El impacto que te produjeron mis primeras cartas, me hizo dudar acerca de seguir escribiendo de nuestra apasionante aventura, por temor a dañar tu sensibilidad, tu orgullo.
Tu silencio es aún más hondo, tu disociación más extrema.
Tratando de ayudarte te diré, que las últimas veces hablamos del dinero, de la relación entre el dinero y tu cuerpo, y eso, siempre te perturba de alguna manera espectacular.
Tú hubieses preferido que fuese todo por amor.
Si hubiese sido todo por amor, mi pequeña, ahora no habría ninguna necesidad de separarnos. Pero quiero recordarle, querida, que usted llegó hasta mí para volar y no para morir, como a veces parece que usted quisiera, pequeña, y muerta de miedo entre mis piernas.
«No me deje, doctor, espere un tiempo más, todavía no pude
ni escribirle un poema a mi madre. Yo vine a usted, es cierto, porque quería ser como las grandes escritoras que no temen, a nada. Esas escritoras que no mueren en la guerra, esas escritoras que no sucumben frente a ningún amor, esas que se ponen a llorar, sólo, en presencia de un poema bien escrito. No me deje, doctor, justo ahora, que había comprendido que usted no era el bramido del viento, llamándome a la muerte, ni la superficie helada de los vientos donde, al anochecer, plasmaba mi locura.»
No dije que se fuera, sólo que el tiempo se abre camino entre nosotros.
«Sí, el tiempo, doctor, claro... nuestro adiós, la propia muerte de nuestras cosas, doctor, nosotros y el tiempo.»
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1991
Tú hubieses preferido que fuese todo por amor.
Si hubiese sido todo por amor, mi pequeña, ahora no habría ninguna necesidad de separarnos. Pero quiero recordarle, querida, que usted llegó hasta mí para volar y no para morir, como a veces parece que usted quisiera, pequeña, y muerta de miedo entre mis piernas.
«No me deje, doctor, espere un tiempo más, todavía no pude
ni escribirle un poema a mi madre. Yo vine a usted, es cierto, porque quería ser como las grandes escritoras que no temen, a nada. Esas escritoras que no mueren en la guerra, esas escritoras que no sucumben frente a ningún amor, esas que se ponen a llorar, sólo, en presencia de un poema bien escrito. No me deje, doctor, justo ahora, que había comprendido que usted no era el bramido del viento, llamándome a la muerte, ni la superficie helada de los vientos donde, al anochecer, plasmaba mi locura.»
No dije que se fuera, sólo que el tiempo se abre camino entre nosotros.
«Sí, el tiempo, doctor, claro... nuestro adiós, la propia muerte de nuestras cosas, doctor, nosotros y el tiempo.»
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1991
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