I
Abro y cierro mis mandíbulas
dejo escapar, agrestes humos,
cálida energía vital, nazco.
II
Partícula agónica de la matanza,
Otro del Otro que fui, escribo.
III
No tengo que dejar,
que mi pensamiento sea desviado.
Porque mi pensamiento es,
el pensamiento desviado.
IV
A los pobres nos pasa,
todo en nuestro cuerpo.
Morimos jóvenes o,
nos endurecemos.
Nos vamos haciendo de granito,
vamos uniendo unos contra otros,
nuestros sentimientos y,
sin embargo, sabemos:
Un hombre a cierta edad
no necesita estar unido a nadie
para pretender cambiar el mundo.
No necesita estar unido a nadie,
para decir:
Yo soy la humanidad.
V
algo vibra...
VI
Pequeño conjunto de células sin voluntad,
pequeño niño a punto de nacer,
boca abierta a tibias leches y al veneno.
Pedacito, carne sin voluntad,
arrastrado en cualquier dirección,
maleable,
barro sensible a las miradas.
Postergo, deliberadamente,
mi nacimiento:
El miedo me mata antes de nacer.
VII
Hacia los mundos
que el hombre desconoce como mundos.
Hacia esos recorridos del alma no señalizados,
vuelo, hacia las huellas que el hombre,
dejará sobre la tierra.
Vuelo, azul, sobre los dientes de la noche,
ato al perfume de tus nalgas, mi soledad.
Sucumbo en ese cráter cósmico,
descanso en paz, entre tus brazos.
VIII
Buscando tus entrañas, oro azul,
me encontré con la muerte. Luz.
IX
Espía de mí mismo,
me entrego, definitivamente,
anclo.
Busco en tu piel y sonrisas de tu vientre
se deslizan entre suaves movimientos del mar,
olas detenidas como para siempre en tus ojos.
Pequeños surcos en la frente y una juventud,
tocada por la repetición de los errores,
me deciden a todo:
Vuelco sobre mi copa los últimos soles del verano
y bebo en los contornos de un ritmo, desesperado,
mi vida.
Cabalgo, lumínica presencia,
hacia donde el hombre no puede más
y, ahí, precisamente, en ese límite,
comienzo a galope tendido,
a galope feroz,
mi última carrera.
Vuelo entre las tumbas de los que no pudieron,
ellos son mi recuerdo y mi esperanza.
Lo que podría pasarme y, también, la ilusión,
de una nueva estrella entre los astros.
Sencillamente arrastro todo lo que fui.
No fui feliz,
porque ser feliz es,
argucia del sistema.
X
Pretendía caminar, tranquilamente, por la vida
y no fue posible.
Desde el rostro sangrante de la nada,
escribo este poema.
Dolorosamente recuerdo,
mis años juveniles,
donde decir, era alcanzar,
con la palabra, el cielo.
Decir,
para que nada quede de lo dicho,
también, es un destino.
Sangro y lo digo.
Me duele y lo digo.
Recuerdo a mi madre y al decirlo
entre sus brazos me recuerdo.
En libertad arriesgo todo lo que tengo,
para llegar a ser este temblor,
acacia dormida en hondo mar,
hoja tenue y sencilla, al viento,
en el otoño,
pequeño sol.
MIGUEL OSCAR MENASSA
De “La patria del poeta”
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