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martes, 11 de septiembre de 2018

OTRA de Miguel Oscar Menassa


Ámame con la violencia de las amantes griegas
que suelen perfumadas esperar a sus hombres
en pequeñas alcobas de tierra en las colinas
porque tengo en el alma profunda una tristeza.
 
Ámame con la esperanza de los sacerdotes fenicios
que solían navegar junto a sus fieles
en alocados mares de variados colores
porque tengo en la mirada serena una tristeza.

Ámame con la furia de los famosos tigres de bengala
que suelen silenciosos esperar a sus presas
en sospechosas guaridas en medio de la selva
porque tengo en la boca sedienta una tristeza.
 
Ámame con la violencia de las amantes griegas
que suelen perfumadas esperar a sus hombres
en pequeñas alcobas de tierra en las colinas
porque tengo en el alma profunda una tristeza.
 
Ámame con la esperanza de los sacerdotes fenicios
que solían navegar junto a sus fieles
en alocados mares de variados colores
porque tengo en la mirada serena una tristeza.

Ámame con la furia de los famosos tigres de bengala
que suelen silenciosos esperar a sus presas
en sospechosas guaridas en medio de la selva
porque tengo en la boca sedienta una tristeza.

Del libro "Yo pecador"

domingo, 3 de diciembre de 2017

Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo


Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo.
No era navegar por navegar, mi oficio,
mi oficio era tenderme entre los puertos.


Rosa perdida de perfumes rotos,
color de soledad, dejaba en cada puerto,
un infinito brote de locura.

No estoy perdido de amores sino de tedio:
ya nadie corre por los peldaños de mi mente como tú,
ya nadie abre su fuente con alegría y deseo para mí.
Yo ya no veo tus ojos en lo profundo de mis manos.

Navegar por navegar no es mi oficio,
arrancar trozos de la nada y unirlos en conjuro,
ese es mi oficio silencioso y tenaz, como de versos,
mi oficio no se puede aprender, no sabe, es ciego.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante joven loca poeta psicoanalista", 1987

martes, 2 de junio de 2015

DESPUÉS DE LA MUERTE


En el refugio de la noche
la vida se desplaza levemente
Tan soberbio
tan espectacular era el poema entre las sombras,
que no me alcanzará para escribirlo,
ni la mañana, ni la noche,
ni el resto de mi vida.
Navego como navegaron los grandes navegantes,
a ciegas,
con el pulso detenido por la emoción de cada instante,
oliendo tierra firme en todas direcciones
y así,
otra vez el mar y el profundo cielo permanentemente.
Vientos perfumados
y peces enloquecidos por el hambre, festejan,
la inminencia de un nuevo fracaso.
Nadie ha de morir en ese olvido,
surgen, fortalecidas,
por el odio de seguir buscando,
imprecaciones y blasfemias.
Capitán del hastío,
siempre buscando tierra firme,
siempre encontrando abiertos mares y perfumes,
cerrados océanos.
Con la soberbia de un hombre encadenado
y libre,
un día terminaré gritando entre tus brazos:
yo maté a Dios, quiero la recompensa
y, seguramente, alguien me dará 30 dineros
y mi locura seguirá avanzando sobre todo.
Viene del sur, dirán, es un desaforado.
Anguila escurridiza y voraz,
eléctrico perfume entre las piedras,
palabra desmedida, es el poeta.
Vengo para que conmigo muera lo último.
Más allá de la nada comienza mi camino.
Un hombre es a otro hombre, su poeta y el Otro.
Olímpico destino y, a la vez,
embalsamada furia detenida.
Contraste primordial entre mi ser y el mundo.
Un hombre es a otro hombre, su mirada y el cielo.
Paloma mensajera y, a la vez,
nostálgico asesino entre las sombras.
Entrecortado canto poblado de silencios.
Un hombre es a otro hombre, la muerte y su milagro.
Intento arrancar la venda de mis ojos,
doy duros golpes en el propio centro del timón,
para desviar el rumbo y no consigo nada.
Fumo cigarros y bebo alcoholes fuertes.
Dibujo entre los ojos de la mujer que amo,
la posibilidad de un nuevo recorrido,
y frente a esa mirada maravillada por mi terror
rompo el sextante y la pequeña brújula marina,
y en el corazón pleno de la niebla
-en el comienzo de este nuevo final-
arrojo como si fueran desperdicios
mis últimos recuerdos al mar
y beso tus labios.
Tierra firme
y nuestro barco se retuerce entre las olas,
movimientos desesperados a punto de naufragar,
son el movimiento de nuestros cuerpos.
Babas y leches
se confunden con el torrente de aguas marítimas
y algas
y brillantes moluscos como perlas,
sacrificados a un dios.
Mar abierto
y nuestro barco encalla
en los afiebrados latidos de tu corazón,
tambor entre los leves murmullos de la selva.
Indómito
-salvaje anidando en la maleza-,
arranco tu sexo de la tierra, violines de la música,
movimientos como puñales clavándose en el cielo.
Antes de comenzar mi nuevo camino,
trato de señalizar el punto de partida.
Arranco desde donde el hombre se debate,
en los brazos sangrantes de la nada.
Yo soy ese hombre,
mordido por la vida humana a traición,
enajenado en el entontecido ritmo del reloj,
enloquecido por el palpitante ruido de las máquinas,
ensombrecido por la lujuria de los dioses asesinos
-hombres solitarios y, también, hombres habitados-,
y, sin embargo, doy mi primer paso.
Pequeño paso,
no emprendo veloz carrera hacia las tinieblas,
porque soy un hombre atemorizado,
que ya no sabe si su próximo paso
será marca o nivel de otros pasos humanos
o el callejón sin salida de su muerte.
En los pasos siguientes me desorienta
ver mi nombre en el nombre de las calles,
indicando la dirección deseada.
Brutal encuentro conmigo mismo y sigo andando,
porque seguir andando hacia otro descubrimiento cada vez,
después de los primeros pasos se hace costumbre.
Y, sin embargo, uno también se dice: aquí me detendré.
Detrás de mí, sólo montañas,
y sembraré esa tierra,
y atraeré con mi canto el agua de la lluvia
para que todo florezca y se reproduzca
y lo femenino sea ley del amor,
manzana delirante sin pecado,
y en ese paraíso viviré, tranquilamente, un tiempo.
Después algún humano habitante de la nada de Dios
intentará colonizarme y tampoco habrá guerra.
Cuando se sequen las flores,
cuando se pudran definitivamente los frutos,
porque ya no hay amor en su cuidado,
daré otro paso más,
pequeño paso conmovido como aquel primer paso,
y así, seguramente, veré distintos horizontes,
y así, seguramente, un día, moriré caminando
y nada pasará,
porque los violentos perfumes de mi cuerpo,
cuando camino, son mis propias palabras
y así, veo mi nombre volando en ese olor alucinado,
más allá de mi muerte,
caminando.

Miguel Oscar Menassa
De "El amor existe y la libertad"

viernes, 13 de marzo de 2015

DESPUÉS DE LA MUERTE


En el refugio de la noche
la vida se desplaza levemente
Tan soberbio
tan espectacular era el poema entre las sombras,
que no me alcanzará para escribirlo,
ni la mañana, ni la noche,
ni el resto de mi vida.
Navego como navegaron los grandes navegantes,
a ciegas,
con el pulso detenido por la emoción de cada instante,
oliendo tierra firme en todas direcciones
y así,
otra vez el mar y el profundo cielo permanentemente.
Vientos perfumados
y peces enloquecidos por el hambre, festejan,
la inminencia de un nuevo fracaso.
Nadie ha de morir en ese olvido,
surgen, fortalecidas,
por el odio de seguir buscando,
imprecaciones y blasfemias.
Capitán del hastío,
siempre buscando tierra firme,
siempre encontrando abiertos mares y perfumes,
cerrados océanos.
Con la soberbia de un hombre encadenado
y libre,
un día terminaré gritando entre tus brazos:
yo maté a Dios, quiero la recompensa
y, seguramente, alguien me dará 30 dineros
y mi locura seguirá avanzando sobre todo.
Viene del sur, dirán, es un desaforado.
Anguila escurridiza y voraz,
eléctrico perfume entre las piedras,
palabra desmedida, es el poeta.
Vengo para que conmigo muera lo último.
Más allá de la nada comienza mi camino.
Un hombre es a otro hombre, su poeta y el Otro.
Olímpico destino y, a la vez,
embalsamada furia detenida.
Contraste primordial entre mi ser y el mundo.
Un hombre es a otro hombre, su mirada y el cielo.
Paloma mensajera y, a la vez,
nostálgico asesino entre las sombras.
Entrecortado canto poblado de silencios.
Un hombre es a otro hombre, la muerte y su milagro.
Intento arrancar la venda de mis ojos,
doy duros golpes en el propio centro del timón,
para desviar el rumbo y no consigo nada.
Fumo cigarros y bebo alcoholes fuertes.
Dibujo entre los ojos de la mujer que amo,
la posibilidad de un nuevo recorrido,
y frente a esa mirada maravillada por mi terror
rompo el sextante y la pequeña brújula marina,
y en el corazón pleno de la niebla
-en el comienzo de este nuevo final-
arrojo como si fueran desperdicios
mis últimos recuerdos al mar
y beso tus labios.
Tierra firme
y nuestro barco se retuerce entre las olas,
movimientos desesperados a punto de naufragar,
son el movimiento de nuestros cuerpos.
Babas y leches
se confunden con el torrente de aguas marítimas
y algas
y brillantes moluscos como perlas,
sacrificados a un dios.
Mar abierto
y nuestro barco encalla
en los afiebrados latidos de tu corazón,
tambor entre los leves murmullos de la selva.
Indómito
-salvaje anidando en la maleza-,
arranco tu sexo de la tierra, violines de la música,
movimientos como puñales clavándose en el cielo.
Antes de comenzar mi nuevo camino,
trato de señalizar el punto de partida.
Arranco desde donde el hombre se debate,
en los brazos sangrantes de la nada.
Yo soy ese hombre,
mordido por la vida humana a traición,
enajenado en el entontecido ritmo del reloj,
enloquecido por el palpitante ruido de las máquinas,
ensombrecido por la lujuria de los dioses asesinos
-hombres solitarios y, también, hombres habitados-,
y, sin embargo, doy mi primer paso.
Pequeño paso,
no emprendo veloz carrera hacia las tinieblas,
porque soy un hombre atemorizado,
que ya no sabe si su próximo paso
será marca o nivel de otros pasos humanos
o el callejón sin salida de su muerte.
En los pasos siguientes me desorienta
ver mi nombre en el nombre de las calles,
indicando la dirección deseada.
Brutal encuentro conmigo mismo y sigo andando,
porque seguir andando hacia otro descubrimiento cada vez,
después de los primeros pasos se hace costumbre.
Y, sin embargo, uno también se dice: aquí me detendré.
Detrás de mí, sólo montañas,
y sembraré esa tierra,
y atraeré con mi canto el agua de la lluvia
para que todo florezca y se reproduzca
y lo femenino sea ley del amor,
manzana delirante sin pecado,
y en ese paraíso viviré, tranquilamente, un tiempo.
Después algún humano habitante de la nada de Dios
intentará colonizarme y tampoco habrá guerra.
Cuando se sequen las flores,
cuando se pudran definitivamente los frutos,
porque ya no hay amor en su cuidado,
daré otro paso más,
pequeño paso conmovido como aquel primer paso,
y así, seguramente, veré distintos horizontes,
y así, seguramente, un día, moriré caminando
y nada pasará,
porque los violentos perfumes de mi cuerpo,
cuando camino, son mis propias palabras
y así, veo mi nombre volando en ese olor alucinado,
más allá de mi muerte,
caminando.

Miguel Oscar Menassa
De "El amor existe y la libertad"

sábado, 20 de septiembre de 2014

Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo

                                                                                               
Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo.
No era navegar por navegar, mi oficio,
mi oficio era tenderme entre los puertos.

Rosa perdida de perfumes rotos,
color de soledad, dejaba en cada puerto,
un infinito brote de locura.

No estoy perdido de amores sino de tedio:
ya nadie corre por los peldaños de mi mente como tú,
ya nadie abre su fuente con alegría y deseo para mí.
Yo ya no veo tus ojos en lo profundo de mis manos.

Navegar por navegar no es mi oficio,
arrancar trozos de la nada y unirlos en conjuro,
ese es mi oficio silencioso y tenaz, como de versos,
mi oficio no se puede aprender, no sabe, es ciego.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista"