II
Una
mezcla de servidumbre y libertad,
ambas
inconcebibles, me acompañan.
Como
un hueco vacío en plena soledad.
Como
un silencioso toque de queda a muerte.
Como
un viejo silbido proveniente del mar.
Extrañé,
dulcemente, tus carnes todo el tiempo.
Soñé,
me até a los brazos de la muerte y tu cuerpo,
no
dejaba de llamarme la atención con su frialdad,
espesa
venganza de las tierras heladas por el odio.
Pensé
en la muerte nuestra compañera inalterable,
separé
todo lo que se puede separar del cuerpo y,
a
pura alma a corazón batiente, aferrado a la vida,
palabra
a palabra, fui construyendo este espejismo.
Por
fin he comprendido: soy un poeta afortunado.
Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos"
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