Fui
un hombre
amante
de la libertad
y
los venturosos días por venir.
Después
cayeron sobre mí,
la
guerra y sus estragos.
La
libertad,
se
fue poniendo negra entre mis brazos
y
aquel bello rostro de los recuerdos infantiles,
su
rostro,
se
evaporó lentamente entre los ojos de la muerte.
Gritos
desesperados saliendo a borbotones,
llamándola
por última vez y, ella,
alta
y desnuda, ráfaga inalcanzable de cielo,
ordena
matar.
II
No
sabemos, todavía, no sabemos:
¿Quién
está vivo y quién está muerto?
III
A
nuestro alrededor
la
libertad seguía volando libremente
y
volando,
se
hablaba de ella en otros mundos
y
volando,
había
un reino más allá del cielo,
donde
la libertad,
entre
los soles de las galaxias superiores,
reinaba,
siempre
intangible y serena,
la
vida de los hombres.
IV
Para
vivir, fue necesario
llenarse
la cabeza y el alma de ilusiones.
Para
vivir, fue necesario,
dejar
de vivir.
V
De
un ser despedazado hicimos escritura.
Una
escritura hambrienta de porvenir,
libertad
a los cuatro vientos,
amor,
loco y vivaz, entre las letras.
Una
escritura desesperada,
desenfrenada
buscadora de amor.
de
libertad, de humanidad.
Todo
lo que no existe.
VI
Tiempo
donde toda la música,
era
el quejido de los moribundos.
Tiempo
donde toda la alegría,
era
recuerdo.
VII
Entre
los bramidos de la muerte
me
hundí en mi propio interior.
Quise
encontrar sentido al universo
en
el centro de mis tripas.
Hice
de mi corazón,
un
breve y opulento palacio de cemento.
Puse
alambre de púas en mi piel,
me
rodeé de fosos,
levanté
los puentes levadizos
y
puse cadenas a mi alrededor
y
cadenas
y
reflectores contra el sol
y
dejé de escribir, porque temía,
que
mi escritura transformara mi vida.
VIII
SILENCIO
era lo único que pedían.
IX
GRITAR
fue el único deseo.
X
Gritando
y enmudeciendo para no morir.
Recordando
y olvidando todo para no morir.
Levantando
y agachando la cabeza para no morir.
XI
Quise
volar como los pájaros, gruñir como las bestias
Quise
ser Dios
y
me moría de hambre con los hambrientos.
Quise
ser millones
y
lloraba con los desesperados porque llorar,
es
un recuerdo del hombre inolvidable.
La
alegría me caló los huesos cuando le opuse
mi
primer verso a la muerte.
XII
QUERIDA
MUERTE,
a
tu pesar,
a
mi pesar,
la
vida continúa.
XIII
Grotescas
olas, cataclismos inesperados,
retorcimiento
visceral.
Torturas
y
hambre
y
pequeños pecados solitarios,
que
el tiempo castiga con la muerte
Un
tiempo que todo da lo mismo.
XIV
Un
tiempo,
un
viento,
un
opaco murmullo,
te
parte la vida en mil pedazos.
Después,
un hombre es lo que es.
XV
Después
de la catástrofe escribo versos
y
hago el amor porque el amor,
también
hace la guerra.
Hablo
a mis hijos del movimiento de los astros:
es
posible hablar de las estrellas sin tocarlas
y
nos quedamos mirando, tranquilamente, la luna,
el
vuelo borracho de alguna abeja entre las flores
y
nos distraemos con cualquier tontería de la tarde
porque
les hará bien, me digo,
que
vayan olvidando el nombre de los muertos.
Y
sueño todas las noches un futuro brillante
y
me levanto buscando un sol que hoy tampoco estará
y
busco entre los hombres con quién hacer la guerra,
porque
la guerra, también, hace el amor
y
escribo versos.
XVI
Creciendo
contra todo,
ambicionando
todo lo que pronuncio,
le
fui poniendo alas,
bujías
electrónicas,
motores
supersónicos a mi canto.
Y
creciendo hice versos
y
mis versos creciendo,
fueron
mi vida.
Miguel Oscar Menassa
Del libro "El amor existe y la libertad", 1984