Cuando tuve la certeza de semejante soledad, sin agua, en el desierto, la arena y yo, yo y el sol y la arena, me volví loca. Y corría y daba vueltas sobre la arena hirviendo y me quemaba la piel y la arena se metía en mis ojos y lloraba y sentía que me moría, de sed, de soledad.
Un viento leve traía un murmullo desde lejos, desde muy lejos que se acercaba a cierta velocidad.
Él me lo había dicho: Cuando sientas en medio del silencio del desierto un ruido que viene desde lejos, busca refugio detrás de alguna duna, porque ese ruido, ese viento es la voz de Dios cambiando toda la arena de lugar.
Me refugié detrás de una gran duna y me aplasté contra la arena y me quité la falda y me tapé la cabeza y los ojos con la falda y esperé, esperé tranquilamente morir en el desierto.
A punto de morir, se calmó el rumor, el viento y en la arena comenzó a escribirse un poema...
Miguel Oscar Menassa
De "La Bella de Día y Jesús", 2011
lunes, 16 de abril de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario