Transfórmenos de vanguardia en elite, revolucione su vida.
No soporte más,
el peso,
de nuestras palabras.
HABLE.
Lo fin de siglo,
para mi nada,
es poco.
Soy,
un valiente,
es decir,
un decepcionado crónico.
Un muerto de hambre.
Ayer resucité,
porque igual,
da lo mismo,
abrir la boca que cerrarla.
Soy,
por lo tanto,
el resucitado,
el robusto que careció de pan.
Un descuartizado por el hambre,
el pequeño,
trozo de carne y su palabra,
el hedor.
No me busquéis
fuera de vosotros,
soy invisible,
una especie de mierda intestinal atascada,
un pedo memorable a boca de jarro,
quiero decir,
los rotundos tambores de la taquicardia fatal. Una puntada inesperada,
en pleno corazón.
Devenir,
devengo de un país,
donde morir,
no era suficiente.
Soy,
el profundo,
el que creyó en la libertad,
el ambicioso,
el atacado ferozmente por la fiebre,
el que costaba más.
Tengo,
para mis modales,
en la conquista del universo,
La Estupidez iluminada:
abrir la boca,
y cerrar la boca,
sesenta veces por minuto,
y cada vez,
emitir un sonido,
y cada vez,
producir,
el silencio perfecto,
la desviación,
el nuevo sentido.
Un poco más allá de la verdad,
el poder,
no existe.
Sería conveniente,
entonces,
racionar el odio,
prevenir, las enfermedades al corazón.
Odiar,
odiar,
odio el pan,
por una especie,
de rabia a lo biológico
y a sus drogados eternos,
-enfermos sin saber-
los comedores de pan.
Estaba dispuesto,
lo recuerdo,
a dar mi vida entera.
Vivía,
os lo aseguro,
entre caníbales.
Era su rey,
el más grande devorador de pan,
y me llamaban,
mandíbula batiente.
Obreros del cansancio,
basta de pan,
vayamos tras el oro.
Opongamos,
a la moral de sus fábricas,
de sus colegios nacionales,
nuestra propia moral:
No creemos en el hambre,
somos sobrevivientes,
y oponemos
a los vapores de su alcohol mohoso,
el humo,
envenenado,
de mis versos.
Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978
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