jueves, 13 de septiembre de 2012

MÁXIMO ALCANCE


vuelo, ahora, como vuelan las águilas nocturnas
Drogas
drogas misteriosas para mis músculos de acero,
para mis manos aéreas,
para mis dedos contra-atómicos
                                                Drogas
drogas azules para mi porvenir.
Temer
temo la furia de los océanos
los fuegos eternos
la violencia de los vientos del sur
o el choque definitivo contra la madre tierra.
No temo
la voluntad desenfrenada de ningún hombre,
aunque se oponga
                           a mi propia
                                            desenfrenada voluntad.
Quiero ser el payaso
                               el rey
                                       el muerto
                                                    el obús mortal.
La onda magnética de rapé,
                                         el estornudo final,
                                                                   la gripe negra.
La desbastadota, infernal peste negra.
Quiero ser el último suspiro de la moda,
la inconciencia final
                             la vagina fúnebre
                                                     la muerte del idilio.
Como fe de mi lealtad, amo la vida humana,
la inaudita palabra en pleno corazón.
                                                      El forzamiento permanente.
Mi tiempo
más allá de la luz
me transporta al pasado.
Conmigo, en mi red,
estas pocas y pequeñas estrellas marinas,
y la infaltable
                   submarina
                                   acuática bilis,
baba desesperada
-entre la comisura de mis labios-
Palabras, Palabras
                            veneno mortal.

Miguel Oscar Menassa
De “Salto mortal”, 1977

lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBERTAD DIVINO TESORO


Soy un hombre de ciudad,
un hombre,
condenado a vivir entre las piedras.
Crecí entre el percal de los vestidos
y las babas de una señora inalcanzable,
la libertad.
Crecí sin vida interior,
en el pecho llevo un farol,
pequeña, simple luz y escribo versos.
En mi ciudad
cuando mueren algunos, alguien canta,
tenue luz,
murmura por las noches una tristeza,
un vendaval de furias,
repetición donde la muerte tiene su palabra.
De niño me dijeron que amáramos a Evita
y Evita estaba muerta
y yo la amé como se aman las sombras de la noche
y entre sus brazos y las sombras seríamos millones.
Un recuerdo:
fue muerto por la espalda, mi primo, Miguel Ángel,
como se mata a quien no se puede soportar la mirada.
Cuando murió Miguel, mi primo hermano, tuve un dolor,
una claridad definitiva y, sin embargo,
al otro día amanecí cantando.
Me fui quedando ciego,
de ver morir, de mirar matar,
de ver pasar a tanta gente indiferente.
En los ojos tenía gotas de sangre,
ardientes manchas de violencia en mis ojos.
Un odio, un amor, una lejanía sobre todo.
Bramidos ocres, quejidos de la bestia,
destrozados por la ilusión de ser,
por la ilusión de comerme las flores
y tus ojos
y las cosquillas en tus pies
y mis feroces mordiscos en tu sexo,
como si tu sexo fuera el fruto perdido del hombre
aquel limón, aquella manzana inolvidable.
La libertad se fue poniendo joyas,
piedras preciosas entre sus blancas sedas
y entre sus carnes, oro.
Se fue tornando inaccesible monstruo de la lejanía
y, entonces, fui creciendo entre las sombras
y entre las sombras amé la libertad:
fantasma acuático,
alondra muerta para siempre,
entre las pieles de vos,
señora lejana, perdida libertad.

Miguel Oscar Menassa
De "El amor existe y la libertad", 1984

sábado, 8 de septiembre de 2012