viernes, 18 de junio de 2010

LLANTO DEL NACER

A mi hija Alejandra

Antes de que nacieras,
el mundo
era una flor que te esperaba.

Cuando hiciste el primer movimiento
en la penumbra del vientre de tu madre
toda una gran ciudad del sur americano
se movió, tranquilamente, a tu compás.

Antes de que nacieras,
el mundo
era una flor que te esperaba.

Los hombres, las mujeres,
las naturales caricias de la noche
el sol doliente de la pampa húmeda
se reunieron para elegir tu nombre:
Alejandra.

Detuvimos la vida para verte nacer,
todo en nosotros, día y noche, era poesía.

Los más fuertes guerreros de la época
los jefes indios sublevados, y yo mismo,
detuvieron la guerra, el ruido de la guerra,
para no perturbar la delicada música
de aquel primer poema, tu vagido inicial.

El mundo, pequeña y bella flor que te esperaba
se hizo jardín radiante, multiplicando los colores.
El movimiento de tus ojos detenía los tiempos,
abriendo nuestra vida a un mundo diferente.

Cuando apenas hablabas, la continuada guerra
nos expulsó, en bandadas, del verde paraíso.
Montados en mis versos llegamos, desfallecientes,
casi sin esperanzas, a una tierra de paz.

Comimos y bebimos los más dulces manjares
y, también, las agrias constelaciones del dolor.

El mundo, pequeña y bella flor que te esperaba
se hizo jardín radiante multiplicando los colores.

Tú crecías hermosa mientras la vida
se transformaba en mis palabras.
Mis versos crecían hasta alcanzar la inteligencia
y, vos, volabas segura entre mis versos
hacia el brillante porvenir que hoy festejamos.

Después vino, a tu vida, tu poeta,
y las delicias del verbo hicieron tu camino.
Te solté de la mano cuando supe
que eras del mundo para el mundo.
Y aún, antes del esplendor
antes de que tus versos
grabaran en la historia
tu «Primera Inquietud»,
vino, para nosotros, el dolor del siglo,
la muerte vino a poner, delante de tus ojos, la vida
y fuiste, a pesar o a causa de tu juventud,
sabia:

Lloraste
hasta alcanzar la voz con tu tristeza.
Apartaste de todas nuestras vidas,
con gesto delicado, a la señora muerte,
te dejaste llevar por las palabras
y con alegre y dulce fe, llena de amor,
te fundiste, con pasión, a la poesía.

Y hoy brindamos por ti, bella Alejandra,
por la serena inteligencia que viene del futuro
y no sólo por ti, sino contigo, quiero brindar
por todos los presentes.
Lleno las copas, nuevamente, para brindar
por todos los amigos y las lejanas tierras,
y todo aquel que quiera ser dueño del amor.

Si te he pedido, hija, tan generoso brindis,
es porque quiero, ahora, que todos juntos:
mis versos, la inteligente y bella Olga,
tu esplendor, la fuerza de Cecilia y Antonio,
la vida plena de Fabián y Manuel,
la sonriente abuela, los olvidados,
los amigos presentes y, aun,
aquellos que no existieron nunca,
juntos te digo, levantemos
lo más alto posible nuestras copas
lo más alto posible nuestra voz
lo más alto posible radiante poesía
para brindar por Pablo,
porque nuestro pequeño Pablo amado
lo deseaba tal cual está ocurriendo hoy.

Gracias Alejandra porque hiciste del mundo,
aquella pequeña y bella flor que te esperaba,
esta selva radiante multiplicando los amores.

Miguel Oscar Menassa
De "Llantos del exilio", 2001

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