ave se quedó de tutela durmiendo de costado.
NORMA MENASSA
Buenos Aires, 1938