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Si lo que me pertenece con la posesión del instinto,
se disgrega y mis actos abandona,
suelo orientarme en la soledad por el olfato,
como los seres primitivos
en busca de su procreación o de sus presas.
En los selváticos almizcles presiento
como el antílope el peligro.
Conozco la madurez del heno a la distancia
y el bálsamo carnal de los dátiles.
Aspiro en la noche el clima cósmico
y me invade algo de la eternidad.
Así llegué a tu ser cual un gran siervo solitario
a los contornos de su hembra:
atraído por las emanaciones de la especie
que fluyen sin cesar unidas
al concentrado olor de las cortezas y las pieles
protectoras de frutas y de faunas.
Quise evolucionar para que mi espíritu fuera
solamente atmósfera tuya; deshabitarme
de otras figuras aéreas que he amado: astros continuos
o migratorios, corazones cometarios
que palpitan con sístoles y diástoles inmensas;
repentinos enlaces de la luz en las sienes del mundo;
apariciones de la nieve rotatoria en el espacio
como el algodón sobre la tierra.
Todo ese mundo mío de estructuras distantes
donde mi espíritu cumple revoluciones matemáticas
en torno del Sol.
Quise acrecentar la estatura de mi carne
hasta dejarla sin apariencia de hombre, en actitud de roca
erguida contra lo que amenace destrucción.
Una de esas montañas oscuras
que únicamente aclaran al crepúsculo,
y retenerte allí por un momento, ¡oh, sed de mis tinieblas!,
consumando nuestra unión en las alturas más solas,
en ese instante de contrición y aniquilamientos dinásticos
en que desaparece el último sol sobre las cumbres.
Quise entregarte mis vacíos
por donde a veces cruzan islas como veloces barcas
que a bordo llevan tripulación de nubes,
rojas espumas de calientes mostos
y ecuatorial repercutir de cánticos.
Yo soy el capitán de esas naves corsarias,
atormentadamente fugitivas.
¡Qué puede mi entusiasmo y qué mi espíritu
contra este mar de horror en que navego!
En las orillas crecen grupos de cocoteros y de plátanos
que dan al aire su explosión de vida.
Pero yo soy el capitán sombrío
que estandartes de cólera acaudilla.
Perdí mi amor más alto al desterrarte
lejos de mí a nocturnos archipiélagos,
y allá voy entre gritos de soberbia,
como barco sin brújula a estrellarme
contra los arrecifes de la muerte.
Tú pudieras alzarme a tu espejismo
donde abundan esteros y coronas.
Restituirme al centro de mis imaginaciones puras
y disminuir este clamor que me hace trepidar
como al zócalo de una metrópoli martirizada,
donde murieron vírgenes y atletas campeones.
A pesar de ti otro hermético mundo me llama.
A él subo a contemplar como un conquistador olvidado,
banderas derrotadas y llanuras ya sin ejércitos,
desde un monte casi humano que recibe
y transforma en insignia de su angustia,
la soledad del último sol sobre las cumbres.
A pesar de ti otro hermético mundo me nombra.
Yo lo escucho movilizarse en torno
de mi silencio andino,
con mi sagacidad de bestia acostumbrada
a oír la evolución de hundidas formas
y el ruido de las larvas apoderándose de los muertos.
Recita: Miguel Oscar Menassa.
Cámara y montaje: Clémence Loonis
sábado, 14 de marzo de 2009
POESÍA. "ÚLTIMO SOL SOBRE LAS CUMBRES" (2/3) de GERMÁN PARDO GARCÍA. Recita MIGUEL OSCAR MENASSA
Etiquetas:
"Germán Pardo García",
"Último sol sobre las cumbres",
poesía
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