jueves, 6 de agosto de 2015
ARRÁNCAME LA VISTA, AMADA
Arráncame la vista, amada, le dije sin mirarla
y ella, acostumbrada a mis palabras, bajó el telón.
Quedamos, al besarnos, de este lado del mundo,
sin ver lo que pasaba, sin mostrar lo que hacíamos.
Devuélveme la vista, amada, le dije sin mirarla
y ella, acostumbrada a mis palabras, subió el telón.
Quedamos, al besarnos, de ese lado del mundo,
lo vimos y lo mostramos todo, mas todo daba igual.
Déjame como estoy, no toques mi delirio.
Algo te doy amándote y nadie se da cuenta.
Algo me guardo para mí del amor pero no siento nada.
No somos náufragos perdidos, aún no hemos partido.
Aún, amada, nadie ha llegado al puerto
y al llegar no habrá barca esperándonos.
Sólo la bruma de la orilla espera,
sin novedad, sin mundo, volvemos a la página.
Ya fuimos ciegos, ya fuimos videntes,
ya dimos de beber a quien no amaba el agua,
nos sentamos a comer en la mesa de los ayunadores
y una cama vacía de amor la llenamos de lágrimas.
Ya fuimos la luz que no se enciende
aunque de golpe aparezca Aladino.
Ya fuimos los condenados de la tierra
y el dolor de quien nada tiene para sí.
Somos, ahora, como los árboles perennes
que una vez plantados no dejan de crecer;
más allá de los soles, del viento, de las lluvias,
más allá de los tiempos, del amor, de la muerte.
Miguel Oscar Menassa
De "Al sur de Europa"
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