I
Cuando los robustos colores de mi insurgencia,
toquen, por fin, tu corazón, ya será tarde,
tu corazón será de piedra.
Cuando abramos, silenciosamente, la mañana,
encontraremos envuelta en ella,
los suspiros nocturnos de cien mil muertos,
recordando tu nombre:
madre desde que estás lejos,
no vienes por las noches a besar mi frente enamorada.
"El cielo está cerca, hijo mío, la voluntad de Dios,
se hace agua en mis labios de fresa y colombina,
asustada por el disfraz de pierrot sangrante"
No te preocupes madre, si no triunfo,
te prometo caer derrotado de manera grandiosa.
Será un coloso tu hijo,
cayendo de los espejismos de la gloria.
Me vestiré de sedas y topacios,
para que al verme caer, pienses en los ángeles.
Encuentro, definitivo, con la muerte, alguien dirá
y yo que nada sabe, escribirá un poema.
Verás qué ritmo madre, el ritmo de tu muerte.
Porque vos fuiste la que quiso que yo fuera poeta.
Amabas los trigales, recuerdas,
recuerdas por las noches tus canciones de amor.
Yo era tu príncipe valiente y, también,
era tu príncipe cobarde. Yo era tu príncipe.
Te escribía poemas y te llevaba flores en mis manos,
después ninguna mujer quiso que yo pudiera tanto.
Furibundo, mezquino, alucinado,
hundo mis manos en el vientre sagrado de la tierra,
para encontrarme con algún pedazo de tu cuerpo,
algo que me devuelva la razón de ser para vivir
y me rompo contra piedras bañadas en oro cálcico.
Vociferadores y sangrientos dioses de la nada,
tejen, silenciosamente, sobre mis esperanzas,
los pequeños días, que esperan entre sombras,
verme dejar tu amado cuerpo por nuestro canto.
Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos", 1995
miércoles, 11 de abril de 2012
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