viernes, 16 de noviembre de 2012
Querida:
Lo comprendo, pequeña, en medio de tanta luz, nadie será capaz de mendigar para velas.
Una vuelta a las más recónditas galerías del recuerdo.
Todo lo que no pudo ser debido a las grandes cataratas del olvido. Aquellas olas, esas vertientes que de iluminarse hubieran sido todo el universo.
Cielos envueltos en dioses alterados por el amor, perfectos cielos cósmicos adulterados por el bien.
Bestias inmaculadas, alaridos del perdido tiempo del amor.
Empecinados, tercos galopes enardecidos de calor y miedo.
Volteretas inquietas, aves de rapiña violadas por la fe.
Viajes perfilándose hacia el futuro, pequeños náufragos.
Ennegrecido pasaje voluptuoso tu cuerpo enceguecido.
Tu cuerpo, esa tierra abierta, sin más, al universo.
Tu planicie de paz en medio, exacto, de tus pechos.
Y el ajetreo violento de tu vientre, abandonándose.
Y soy por último, querida, para despedirme hasta la próxima, un blanco corcel enamorado, de la llanura que recorre con su canto. Un águila que se enamora del viento que, su ferocidad, parte en dos cuando vuela.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
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