Para saber de pequeño y de loco
olía los olores buscando aquel olor.
Serpiente adolescente recupero tu piel.,
para ser tan solo contra el tiempo mi tiempo.
Hurtaba de las noches sueños y flores negras
Opacas madres reventando sus sexos
entre la algarabía y los colores
de la palabra puta.
Ella era el otoño
Sus frutos secos su color marrón,
su frío entrecortado por el sol
palabras del pasado.
Dormía bien
comía mi bocado de pan
y amaba de ella
los resplandores.
Su cuerpo contra mi cuerpo
todo lo primordial.
Sus humedades contra el dolor de la vigilia.
Recuerdo sus pechos en mi propio latir
redondos como toda la nieve
como la blanca nieve universal,
sus pechos
altas fragancias en mis ojos. Olor de los olores.
Busqué,
con toda la impiedad de la locura
tus pechos en la tierra.
Y en cada flor, y en cada hombre
y en cada letra de mis versos,
busqué,
tus ojos en la tierra.
Supe del tiempo de los despedazados pétalos
entre las manos.
Y fue imposible ser.
Del viejo amor
del desenfado de mi cuerpo
sobre tu bajo vientre,
sólo me quedan en las manos,
astillas
encuentros con la muerte.
En mis pequeños oídos malheridos
el ronroneo, de tu voz, la vociferación de tus encantos
entre mis piernas. Lenguas de fuego
tu voz, tu canto amable, tu nada misteriosa.
Y fui para saber, tu dios
el rey de tus aullidos
el omnipresente legislador de tus blasfemias.
Tu poeta inmortal.
La grieta en tu mirada, para siempre.
Bebedor insaciable, lleno de sed
pleno de rabia y de lujuria, bebí toda tu sangre,
tu embriagadora leche, bebí, todo el dolor.
Tus líquidos orgánicos,
tus carnes desgarradas con mis dientes
no bastaron.
Mi sed era insaciable.
Era una sed de tiempos, de palabras.
El sol que yo buscaba era otro sol
ni llamas, ni fulgores, ni roncas caricias sobre mi piel.
El sonido del sol, el estruendo del sonido del sol.
El nombre de tu cuerpo.
olía los olores buscando aquel olor.
Serpiente adolescente recupero tu piel.,
para ser tan solo contra el tiempo mi tiempo.
Hurtaba de las noches sueños y flores negras
Opacas madres reventando sus sexos
entre la algarabía y los colores
de la palabra puta.
Ella era el otoño
Sus frutos secos su color marrón,
su frío entrecortado por el sol
palabras del pasado.
Dormía bien
comía mi bocado de pan
y amaba de ella
los resplandores.
Su cuerpo contra mi cuerpo
todo lo primordial.
Sus humedades contra el dolor de la vigilia.
Recuerdo sus pechos en mi propio latir
redondos como toda la nieve
como la blanca nieve universal,
sus pechos
altas fragancias en mis ojos. Olor de los olores.
Busqué,
con toda la impiedad de la locura
tus pechos en la tierra.
Y en cada flor, y en cada hombre
y en cada letra de mis versos,
busqué,
tus ojos en la tierra.
Supe del tiempo de los despedazados pétalos
entre las manos.
Y fue imposible ser.
Del viejo amor
del desenfado de mi cuerpo
sobre tu bajo vientre,
sólo me quedan en las manos,
astillas
encuentros con la muerte.
En mis pequeños oídos malheridos
el ronroneo, de tu voz, la vociferación de tus encantos
entre mis piernas. Lenguas de fuego
tu voz, tu canto amable, tu nada misteriosa.
Y fui para saber, tu dios
el rey de tus aullidos
el omnipresente legislador de tus blasfemias.
Tu poeta inmortal.
La grieta en tu mirada, para siempre.
Bebedor insaciable, lleno de sed
pleno de rabia y de lujuria, bebí toda tu sangre,
tu embriagadora leche, bebí, todo el dolor.
Tus líquidos orgánicos,
tus carnes desgarradas con mis dientes
no bastaron.
Mi sed era insaciable.
Era una sed de tiempos, de palabras.
El sol que yo buscaba era otro sol
ni llamas, ni fulgores, ni roncas caricias sobre mi piel.
El sonido del sol, el estruendo del sonido del sol.
El nombre de tu cuerpo.
24 de junio de 1977, Madrid.
Fiesta de San Juan.
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