Y es a los 62 años que me dispongo,
con un talante generoso, a festejar
vivir en un mundo donde nadie sabe,
si debe o si regala, si ama o si desea
si obligado a vivir o interesado
si valiente
o inquieto
o cobarde sin fe.
Al cumplir los 62 años
quiero confesarme adicto
al cruel vivir.
Y vendrán cataclismos y ciclones
inundaciones y guerras por doquier
y yo, sentado, escribiendo mis versos,
haciendo del cataclismo mi guarida,
del ciclón mi aliento y de la pólvora,
mi inseparable compañera,
las alas del adiós.
Miguel Oscar Menassa
De "La maestría y yo", 2007
sábado, 5 de noviembre de 2011
viernes, 4 de noviembre de 2011
Y ahora para que sepas que yo
Y ahora para que sepas que yo las viví todas,
te hablaré en estos versos de los cuartos,
del verdadero amor que hay en el centro de tu alma:
pesetas con la cara de Franco, bendecidas por Dios.
Ahorrando, ahorrando, quitando todo de circulación,
has conseguido por ahora, no tener nada, casi nada.
Un dinero ahorrado contra todo deja de ser dinero.
Una mujer atada contra su deseo deja de ser mujer.
Por eso que te digo, sencillamente, que no va bien tu vida.
Que tu vida es un pagaré a largo plazo que no podrás pagar.
No ves tu vida, tu mujer, tu dinero se escapan de tus manos.
Un poco más de sexo, te aconsejo, más de amor.
Ya verás cómo tu mujer resucita de golpe.
Ya verás cómo todos mis versos, hablan de ti.
Miguel Oscar Menassa
De "Un argentino en España", 1987
te hablaré en estos versos de los cuartos,
del verdadero amor que hay en el centro de tu alma:
pesetas con la cara de Franco, bendecidas por Dios.
Ahorrando, ahorrando, quitando todo de circulación,
has conseguido por ahora, no tener nada, casi nada.
Un dinero ahorrado contra todo deja de ser dinero.
Una mujer atada contra su deseo deja de ser mujer.
Por eso que te digo, sencillamente, que no va bien tu vida.
Que tu vida es un pagaré a largo plazo que no podrás pagar.
No ves tu vida, tu mujer, tu dinero se escapan de tus manos.
Un poco más de sexo, te aconsejo, más de amor.
Ya verás cómo tu mujer resucita de golpe.
Ya verás cómo todos mis versos, hablan de ti.
Miguel Oscar Menassa
De "Un argentino en España", 1987
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miércoles, 2 de noviembre de 2011
DEJO DE LATIR
Dejo de latir
dejo de ser el pulso
donde antaño vibrara el Universo.
Delicadamente me entrego
a las argucias del amor
abandono el pasado
mis versos anteriores.
Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000
dejo de ser el pulso
donde antaño vibrara el Universo.
Delicadamente me entrego
a las argucias del amor
abandono el pasado
mis versos anteriores.
Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000
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martes, 1 de noviembre de 2011
La vida del poeta
XIII
Escribir,
hasta romperse las manos escribiendo.
Del hombre,
sólo amo su futuro, sus explosiones.
Me debo a mí
y, me debo, a todo el universo.
Me veo cantando las vidalas
hasta quedar si voz.
Me veo mirando las estrellas
hasta que mis ojos queden sin luz.
Abro la boca
y miro cómo el mundo se parte en mil pedazos.
Áspera roca,
estoy empecinado en creer,
que todo cambiará.
Miguel Oscar Menassa
De "La patria del poeta", 1991
Escribir,
hasta romperse las manos escribiendo.
Del hombre,
sólo amo su futuro, sus explosiones.
Me debo a mí
y, me debo, a todo el universo.
Me veo cantando las vidalas
hasta quedar si voz.
Me veo mirando las estrellas
hasta que mis ojos queden sin luz.
Abro la boca
y miro cómo el mundo se parte en mil pedazos.
Áspera roca,
estoy empecinado en creer,
que todo cambiará.
Miguel Oscar Menassa
De "La patria del poeta", 1991
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miércoles, 26 de octubre de 2011
INTRODUCCIÓN
Vivo,
en un lejano país,
al sur de Europa.
Vivo,
por costumbre,
en su propio centro.
Al sur de la ciudad,
donde la ciudad,
es ella y su fin.
El vacío,
donde aterrizan los desagües,
el propio límite,
entre la libertad y la locura.
Quiero decir,
que Buenos Aires,
no ha muerto,
porque vivir,
vivo en sus suburbios.
Y sin embargo,
-por el viejo vicio del misterio-
nadie sospecha.
Parado en la vereda de mi casa,
ladeado,
con las piernas cruzadas
y la derecha para atrás,
contra el novedoso semáforo,
apoyada,
y el cigarrillo,
colgado,
de la boca como si fuera un guapo,
Y sin embargo,
piensan que soy,
un malentendido,
un pasto salvaje,
crecido inesperadamente,
fuera de estación.
Crezco con dificultades,
bajo la mirada atenta,
de los sorprendidos agricultores.
Tanta belleza,
para el final de siglo,
no había sido calculada.
Y por eso,
por haber violado la ley,
de las apariciones,
se cierne sobre mi,
el opaco murmullo de la calumnia,
el peligro,
de un destino de locos.
La desaparición.
Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978
en un lejano país,
al sur de Europa.
Vivo,
por costumbre,
en su propio centro.
Al sur de la ciudad,
donde la ciudad,
es ella y su fin.
El vacío,
donde aterrizan los desagües,
el propio límite,
entre la libertad y la locura.
Quiero decir,
que Buenos Aires,
no ha muerto,
porque vivir,
vivo en sus suburbios.
Y sin embargo,
-por el viejo vicio del misterio-
nadie sospecha.
Parado en la vereda de mi casa,
ladeado,
con las piernas cruzadas
y la derecha para atrás,
contra el novedoso semáforo,
apoyada,
y el cigarrillo,
colgado,
de la boca como si fuera un guapo,
Y sin embargo,
piensan que soy,
un malentendido,
un pasto salvaje,
crecido inesperadamente,
fuera de estación.
Crezco con dificultades,
bajo la mirada atenta,
de los sorprendidos agricultores.
Tanta belleza,
para el final de siglo,
no había sido calculada.
Y por eso,
por haber violado la ley,
de las apariciones,
se cierne sobre mi,
el opaco murmullo de la calumnia,
el peligro,
de un destino de locos.
La desaparición.
Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978
lunes, 24 de octubre de 2011
Despierto, querida, ciego
Estoy despierto, estoy despierto,
pero hay horrores que me ciegan.
Sangres, violencias, odios meditados.
Ver como huele todo el mundo a podrido.
Ojos destrozados por la llovizna atómica.
Tus besos doloridos, tus hijos extraviados.
Estoy despierto, estoy despierto,
pero hay horrores que me ciegan.
Ambición desmedida, la codicia, la mugre.
La explotación, la esclavitud, la mierda.
Tu sexo dolorido, tu asco, tu vergüenza.
Tu vientre partido por la duda.
Estoy despierto, estoy despierto,
pero hay horrores que me ciegan.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
pero hay horrores que me ciegan.
Sangres, violencias, odios meditados.
Ver como huele todo el mundo a podrido.
Ojos destrozados por la llovizna atómica.
Tus besos doloridos, tus hijos extraviados.
Estoy despierto, estoy despierto,
pero hay horrores que me ciegan.
Ambición desmedida, la codicia, la mugre.
La explotación, la esclavitud, la mierda.
Tu sexo dolorido, tu asco, tu vergüenza.
Tu vientre partido por la duda.
Estoy despierto, estoy despierto,
pero hay horrores que me ciegan.
Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987
sábado, 22 de octubre de 2011
DESPUÉS DE LA MUERTE
En el refugio de la noche
la vida se desplaza levemente
Tan soberbio
tan espectacular era el poema entre las sombras,
que no me alcanzará para escribirlo,
ni la mañana, ni la noche,
ni el resto de mi vida.
Navego como navegaron los grandes navegantes,
a ciegas,
con el pulso detenido por la emoción de cada instante,
oliendo tierra firme en todas direcciones
y así,
otra vez el mar y el profundo cielo permanentemente.
Vientos perfumados
y peces enloquecidos por el hambre, festejan,
la inminencia de un nuevo fracaso.
Nadie ha de morir en ese olvido,
surgen, fortalecidas,
por el odio de seguir buscando,
imprecaciones y blasfemias.
Capitán del hastío,
siempre buscando tierra firme,
siempre encontrando abiertos mares y perfumes,
cerrados océanos.
Con la soberbia de un hombre encadenado
y libre,
un día terminaré gritando entre tus brazos:
yo maté a Dios, quiero la recompensa
y, seguramente, alguien me dará 30 dineros
y mi locura seguirá avanzando sobre todo.
Viene del sur, dirán, es un desaforado.
Anguila escurridiza y voraz,
eléctrico perfume entre las piedras,
palabra desmedida, es el poeta.
Vengo para que conmigo muera lo último.
Más allá de la nada comienza mi camino.
Un hombre es a otro hombre, su poeta y el Otro.
Olímpico destino y, a la vez,
embalsamada furia detenida.
Contraste primordial entre mi ser y el mundo.
Un hombre es a otro hombre, su mirada y el cielo.
Paloma mensajera y, a la vez,
nostálgico asesino entre las sombras.
Entrecortado canto poblado de silencios.
Un hombre es a otro hombre, la muerte y su milagro.
Intento arrancar la venda de mis ojos,
doy duros golpes en el propio centro del timón,
para desviar el rumbo y no consigo nada.
Fumo cigarros y bebo alcoholes fuertes.
Dibujo entre los ojos de la mujer que amo,
la posibilidad de un nuevo recorrido,
y frente a esa mirada maravillada por mi terror
rompo el sextante y la pequeña brújula marina,
y en el corazón pleno de la niebla
-en el comienzo de este nuevo final-
arrojo como si fueran desperdicios
mis últimos recuerdos al mar
y beso tus labios.
Tierra firme
y nuestro barco se retuerce entre las olas,
movimientos desesperados a punto de naufragar,
son el movimiento de nuestros cuerpos.
Babas y leches
se confunden con el torrente de aguas marítimas
y algas
y brillantes moluscos como perlas,
sacrificados a un dios.
Mar abierto
y nuestro barco encalla
en los afiebrados latidos de tu corazón,
tambor entre los leves murmullos de la selva.
Indómito
-salvaje anidando en la maleza-,
arranco tu sexo de la tierra, violines de la música,
movimientos como puñales clavándose en el cielo.
Antes de comenzar mi nuevo camino,
trato de señalizar el punto de partida.
Arranco desde donde el hombre se debate,
en los brazos sangrantes de la nada.
Yo soy ese hombre,
mordido por la vida humana a traición,
enajenado en el entontecido ritmo del reloj,
enloquecido por el palpitante ruido de las máquinas,
ensombrecido por la lujuria de los dioses asesinos
-hombres solitarios y, también, hombres habitados-,
y, sin embargo, doy mi primer paso.
Pequeño paso,
no emprendo veloz carrera hacia las tinieblas,
porque soy un hombre atemorizado,
que ya no sabe si su próximo paso
será marca o nivel de otros pasos humanos
o el callejón sin salida de su muerte.
En los pasos siguientes me desorienta
ver mi nombre en el nombre de las calles,
indicando la dirección deseada.
Brutal encuentro conmigo mismo y sigo andando,
porque seguir andando hacia otro descubrimiento cada vez,
después de los primeros pasos se hace costumbre.
Y, sin embargo, uno también se dice: aquí me detendré.
Detrás de mí, sólo montañas,
y sembraré esa tierra,
y atraeré con mi canto el agua de la lluvia
para que todo florezca y se reproduzca
y lo femenino sea ley del amor,
manzana delirante sin pecado,
y en ese paraíso viviré, tranquilamente, un tiempo.
Después algún humano habitante de la nada de Dios
intentará colonizarme y tampoco habrá guerra.
Cuando se sequen las flores,
cuando se pudran definitivamente los frutos,
porque ya no hay amor en su cuidado,
daré otro paso más,
pequeño paso conmovido como aquel primer paso,
y así, seguramente, veré distintos horizontes,
y así, seguramente, un día, moriré caminando
y nada pasará,
porque los violentos perfumes de mi cuerpo,
cuando camino, son mis propias palabras
y así, veo mi nombre volando en ese olor alucinado,
más allá de mi muerte,
caminando.
Miguel Oscar Menassa
De "El amor existe y la libertad", 1984
la vida se desplaza levemente
Tan soberbio
tan espectacular era el poema entre las sombras,
que no me alcanzará para escribirlo,
ni la mañana, ni la noche,
ni el resto de mi vida.
Navego como navegaron los grandes navegantes,
a ciegas,
con el pulso detenido por la emoción de cada instante,
oliendo tierra firme en todas direcciones
y así,
otra vez el mar y el profundo cielo permanentemente.
Vientos perfumados
y peces enloquecidos por el hambre, festejan,
la inminencia de un nuevo fracaso.
Nadie ha de morir en ese olvido,
surgen, fortalecidas,
por el odio de seguir buscando,
imprecaciones y blasfemias.
Capitán del hastío,
siempre buscando tierra firme,
siempre encontrando abiertos mares y perfumes,
cerrados océanos.
Con la soberbia de un hombre encadenado
y libre,
un día terminaré gritando entre tus brazos:
yo maté a Dios, quiero la recompensa
y, seguramente, alguien me dará 30 dineros
y mi locura seguirá avanzando sobre todo.
Viene del sur, dirán, es un desaforado.
Anguila escurridiza y voraz,
eléctrico perfume entre las piedras,
palabra desmedida, es el poeta.
Vengo para que conmigo muera lo último.
Más allá de la nada comienza mi camino.
Un hombre es a otro hombre, su poeta y el Otro.
Olímpico destino y, a la vez,
embalsamada furia detenida.
Contraste primordial entre mi ser y el mundo.
Un hombre es a otro hombre, su mirada y el cielo.
Paloma mensajera y, a la vez,
nostálgico asesino entre las sombras.
Entrecortado canto poblado de silencios.
Un hombre es a otro hombre, la muerte y su milagro.
Intento arrancar la venda de mis ojos,
doy duros golpes en el propio centro del timón,
para desviar el rumbo y no consigo nada.
Fumo cigarros y bebo alcoholes fuertes.
Dibujo entre los ojos de la mujer que amo,
la posibilidad de un nuevo recorrido,
y frente a esa mirada maravillada por mi terror
rompo el sextante y la pequeña brújula marina,
y en el corazón pleno de la niebla
-en el comienzo de este nuevo final-
arrojo como si fueran desperdicios
mis últimos recuerdos al mar
y beso tus labios.
Tierra firme
y nuestro barco se retuerce entre las olas,
movimientos desesperados a punto de naufragar,
son el movimiento de nuestros cuerpos.
Babas y leches
se confunden con el torrente de aguas marítimas
y algas
y brillantes moluscos como perlas,
sacrificados a un dios.
Mar abierto
y nuestro barco encalla
en los afiebrados latidos de tu corazón,
tambor entre los leves murmullos de la selva.
Indómito
-salvaje anidando en la maleza-,
arranco tu sexo de la tierra, violines de la música,
movimientos como puñales clavándose en el cielo.
Antes de comenzar mi nuevo camino,
trato de señalizar el punto de partida.
Arranco desde donde el hombre se debate,
en los brazos sangrantes de la nada.
Yo soy ese hombre,
mordido por la vida humana a traición,
enajenado en el entontecido ritmo del reloj,
enloquecido por el palpitante ruido de las máquinas,
ensombrecido por la lujuria de los dioses asesinos
-hombres solitarios y, también, hombres habitados-,
y, sin embargo, doy mi primer paso.
Pequeño paso,
no emprendo veloz carrera hacia las tinieblas,
porque soy un hombre atemorizado,
que ya no sabe si su próximo paso
será marca o nivel de otros pasos humanos
o el callejón sin salida de su muerte.
En los pasos siguientes me desorienta
ver mi nombre en el nombre de las calles,
indicando la dirección deseada.
Brutal encuentro conmigo mismo y sigo andando,
porque seguir andando hacia otro descubrimiento cada vez,
después de los primeros pasos se hace costumbre.
Y, sin embargo, uno también se dice: aquí me detendré.
Detrás de mí, sólo montañas,
y sembraré esa tierra,
y atraeré con mi canto el agua de la lluvia
para que todo florezca y se reproduzca
y lo femenino sea ley del amor,
manzana delirante sin pecado,
y en ese paraíso viviré, tranquilamente, un tiempo.
Después algún humano habitante de la nada de Dios
intentará colonizarme y tampoco habrá guerra.
Cuando se sequen las flores,
cuando se pudran definitivamente los frutos,
porque ya no hay amor en su cuidado,
daré otro paso más,
pequeño paso conmovido como aquel primer paso,
y así, seguramente, veré distintos horizontes,
y así, seguramente, un día, moriré caminando
y nada pasará,
porque los violentos perfumes de mi cuerpo,
cuando camino, son mis propias palabras
y así, veo mi nombre volando en ese olor alucinado,
más allá de mi muerte,
caminando.
Miguel Oscar Menassa
De "El amor existe y la libertad", 1984
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