Querida:
Encuentro estos momentos de nuestra relación propicios para
comenzar a decirte cómo es que a mí me gustarían las cosas entre nosotros. Y,
sin embargo, elijo el silencio entrecortado de mis versos para no decirte del
todo, para dar cabida, una vez más, a tu frondosa imaginación, sin la cual,
debo reconocerlo, ya me sería muy difícil seguir viviendo.
Soy, mi querida señora, el que quiso matar la paloma de la
paz. El buitre ensangrentado lleno de furia por haber sido maltratado en el
amor desde pequeño. Por eso, en los encuentros mortales, en la desavenencia
nocturna del alba, allí puedo decirle los olores de las tristes mariposas
muertas antes de volar verdaderamente. Esas almas sin destino.
Voladoras para recreación de algún espíritu volador ,
sin nada para ellas en ese arte de volar.
Quisiera, junto contigo, amada, ser el estruendo mortal de
la ineficacia.
Portero de la nada, del viento contra el viento,
un ser confundido con las más airadas protestas de libertad.
Embelesado de no saber volver a ningún sitio,
abierto después de la tremenda ineficacia, en llamas
multicolores, envuelto entre las razones de su odio, la espero. Malherido,
lleno de horror por lo inevitable.
Envuelto en ramas, sacrificando algún olor, conteniendo la
ira y el miedo, el amor ha permanecido en mí, inalterable. Lo sé, en los odios
y las envidias más fuertes, en los desgarros más profundos, ahí, anida la
poesía
No es a un imbécil liberado a quien se le entrega la poesía.
sino a quien le costó la vida liberarse, es a quien se le entrega la poesía
Me ama cuando le muestro mi rostro ensangrentado. Cuando en
mi cara aparece la mueca de la muerte, me adora.
Miguel Oscar Menassa
De “Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta
psicoanalista”, 1987
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