Después de veinticinco años, aún, te amo,
en el borde mismo de un futuro imposible.
Hemos sentido, juntos, el sublime delirio,
de vivir siempre, en libertad, enamorados
y fuimos atravesando, casi sin aliento,
el corte brusco, inesperado, de la muerte.
Y, sin embargo, aquí estamos, una vez más,
valientes y, al mismo tiempo, temerosos,
con el ansia infinita o eterna de comenzar,
a pesar del profundo dolor irremediable,
una nueva, esperanzada, abierta vida.
Por eso, por haber vivido a tu lado,
lleno de amor, en plena libertad,
es que quisiera proponerte amada,
en un enjambre de luz, deseo ardiente,
arremeter contra el tiránico dolor,
que quiere consumirnos y, como antaño,
amar de los amores la cuantiosa belleza,
sumergirnos, sin más, en nuestras carnes,
insondables delicias de lejanos misterios
y dejar que la vida venga a estar con nosotros
y nuestros más amados desde lejanas soledades,
infinitos vacíos negros en el espacio, amarán,
tiernamente, con alegría, nuestros nuevos amores.
Ahora, también, y lo deseo, voy a cantarte,
como se cantan los hechos fuertes de la vida.
Como esos sencillos terremotos que, sin saber,
contienen la inmensidad, el ruido de lo eterno.
Como la brisa del otoño, casi sin darse cuenta,
rompe el preludio de los arrebatos veraniegos.
Como aquel tango que se bailó sólo una vez
o la orquesta maravillosa que sólo fue silencio.
Hoy quiero cantar como se cantan los himnos en la guerra,
por esas duras, sempiternas batallas que nunca sostuvimos.
Por todos los amores que no fueron, por las vidas quebradas,
por nuestra infinita, sana, soberbia de abrazarnos al fracaso,
para poder seguir viviendo juntos,
para poder seguir mirándonos, vivos, erguidos,
altaneros por haber sobrevivido todo mal, por haber mirado,
frente a frente los espectaculares cataclismos:
un siglo envenenado, la muerte tirada, sin más, en nuestro lecho
y nosotros, después de todo llanto, entre el dolor desesperado,
decíamos palabras, caminábamos de un lado para otro,
esperando, sabiendo de antemano
que nuestro gran amor vencería a la muerte.
Es por eso que hoy, quiero cantar con fuerza,
con una voz de hierro, una canción,
que llegue hasta los mismos confines de todo el universo,
para que nunca más nadie pueda confundirse
cuando se hable del amor.
Amor, el nuestro,
que se levanta aunque ya nadie pueda soportarlo,
sobre todo dolor, toda penuria, todo fracaso,
que vuela como el aire,
que se estremece como las grandes cumbres,
como las altas cordilleras,
cuando lloran por la caída, estrepitosa, del mundo
y siguen en pie.
Mares, océanos delirantes salidos de su curso,
arrasando ciudades y muchedumbres
y luego, mansamente, como si nada hubiera pasado,
vuelven a su curso y trasladan,
de continente a continente, los lazos eternos del amor.
Hoy quiero cantarte
con la fuerza titánica del odio, siempre, contenido,
fuimos, somos aún,
esos soldados increíbles que cuentan las historias,
esos pequeños soldados de leyenda
que han sobrevivido a toda guerra.
Esos corazones ardientes que van por el mundo,
recordándole al Hombre,
que a pesar de todo dolor profundo, toda nieve,
toda catástrofe total,
el amor, nuestro infinito amor,
sigue en su trono abierto al universo.
Que siempre hay una carne que no muere,
que siempre hay una palabra que aunque nadie pronuncie,
siempre está allí, resucitando los amores.
Siempre habrá con nosotros,
una palabra fuerte que hará posible el canto,
un canto poderoso que hará posible el amor,
un amor lúcido, estremecido, el nuestro,
que aunque no quede mundo para poder contarlo,
nos hará vivir.
Miguel Oscar Menassa
De "Amores perdidos", 1995
miércoles, 5 de mayo de 2010
POEMA BODAS (15 DE JULIO DE 1994- 15 DE JULIO DE 1969)
Etiquetas:
Amores perdidos,
Miguel Oscar Menassa,
poesía
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Un enorrrrme canto de amor.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un afectuoso saludo.