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miércoles, 24 de abril de 2013

Indio Gris. EDITORIAL nº 68 y nº 69 - (13 y 19 de septiembre de 2001)

 
Yo, también, estoy sorprendido, nadie hubiera podido imaginarlo así. A los pocos minutos comencé a pensar que habían fallado los ordenadores. Algún programa de defensa había enloquecido, se habían paralizado los responsables de la inmunidad, como pasa en el cáncer, en el sida.
Sólo habían pasado cinco minutos y ya había visto 20 veces en diferentes canales el impacto del avión contra la torre, las llamas espectaculares, la caída estrepitosa de las torres, ya habían acontecido las mil llamadas telefónicas de familiares y amigos de mi país y de países lejanos preguntándome qué ocurriría a partir de hoy en el mundo, cuando comencé a pensar algo terrible: Cómo podía ocurrir lo que había ocurrido (cáncer, sida) si el sujeto no estaba suficientemente comprometido para que eso aconteciera. El mal parecía provenir de afuera pero era de adentro, el sujeto se defendía del afuera  y aquello que lo mataba vivía en él (y no quiero que se tome a mal que como ejemplo ponga la construcción de un escudo antimisiles para defenderme de los ataques exteriores cuando aún no puedo defenderme de los ataques interiores).
Yo, también, estoy sorprendido, nadie hubiera podido imaginarlo así. En Estados Unidos, los niños de la calle, los niños que sostienen con sus pequeños cuerpos el negocio de la prostitución infantil, los niños de la droga, no provienen como en la mayoría de los países de las clases más pobres sino que son hijos de la burguesía, de la pequeña burguesía intelectual.
Yo, también, estoy sorprendido, nadie hubiera podido imaginarlo así. ¿Cómo fue posible que no se detuviera al segundo avión si ya habían pasado 18 minutos del primer impacto? ¿Y cómo fue posible que ningún ingeniero del mundo advirtiera a los bomberos, policías, enfermeras y médicos, que ese edificio no podría soportar el impacto y se caería, si ahora después que ya ocurrió, son capaces de decir que el derrumbe se produjo por el impacto y las llamas?
Y por último, y sin entender demasiado, me pregunto ¿Cómo fue posible que los ordenadores del Pentágono funcionaran mal, cómo fue posible?
Qué queda para nosotros, los mortales sencillos, si los poderosos, los semidioses de la guerra se matan a sí mismos o no saben defenderse.
Un poema, amor mío, que ya no aguanto más.
Volver al hombre, volver al hombre.
Pero, dónde hay un hombre para querer volver,
se preguntaba el condenado a vivir
.
 El pequeño poema se refiere a que ha fallado la nueva tecnología, se hace necesario volver al hombre porque nos hemos dado cuenta que el error humano siempre es menos espectacular que el error de la máquina pero esto, bien pensado, también, es una tontería.
No me venga con filosofía, señor director, un poema, amor mío, que ya no aguanto más.
 
CUMPLIR 61 AÑOS CUANDO ESTALLA LA GUERRA
Hoy escuché a mi mundo,
el mundo donde vivo,
clamando por la guerra,
por la guerra total.
 
A matar, a matar,
gritaban los periódicos.
A matar, a matar,
decían por T.V.


 A vengar nuestros muertos,
vociferaba el pueblo.
A matar, a matar,
enemigos, más allá.

Iremos por el aire;
iremos por el mar
y por la tierra iremos
escuchen el compás:
Vi morir una madre
de frío en la vereda,
esperando a su hijo
que nunca volverá.

Y una mujer moría
clavada en una espada,
que su amante muy joven
no supo manejar.

Y vi morir reptiles
atados a sí mismos
y vi morir el canto
en la voz del cantor.

Y mi madre moría
quemada por el fuego,
cual bruja o hechicera
del tiempo del terror.

La guerra se ha extendido
por mi mundo y el mundo.
Al aire libre no vivirá
ningún poema.
Al aire libre no habrá
ningún amor.

En las trincheras se hablará
de la muerte
y por las noches se soñará
el horror.

Al alba, el miedo,
vivirá en la palabra.
En los pechos maternos
se escuchará el fragor.
En el colegio el niño,
aprenderá a matar.
A cuidarse del compañero niño,
del maestro.
A cuidarse del cielo en su conjunto,
hasta del alma.
A cuidarse del viento huracanado
y de la brisa.
Del volcán poderoso que vomita
fuego y basura
y la pequeña colina perfumada
florecida y abierta.
En cualquier pequeño lugar
de cualquier Patria,
aunque sea la nuestra,
oscurece, se pliega la montaña,
se hace invisible el agresor.

En plena oscuridad
ya no se sabe:
¿quién es el asesino?
¿quién tiene que morir?

En semejante oscuridad,
que produce la guerra,
ya no se sabe
dónde está la amada,
ya nadie sabe
dónde anida el traidor.

Por eso nos miramos
los unos a los otros,
presintiendo un  culpable
en cada humanidad.
Nos persigue el delirio
de una guerra sin fin.

El Capitán herido
gritaba a las estrellas:
Habrá guerra, habrá guerra
y todos morirán.

Cristianos, musulmanes,
ricos y pobres,
todo el mundo muriendo
por un poco de paz.

Todo el mundo muriendo
de una vieja moral:
La guerra es necesaria
aunque sea fatal.

Nada de nada,
no puedo escribir nada.
Todo el mundo está en guerra
y el poema está quieto,
detenido
como un preso de guerra,
en silencio
como en la esclavitud,
caído de dolor
cual torre muerta.
 
INDIO GRIS. FUSIONA - DIRIGE - ESCRIBE Y CORRESPONDE: MENASSA 2001
      
www.indiogris.com


 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Monólogo entre la vaca y el moribundo

IV
Creo que mi vida es la vida de un personaje literario y no me puedo apartar mucho de eso, cuando escribo. Tal vez haya vivido equivocado los primeros 50 años de mi vida, tal vez, para poder vivir la vida que me fue tocando, tuve necesidad de creerla literaria, para hacerla posible de ser vivida.
Tal vez una verdad pueda cambiarse por otra verdad sin que se venga abajo ningún mundo. El amor puede transformarse en confort y el premio Nobel puede estar esperándonos, a la vuelta de cualquier esquina.
El problema, planteado a mi manera, sería el siguiente: Dentro de 21 años, matemáticamente, me darán el premio Nobel de Poesía, pero yo lo quiero antes de cumplir los 60 años, es decir, 11 años antes y, me imagino, que para que ese desfasaje temporal ocurra, algo tendré que hacer de otra manera.
Se me ocurre, de pronto, la mejor idea para hacerlo posible: Escribiré una novela acerca de un hombre como yo, de los 50 a los 60 años y la novela termina cuando me entregan el premio Nobel.
 Algo como el Ulises, pero con buen final, ya que han vuelto los boleros y para el próximo siglo, exactamente dentro de 10 años, se anuncia la llegada del amor a la tierra.
El hombre vivió en las grandes capitales del mundo, Buenos Aires, Madrid, Milán, París, pero ahora, vive en Arganda del Rey, pequeño pueblo comunista, a 29 kilómetros de Madrid y con capacidad actual para 25.000 habitantes.
Cuando miro por la ventana de mi habitación, donde escribo, hago el amor y sueño, veo entre el blanco de las otras casas y el azul del cielo, la bandera argentina y un vecino en el fondo de su casa tiene un caballo, que también veo por la ventana, como en la casa de mi abuela María.
La ventaja de vivir en Arganda es que tengo jardín. Pero ya vendrán tiempos mejores, y un poeta podrá tener su plantación personal de cacahuetes o alcachofas marinas o violentas tormentas del jazmín o dulces y tercos melocotones abiertos a la esperanza o, tal vez, esa manzana verde de la doble caída.
Pecado y ciencia tocan el corazón de la manzana y nosotros la seguimos usando como fruta para después de las comidas. Tengo tensión, tengo apetitos, hambres de milenios y, ahora, querrán conformarme con algún pedazo de queso, excrecencias de alguna vaca pastora, o la misma vaca muerta a palos y descuartizada encima de la mesa, recordando viejos rituales, donde los hombres
se comían unos a otros, y eso era el amor.
Clavo sin piedad mi cuchillo contra el corazón de la vaca y la
vaca muge, se desgarra de pasión frente al asesino. Yo, con precisión quirúrgica, separo grasa y nervios y le doy a mi amada un
bocado de los ovarios calcinados de la vaca.
- Somos libres, me dice ella, mientras se entretiene en el ruido de
sus dientes tratando de doblegar las partes quemadas del universo.
Después, más ligera, haciendo de todo espejismo, una mentira,
me dice con soltura:
- En mí, vive una vaca magistral, que muge y asesina todo el
tiempo. A veces, parece dolorida, pero nada le importa, sabe que ha nacido para ser asesinada a palos y, entonces, caga por todos lados y las flores enloquecidas se comen lo esencial de la mierda y crecen aceleradamente hacia el futuro.
Mutilada dentro de una pequeña caja de amor, acompañada de un
poema o bien sobre el mármol frío y desolado de una tumba, recordando que algo vive aunque el hombre muera.
Me estoy divirtiendo como hacía décadas no me pasaba, pero me
doy cuenta, que esto no me ha de servir mucho para el Nobel. Una gran experiencia, un gran amor y me desgrano en pequeños versos cotidianos.
Ella trata de explicarme que ya fuimos dominados, hace algunos siglos, que hoy día se trata de otra cosa, que ya nadie pelea o quiere o desea la libertad. Que la gente normal hace costosas colas para denunciarse a sí misma.
Mientras se dejaba caer en la cama finalizó, sin esperanzas:
-Lo peor, es que el Estado que nos controla es a su vez controlado por estados más poderosos...
Dejé caer sus palabras en el aire, porque ella misma las había dejado caer de esa manera y me detuve en claros pensamientos de aguas comestibles. Me imaginé vendiendo mi vida a una gran empresa inglesa y absolutamente convencido le dije sin rencor:
- La palabra por la palabra es tan inocente como el cuerpo por el cuerpo.
Algo consigo, pero no me doy cuenta de haber conseguido nada, por no haber conseguido de repente lo deseado. No me dejo llevar por ese vacío del alma, comienzo todo nuevamente. Vuelvo sobre huellas dejadas de lado. Invierto, parte del capital del mundo, en mis versos. Arranco del amor, estas palabras sanas, bellas y nadie me podrá decir que no he vivido.
Me toco el corazón de la serpiente y me siento vivito y coleando, hago ejercicios de respiración, como suponiendo que el viaje será largo y doy por abierta la competencia. Habrá fiestas y ancianas mujeres discutirán sobre mis orígenes:
- Nació del ruido, dirá la más anciana, y es por eso que puede escuchar los sonidos más lejanos de una voz.

Miguel Oscar Menassa
De "Monólogo entre la vaca y el moribundo", 2001

martes, 28 de septiembre de 2010

Benalmádena-Costa, Sábado 4 de octubre de 1997

Estoy a un metro del mar, sentado en una reposera del hotel, en la playa privada. Esta mañana, precisamente, es tan privada que soy el único hombre semidesnudo frente al mar, a un metro de distancia.
Me meto hasta las rodillas en el mar y ahí me mojo con alegría la cara, los brazos, meto mi cabeza en el agua como un animalito, hasta que una pequeña ola me recuerda los grandes momentos marítimos a tu lado, tal cual dos compañeros y me enternece escribirte una carta casi metido en el mar donde tú no estás.
Hoy quiero liberarte de la responsabilidad por mi trabajo.
No fue que trabajé como una bestia para que vos pudieras vivir como una reina. Fue que trabajé como una bestia para poder soportar que fueras una reina y vivieras conmigo.
Algunos, algunas podrán decir: una pequeña reina de su propio corazón, una reina sin reino dirán otros pero frente a la poesía siempre te comportaste como una verdadera reina del mar.
Fuiste capaz de acallar el sonido de las olas para que yo escribiera ese silencio.
Después, también, tantas veces fuimos esos dos estúpidos haciendo compras en el supermercado creyendo que el problema de la humanidad era el precio de las alcachofas o el precio al consumidor del tomate de las granjas de cercanías o los putos o los negros o la crueldad con la que nos había tratado la vida haciendo de nosotros dos exiliados, dos extranjeros a todo, también a nosotros.
Sin embargo, hundimos con pasión arrebatada nuestras manos en las entrañas de la vida y algún jirón le hemos arrancado, algo de vida hubo para nosotros.
También hubo muerte y humillación, dolor y enfermedad y tuvimos que comprobar el horror de la traición por un pedazo de pan y algunos de nosotros se tuvieron que vender totalmente por un pedazo de amor pero la vida se quedó con nosotros y nos obligó a vivir despiadadamente ocurriera lo que ocurriera.
Nosotros dos estábamos condenados a seguir vivos, con los ojos abiertos, sin darle nunca las espaldas al horror.
No sólo asesinaron brutalmente a uno de nuestros hijos, a Pablito, en medio de la calle, casi delante de nuestros propios ojos, sino que todos los días, por la televisión, miles de jóvenes como Pablo morían delante de todo el mundo sin que nadie hiciera nada.
Todos exclamábamos, ¡Qué horror! ¡Qué horror! pero nadie podía hacer nada. La policía estaba comprometida en ciertos tráficos ilegales u otras yerbas. Los estados eran gobernados con el dinero del contrabando de drogas y de armas, hasta nucleares y todos nos mirábamos unos a otros y exclamábamos, ¡Qué horror! ¡Qué horror!
Y cuando no los mataban a los 20 años, los empezaban a violar a los 5, a los 7, a los 9 años. Y hay un montón de diversiones organizadas por compañías, se podría decir de turismo, donde niños y niñas de esa edad y sus mutilaciones, maltratos y vejaciones, son en algunos casos la diversión de jueces, magistrados, uno que otro presidente de algo, locutores de radio y maestros, ¿te das cuenta lo que nos hicieron ver? Los maestros de la escuela, vejaban y maltrataban a los niños, en lugar de educarlos. ¡Qué hijos de puta! Y nosotros no podíamos morir, tampoco podíamos cerrar los ojos.

Miguel Oscar Menassa
De "Cartas a mi mujer", 2000