Tengo destinos y tengo soledades,
el tiempo, las caricias de la noche,
el habla, la sonrisa de los tiempos,
el silencio de la noche, los sueños,
melancólica serenata a los muertos.
A mi padre, enloquecido de amor solitario,
sin nada grande que dejar, a nadie grande,
porque todo lo grande estaba en su niñez.
A las orquestas serenas de la tarde,
ese bandoneón tocado solo por mí,
al mediodía, bajo el sol de Pompeya,
arrabalero compás, tango inolvidable.
Por eso siempre pienso en volver y,
la lejanía, es cada vez, más lejanía.
Nadie vuelve de su propia vuelta,
nadie retorna de su propio retorno,
nadie muere, exactamente, en vano.
Mañana volveré y eso no ocurrió nunca.
Dejamos de llegar y eso fue para siempre.
Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos", 1995
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