Estábamos en el patíbulo.
Esta vez tocaba ahorcamiento.
Una blanca soga perfecta sobre tu cuello de perla.
Oído entrecortado,
murmullo,
blanco y perfumado, que llega hasta las orillas del alma,
y ahí,
precisamente, muere.
Nadie era igual a nadie. Estábamos, muriendo de a uno
cada uno, por nuestros propios sueños.
Se mezclan en mi mente cuando estoy escribiendo
mil concepciones de la frase y del mundo y de la vida, que más que darme ánimo de seguir escribiendo me llaman a reposo, a descansar tirado, en el propio centro de la muerte.
No amo ningún gesto, porque soy diferente a todos los gestos.
Porque tengo una pija envenenada y loca y robustos colores primitivos en mi mirada
perfectos y casi definitivos.
En mil direcciones,
y digo bien lo que me pasa,
parto en mil direcciones, porque mil direcciones son las direcciones de la ilusión
de mi mirada.
Tampoco tengo amor para mí.
No amo ni mis versos.
Todo es una condena.
Ciertas pequeñas burbujas del mar en el amanecer.
Ciertas rocas cantarinas.
Ciertos caminos imposibles.
Soy un hombre envenenado con su propia sangre.
El drama es perfecto.
Un hombre casi muerto por su propia creación.
Una especie de dios moderno y descuartizado.
Un verdadero hijo de puta.
Un empecinado,
en hacerle creer al mundo que mis datos, son los detalles indelebles
de la vida. El resto, simples manías del hastío o de la huida.
Soy un hombre único, partido y múltiple.
No me adapto a nada.
En el mismo momento de la explosión atómica,
lo recuerdo tan nítidamente como el estallido,
mi madre me besó en los labios.
No me dan ganas de escribir de nada que la gente quiera que escriba.
Todo es más
complejo así, ya que la gente últimamente pide cualquier cosa.
Parece que pudiera,
moverme en cualquier dirección que siempre habrá alguien que esté conmigo tratando, aunque no lo sepa, de hacer lo elegido. Antes del goce de la acción me harán sentir en todos los casos la responsabilidad de la acción.
Un hueco donde de golpe puede caber
cualquier cantidad de mierda,
también es una historia.
Siempre hubo líderes, y siempre fueron empecinados, y estúpidos y siempre creyeron de más en sus propios planes y algunos hasta llegaron a ser caprichosos, y déspotas, y turros y viciosos y sin embargo la famosa humanidad los recuerda de manera increíble, y pone sus nombres entre piedras y ornamentos inolvidables.
Y siempre hubo mierda entre las flores y pequeños hombres bondadosos y humanistas que para mejorar al hombre, fueron capaces de matar en un solo gesto 500.000 personas. Los dos renglones anteriores me parecen carentes de sentido en el texto, como alguien distinto al escritor que conozco me haya dictado esos dos renglones que ahora han producido este punto de no retorno, esta desviación incalculable.
Mi hijo me mata de mentira con un revólver de mentira. Mi hija riéndose me dice que todavía no estoy muerto y que puedo seguir escribiendo. Yo en verdad no sé qué hacer.
Fumo un cigarrillo y fumo lentamente, porque el humo nubla de esa manera mi mirada.
Y me pongo a llorar.
Dedico este libro como se dedican las flores o los pájaros.
Al sol.
A las canciones.
A todos los muertos por la patria y también esta vez,
a los que todavía no murieron.
A mí.
Este libro me lo dedico a mí.
Un libro que escribí lentamente por las noches.
Que corregí lentamente solo entre los juegos de los niños.
Un libro que llevé a imprenta escapándome entre las sombras de los más amados.
A todos los animales del mundo.
Al que muge.
Al que pide pan,
al que se lo niega.
Al Grupo Cero, por haber permitido tamaña soledad.
A la Comunidad “Familia Ampliada” Carbonero y Sol, por haber expuesto su belleza,
ante mi mirada.
Familia que como todas las familias, y a pesar de todos los esfuerzos,
no pudo terminar con mi soledad.
A Carlos Gardel y a Hegel, porque del hombre y la mujer dicen lo mismo.
A España,
tierra arrasada,
tierra de dios,
por querer conquistar lo inconquistable.
A Madrid en especial, porque a pesar de todas las trabas que a cualquier latinoamericano le ponen para vivir en ella, hace dos años y medio que resisto.
Y si de comparar se tratara, se me aparece la palabra selva,
pequeña,
conocida.
Mujer errante y desquiciada.
Siempre al alcance de la mano.
Si después de la lectura de este libro alguien persiste en ser mi amigo,
se lo dedico a él.
Nombres no quiero dar porque sufrir sufrimos todos.
Y en ese sufrir,
todos fuimos contrarios.
Todos severos amantes del pasado.
Perros hambrientos.
Sólo nos atrevíamos a pedir un poco de pan y sexo.
Y ella fue dios.
Dadora universal.
Carne y martirio.
También se lo dedico a ella.
Turbia y melancólica,
para que se ate la dedicatoria al cuello,
y me pasee por el mundo.
En general,
GRACIAS A TODOS.
MIGUEL OSCAR MENASSA
Del libro “Psicoanálisis del líder” , 1979
viernes, 3 de diciembre de 2010
DEDICATORIA
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Un poemazo, si señor.
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