lunes, 12 de septiembre de 2016

YO PECADOR I


Me seducen los aros y los colgantes coloridos
las piedras coloradas y los rubíes
y las sencillas violetas en el rincón del patio. ...
De las vidrieras me atrapan los tonos amarillos
el sol contra la puerta cancel
y el color ocre de la galería en Chiclana.

Hierro forjado a mano por suaves forjadores
en el estilo imperial de la muralla china
hacia el oeste se extendía solemne el patio de mi casa
y hacia el misterio de la calle, el precipicio.
Después del precipicio la plazoleta verde
lejana inalcanzable
como la tierra prometida.
A mí
cuando pequeño
me separaba de la calle una escalera
una escalera blanca
con dos barandas verdes de cedro a los costados.
La idea fija era volar
una tarde, verano en Buenos Aires
el patio era un desierto.
Sólo un valiente se animará a cruzarlo.
Me puse las botas me coloqué la máscara antigás
y en cuatro saltos alcancé el rincón del patio
donde crecían las violetas.
La puerta cancel quedó a la vista.
Mientras los enemigos dormían atontados
por el alcohol del mediodía,
me paré en el primer escalón de la escalera.
Abrí mis brazos. Respiré profundamente
dispuesto a todo
y perdí los sentidos
cuando me invadieron por primera vez
los olores lujuriosos de aquel sombrío patio.

Miguel Oscar Menassa
De "Yo pecador"

miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL CUARTO DE LAS GOLOSINAS


Qué mujer
cruzaría sus piernas frente a mí
para mirarme
sentirse mía
cansarse en mi cansancio.

Quién concluiría su gesto
para amarme
en este pedacito que soy
de sed y de nostalgias.
Porque todos
nos encontramos algún día
y nos miramos
–en las muchachas quietas
en los caminos cortos–
pero luego
es tan difícil dormirse
-sin el humo del cigarrillo amigo
ardiéndonos los ojos-
que ya se han ido todos
y la apretada hendija de mi alma
cada vez más pequeña
cada vez más cerrada.
Quién podría amarme
en este pedacito que soy.

Miguel Oscar Menassa
De "Pequeña historia", 1961

lunes, 5 de septiembre de 2016

CARNAVAL DE LA TERCERA EDAD O CÓMO LLEGAR A LOS 100 AÑOS


Somos la tercera edad
y en el carnaval estamos
para festejar la muerte
de todo lo que hace mal.


Me hace mal, me hace mal,
gritaba la señora,
que después de los setenta
todo el mundo te respeta.

A mí me divierte mucho
pero me hace mal, muy mal,
que cuando hablan los jóvenes
defiendan no saber nada.

Yo soy una mujer libre
y tengo setenta años
pero trabajé a destajo
desde que cumplí los diez.

Y si alguien se sorprende
de que yo vivo tan bien
casi sin enfermedad
y la piel una pintura,
yo les quiero aconsejar:
para no morir en vida
hay que bailar y follar
en cada oportunidad.

Y si nadie quiere
bailar ni follar
leeremos un poema
y no nos irá tan mal.

A la letra, a la letra,
dice la muchacha.
Ábrete un poquito
le dice el mocetón.

Y el poema viene y va
y al mundo todo entretiene
cuando las palabras dicen:

Tonto, tonto, tonto es
el que se pone a pensar
cuando le toca bailar,
cuando le toca vivir
el goce de los setenta.

Me hace mal, me hace mal,
que a los setenta años
mis nietos no me dejen
ver la televisión.

Y dale con que al abuelo
la guerra le hace mal
me perdí cuatro películas
y las noticias, fatal.

Y después, temen mostrarme
los programas infantiles
por las dudas algún chiste
me toque muy bien los nervios.

Y después, de lo sexual,
ya nadie me quiere hablar
como si yo apestara
o no sintiera ya nada.

El otro día escuché
que se contaban un chiste
donde era fácil escuchar
del lobo el intenso aullido.

Le preguntan al abuelo
cuánto tiempo ha pasado
que con la abuela no hacen
pim, pam, púm, pim, pam, púm.

El abuelo, pensativo
y levantando los brazos
produce un aullido tal
tan potente y prolongado
como indicando: Que allá,
alguna vez ha gozado.

Pero hay algo que no saben
los ingenuos comediantes:
que el abuelo galopó
yeguas de cualquier pelaje
y a la mujer en su corazón
le hizo un pequeño trono
y la dejó sentada
casi dos semanas
mientras él bailaba
en el carnaval.

Cuando despertaron,
ella, embellecida,
dijo que lo amaba
y que su amor
sería para siempre,
para toda la vida.

¡Toda la vida! no me gusta
hace mal, muy mal,
gritaba el abuelito
mientras bailaba el can can.
Mas ella enternecida,
le respondió con gracia:

Ya sé, no soy la única
ni cuando te cocino
la tortilla de patatas.

Miguel Oscar Menassa
De "Carnaval de la Tercera Edad"